Recomposiciones políticas en Francia

Francia está siendo llevada hacia una derechización de la que no se escapan ni la derecha clásica ni la izquierda. Es en este contexto que François Fillon, quien fue primer ministro del presidente Sarkozy, hizo saber a mediados de septiembre pasado, en el momento en que el Frente Nacional celebraba su universidad de verano, que podrían llegar a haber situaciones en que este partido fuera menos sectario que el Partido Socialista, lo que llevaría a aceptar la hipótesis de un voto para esta fuerza extremista, y a consagrar la idea de un acercamiento al menos ideológico. El ministro del Interior de François Hollande, Manuel Valls, acaba de efectuar unas declaraciones sobre los gitanos rumanos (los roms) que no son muy diferentes de las que hacía la derecha más dura cuando estaba en el poder. Efectivamente, hay sólo una tenue diferencia entre el discurso de Grenoble de Nicolas Sarkozy denunciando en julio del 2010 a los roms y sus “campamentos salvajes”, y las declaraciones tres años más tarde de Manuel Valls criticando también estos asentamientos y explicando que sólo una minoría de roms están dispuestos a integrarse y que la mayoría sólo tiene vocación de retornar a Rumanía o a Bulgaria. Hay que dejar constancia de que estas afirmaciones sobre los roms le han valido a Francia una llamada al orden por parte de Viviane Reding, la comisaria europea de Justicia, y por el portavoz de la Comisión Europea, Olivier Bailly, que ha amenazado a Francia con sanciones por no respetar los tratados europeos.

Pero el paisaje político francés no se reduce sólo a la imagen de una derechización. De hecho, cabe analizar tres procesos distintos.

El primero es el que afecta tanto a la derecha clásica como a la izquierda socialista, con el exponente de una tensión creciente entre dos lógicas opuestas en el seno de cada una de estas fuerzas políticas. En los dos casos asistimos a la existencia de una oposición entre una línea humanista, antirracista, tolerante, ansiosa de respetar los derechos humanos, y una línea favorable a las ideas de cierre, de crítica y de rechazo a las minorías, dispuesta a adoptar medidas extremadamente duras de expulsiones y de traslado de inmigrantes a las fronteras, sin miramientos, con prohibiciones y represión. Las tensiones entre ambas posiciones están tan vivas que pueden llegar a conducir –al menos en la derecha– hasta el estallido, y así se ha podido escuchar a figuras como Jean-Pierre Raffarin o Alain Juppé desmarcarse nítidamente de las declaraciones de François Fillon y reprocharle haber cruzado una línea roja. Y en la izquierda, el Gobierno parece roto entre, por ejemplo, Manuel Valls encarnando la derechización y Cécile Duflot (ministra de la Vivienda y líder del partido verde EELV) o Christiane Taubira, ministra de Justicia. En cuanto al jefe del Estado, en este registro como en otros, da la imagen de un hombre ambivalente, interiorizando las lógicas opuestas y buscando navegar entre ellas, surfeando sobre la ola.

El segundo proceso, marginal, afecta al centro. Cuanto más se divide la derecha entre los que se han desacomplejado y se han abierto a alianzas con el Frente Nacional, y los que las rechazan pero sin querer romper con su partido, más se refuerza el centro, pero sin líneas de fractura, al contrario. Es así como los dos principales líderes centristas, Jean-Louis Borloo y François Bayrou, hasta ahora enfrentados, se mueven en la actualidad hacia un acercamiento sobre la base de un rechazo a todo compromiso con el Frente Nacional y sus llamamientos a una sociedad cerrada y sin tolerancia. El centro político francés sigue siendo débil y sin grandes perspectivas, pero la coyuntura le es favorable, especialmente al abrirse un espacio a su derecha, allí donde electores y militantes políticos no quieren arriesgarse a estar comprometidos por la derechización y el acercamiento a las tesis del Frente Nacional.

Con este último está en marcha también un proceso político: el de la copresencia de dos lógicas distintas y opuestas pero que el discurso populista del FN articula sin dificultades. El Frente Nacional, en efecto, es como yo lo muestro en el libro que publico estos días ( Le Front National, entre extrémisme, populisme et démocratie, Édicions de la Maison des Sciences de l’Homme), un partido que no ha perdido todo su radicalismo, que se considera antisistema, racista, islamófobo, y que al mismo tiempo se esfuerza por aparecer como respetable, digno de ocupar un lugar en el sistema, dotado de un proyecto compatible con la democracia. El Frente Nacional está al mismo tiempo sulfuroso y en proceso de desdiabolización, es antisistema y desea hallar su lugar en el sistema, y estas contradicciones no sólo no le turban sino que incluso parecen permitirle progresar y poner en dificultades a las fuerzas políticas clásicas. Prospera en la contradicción, allí donde el Partido Socialista y la UMP se fracturan.

De tener en cuenta los sondeos, las elecciones municipales de marzo del 2014 y las europeas, dos meses después, darán legibilidad a estos tres grandes procesos que, hoy por hoy, parecen ratificar la crisis de los partidos clásicos de la derecha y de la izquierda, el tímido avance del centro y el empuje mucho más potente del FN. Cabe esperar en Francia readaptaciones, recomposiciones y quizá fuertes desórdenes políticos.

Michel Wieviorka, sociólogo, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.

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