Este mes se cumplieron cien años de la firma del Acuerdo Sykes-Picot, el pacto secreto entre Gran Bretaña y Francia que inició una década de ajustes a las fronteras de Oriente Próximo tras la caída del Imperio Otomano. La mayoría de los comentaristas han hecho una evaluación negativa del aniversario, insinuando que el acuerdo es en gran medida responsable de la frecuencia y persistencia de los conflictos regionales.
Pero esa interpretación roza la caricatura. Mark Sykes y François Georges-Picot trataron de diseñar un plan que permitiera a Gran Bretaña y Francia eludir una rivalidad desastrosa en Oriente Próximo, y lo hicieron bastante bien: su creación evitó que la región se interpusiera entre las dos potencias europeas, y logró sobrevivir por un siglo.
Es verdad que muchas de las fronteras trazadas por Sykes-Picot son reflejo de acuerdos que se definieron en Europa, en vez de realidades demográficas o históricas locales. Pero eso no es exclusividad de Oriente Próximo: la mayoría de las fronteras en todo el mundo son resultado menos del diseño concienzudo o de la elección popular que de una mezcla de violencia, ambición, geografía y azar.
La triste realidad es que el Oriente Próximo de hoy es lo que es porque sus pueblos y sus líderes lo hicieron así. No se les puede echar la culpa a Sykes y Picot por la omnipresente falta de tolerancia y libertad política de la región, su déficit educativo o el trato injusto que reciben sus niñas y sus mujeres. Otras partes del mundo (incluidas algunas que no cuentan con enormes reservas de gas y petróleo) han salido del colonialismo mucho mejor paradas.
Los factores que explican el historial de fracasos de Oriente Próximo (la historia, la cultura, la religión y las personalidades) merecen un examen serio. Pero la cuestión más apremiante en este aniversario tiene que ver menos con el análisis histórico y más con la política actual.
En gran parte de Oriente Próximo, la lucha violenta por el dominio se ha convertido en norma. En cuatro (o tal vez cinco) países de la región, el gobierno no controla partes importantes del territorio del estado. Líbano lleva décadas en esta situación, Irak más de una década, y Siria, Libia y Yemen unos cinco años ya. Milicias, organizaciones terroristas, combatientes extranjeros y otros grupos armados han afirmado diversos grados de autoridad local en la región.
También están las aspiraciones nacionales insatisfechas de los kurdos (de los que grandes poblaciones viven en Turquía, Irak, Siria e Irán) y la cuestión no resuelta de cómo reconciliar la realidad de Israel con los objetivos políticos de los palestinos. La frontera entre Siria e Irak, a todos los efectos, ya no existe. Millones de hombres, mujeres y niños se encuentran viviendo en un país que no es el suyo.
¿Qué hay que hacer entonces? Una opción sería tratar de preservar (o mejor dicho, restaurar) el Oriente Próximo de Sykes-Picot. Pero un intento de reunificar los países que aparecen en el mapa (y hacer efectivas sus fronteras) sería empresa vana. Estos países no volverán a ser lo que eran; vínculos regionales, religiosos, tribales, étnicos e ideológicos han reemplazado en muchos casos a las identidades nacionales.
Una segunda opción sería tratar de negociar los términos de un nuevo mapa de Oriente Próximo, un sucesor de Sykes-Picot. Esto también terminaría en un costoso fracaso. Redibujar el mapa tal vez sea posible algún día, pero habrá que esperar décadas en el mejor de los casos. Sencillamente no hay consenso respecto de la forma que podría tener dicho mapa, y ningún actor o alianza capaz de imponerlo o sostenerlo. Por regla, la diplomacia solo puede ocuparse de hechos establecidos, no establecer hechos nuevos; y hoy los hechos establecidos impiden un acuerdo regional.
Todo esto nos lleva a una tercera opción: aceptar el hecho de que por mucho tiempo, Oriente Próximo no se parecerá a lo que muestran los mapas y los planisferios. No es un argumento para tomar distancia; por muy mal que estén las cosas, siempre pueden estar peor. Para evitar que eso suceda, es posible y necesario fortalecer a gobiernos y organizaciones que cumplan ciertos criterios, y debilitar a los que no.
Pero por mucho que se haga, nada cambiará la realidad básica de la región: fronteras que significan muy poco y gobiernos que solo significan un poco más. Es probable que Siria, Irak y Libia sigan siendo países solo de nombre; importantes partes de cada uno serán en esencia autónomas e independientes, para bien o para mal. El hecho de que Turquía, Irán, Arabia Saudita, Israel, Rusia y Estados Unidos busquen objetivos contrapuestos la mayor parte del tiempo es más motivo para esperar un futuro caótico, sin una base jurídica.
En algunos aspectos, está renaciendo el Oriente Próximo de antes de Sykes-Picot, pero sin el orden que imponía el Imperio Otomano. Por consiguiente, Oriente Próximo va camino de sufrir mucho más en el siglo que viene que en el anterior; una realidad que tal vez nos haga sentir nostalgia de los tiempos de Sykes y Picot.
Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush's special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. His forthcoming book is A World in Disarray. Traducción: Esteban Flamini.