Recesión y parálisis política en la UE

Cinco años después de su más numerosa ampliación, que incorporó a la mayoría de los países liberados o surgidos del desastre soviético, la Unión Europea sufre una profunda recesión económica y una aparatosa parálisis política, a la espera de unas elecciones transnacionales a principios de junio que están amenazadas por una abstención sin precedentes. Debilitada estratégicamente, esperando buenas noticias de Washington, pero de espaldas a Rusia, la Europa de los 27 no tiene seguridad sobre el Tratado de Lisboa, un sucedáneo apresurado para maquillar el hiriente fracaso del proyecto de Constitución.

Debido a la tempestad financiera, los progresos logrados por los 10 países que ingresaron el 1 de mayo del 2004 están en franco retroceso, y la prosperidad anhelada, en entredicho. La estabilidad monetaria deviene inviable porque los países de la Europa oriental no cumplen los llamados criterios de Maastricht (déficit, inflación, tasa de interés), que empiezan a ser peligrosamente vulnerados por los socios de la eurozona, donde se produce una explosión insostenible de la deuda. Polonia, Hungría o la República Checa reclaman que se revisen los protocolos de adhesión al euro o que se reduzcan los dos años que cualquier país debe pasar en el purgatorio del sistema de cambios. Los muros reales y simbólicos se alzan de nuevo en el corazón de Europa.

Los datos económicos son inquietantes y las previsiones de la Comisión de la UE, presentadas por el comisario español Joaquín Almunia, radiografían "la crisis más profunda y amplia desde el final de la segunda guerra mundial" (1945), con una contracción del 4% este año en la eurozona y la pérdida de 8,5 millones de empleos. Del Báltico a los Balcanes, prácticamente todos los países verán cómo se volatilizan las ventajas de 10 años.

El retroceso en varios de ellos llegará al 15% de su producto interior bruto, una caída tan brutal cuyos efectos psicológicos demoledores arrojarán sombras ominosas sobre la independencia real de las que fueron repúblicas soviéticas o miembros del Pacto de Varsovia.

Si el éxito económico y comercial se resienten, resucita la soberanía limitada mientras la cohesión política y cultural sigue en precario. El acervo comunitario es relevante y obligatorio, pero el voluntarismo político no funciona cuando se trata de establecer una identidad europea capaz de rectificar los descalabros históricos y diseñar el futuro. En vez de fortalecer su núcleo duro y avanzar hacia la integración política, mediante una reforma de las instituciones previa a la admisión de nuevos miembros, la UE actuó a la inversa: se embarcó en una masiva ampliación que ahora dificulta cualquier proyecto integrador y favorece, por el contrario, las diversas velocidades y los privilegios o las excepciones abusivas de las que el Reino Unido resulta ser el campeón indiscutible.

La crisis global afecta a los dos pilares de cualquier integración con perspectiva federal: el sistema impositivo y la política exterior y de defensa común, que siguen en manos de los estados miembros, a pesar de algunos arreglos meramente cosméticos. Los obstáculos para una estrategia común y coherente frente a la depresión global resultaron patéticos en muchos momentos. Y, tan pronto como se perfila en el horizonte la silueta de Rusia, de sus servicios secretos y sus hidrocarburos, surgen discrepancias insalvables entre la vieja y la nueva Europa.

Para muchos estados occidentales, empezando por Alemania y Francia, las relaciones con el Kremlin son más importantes que los problemáticos destinos de Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia, Azerbaiyán o Moldavia. La seguridad energética o estratégica es prioritaria para los que realmente mandan en Bruselas, de manera que la OTAN, dirigida por EEUU, se convierte en una garantía para los países que formaron parte del bloque soviético y que no pueden superar la paranoia que les suscita el imperialismo latente de Moscú o que se sienten desamparados por el poder blando de sus consocios europeos. La "asociación oriental" ofrecida por la UE a las seis exrepúblicas soviéticas no deja de ser una argucia para eludir el vidrioso asunto del avance de las fronteras de la OTAN, pero levanta ampollas en Moscú.

Las maniobras de la OTAN en Georgia, que Moscú considera una provocación, constituyen, más que una demostración de fuerza europea, los fuegos de artificio de esos estrategas norteamericanos que pretenden crear un "Israel del Cáucaso". Los europeos están divididos sobre las causas de la guerra georgiana y sus secuelas, inquietos por la cuestión energética, pero dispuestos a actuar como mediadores y observadores, además de prestamistas, una tarea auxiliar que refleja su impotencia y que más parece una aspiración neutralista que una determinación geoestratégica.

La UE sobrevivió a la caída del comunismo, respondiendo a la pregunta planteada dramáticamente en 1989 por el historiador François Furet, mas los retos han cambiado radicalmente en estos dos decenios. Como único "imperio liberal", fundado en la seducción más que en la fuerza, la empresa europea halla grandes obstáculos para la asimilación de nuevos socios y cabe preguntarse si mantendrá su atractivo en medio de la crisis y una situación estratégica harto compleja, con una potencia hegemónica pero declinante y una multiplicación desordenada de los actores regionales.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.