Reconstruir el Líbano

Por Shlomo Avineri, ex director general del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí (ABC, 20/07/06):

La actual crisis en el Líbano es una crisis del Estado libanés. Si se pretende poner fin a la violencia, lo que hay que abordar es esta crisis estructural. Cuando Israel retiró a sus fuerzas del sur del Líbano en 2000, la comunidad internacional entendió que el Gobierno libanés reafirmaría su autoridad en la zona evacuada. Hizbolá, que dirigió la lucha armada contra la ocupación israelí, debía desarmarse y reinventarse como fuerza política para representar a una comunidad chií que tradicionalmente había sido marginada por las élites gobernantes maroní, suní y drusa del Líbano.

Nada de eso ocurrió. En lugar de desplegar a sus fuerzas en el sur del Líbano, el débil Gobierno de Beirut consintió la determinación de Hizbolá de convertirlo en una zona de estacionamiento para preparar ataques contra Israel. Durante los últimos seis años, Hizbolá ha establecido lo que prácticamente es un Estado dentro de otro Estado: su milicia se ha convertido en la única fuerza militar en el sur del Líbano, y ha establecido avanzadas a lo largo de la frontera con Israel, a veces a sólo unos metros de distancia de la misma. De vez en cuando, Hizbolá bombardeaba a Israel, y su líder, Hasan Nasralah, proseguía su espeluznante invectiva, no sólo contra Israel y el sionismo, sino contra todos los judíos.
La resolución 1.559 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exigía explícitamente el desarme de todas las milicias y la reafirmación de la autoridad del Gobierno libanés en el sur, no se acató. Después de la muy anunciada «Revolución del Cedro» de 2005, Hizbolá incluso se unió al Ejecutivo libanés, al tiempo que mantenía sus milicias armadas y el control del sur.

Israel, por su parte, tambaleándose todavía por el trauma de su mal concebida guerra en el Líbano en 1982, optó por no responder a los ataques de Hizbolá con la esperanza de que estos no aumentaran. Sin embargo, esas situaciones tan absurdas tienden a estallar, como ha ocurrido con el secuestro de dos soldados israelíes por parte de Hizbolá en territorio israelí.

La prolongada existencia del Estado ilegítimo de Hizbolá dentro de otro Estado ya no puede tolerarse por más tiempo. Sin embargo, el Líbano es demasiado débil como para hacer valer su soberanía. Por otra parte, Israel no permitirá que Hizbolá vuelva a establecerse a lo largo de su frontera o que conserve sus misiles.

Para lograr cualquier reafirmación de una soberanía libanesa efectiva en el sur del país, se requiere un firme esfuerzo internacional, más allá de los apretones de manos y la retórica actuales. Los principales elementos de una solución internacional de ese tipo son los siguientes:
- Hizbolá debe liberar de inmediato, y sin condiciones, a los dos soldados israelíes.
- Israel debe poner fin a sus actividades militares en el Líbano.
- El Gobierno libanés debe solicitar ayuda internacional para aplicar la resolución 1.559;
- Con este fin, debe instaurarse una fuerza internacional de aplicación sólida y adecuadamente armada.

Para conseguirlo, esta fuerza debe actuar de un modo muy distinto a las anteriores iniciativas fallidas de la ONU en el Líbano. La actual fuerza de la ONU en el sur del Líbano, UNIFIL, es una broma de mal gusto. Al igual que la presencia de la ONU en Srebrenica durante la guerra de Bosnia, UNIFIL ha dado mala fama a la ONU: nunca impidió que los terroristas atacaran a Israel y tampoco detuvo la invasión israelí del Líbano en 1982.

Lo que se necesita es una delegación militar que tenga una autoridad clara para emplear la fuerza. Esa delegación debería ser internacional y contar con el visto bueno de la ONU, pero no ser una fuerza de la ONU. Podría basarse en las capacidades de la OTAN, con un fuerte ingrediente europeo. Para dar más legitimidad a su delicada misión en un país árabe, deberían incorporarse soldados de Marruecos, Arabia Saudí y, tal vez, Pakistán.

La misión de esa fuerza consistiría en ayudar a desplegar - por la fuerza, si fuese necesario- al Ejército libanés en el sur de Líbano, participar en el desarme de Hizbolá y patrullar la frontera entre Israel y Líbano para garantizar que no se produzcan incursiones desde ningún lado. Y, por último, pero no menos importante: apenas se conoce el hecho de que una anomalía de la condición del Líbano hasta hoy es que Siria no ha reconocido plenamente su existencia como nación soberana (en los libros de texto sirios, el Líbano figura como parte de la Gran Siria). En consecuencia, no existen unas relaciones diplomáticas normales entre los dos países: no hay Embajada siria en Beirut ni Embajada libanesa en Damasco.
Esto es absurdo y peligroso, y la desventurada Liga Árabe nunca lo ha abordado verdaderamente. Para reforzar la independencia y la seguridad libanesas, y de acuerdo con la resolución 1.559 de la ONU, que provocó la retirada de las fuerzas sirias del Líbano, debería presionarse a Siria para que reconozca la soberanía y la independencia del Líbano.

La existencia de Hizbolá como un mini-Estado en el sur de Líbano es una violación flagrante de la soberanía libanesa. Ese vacío de autoridad legítima ha generado la crisis actual y debe ser extirpado. El Líbano no puede establecer su soberanía en el sur del país por sí mismo, y la fuerza militar israelí es incapaz de hacerlo. Unas palabras vanas desde San Petersburgo, Bruselas o la sede de la ONU no serán suficientes, ni tampoco un mero alto el fuego, ya que eso, sencillamente, devolvería a la zona al punto de partida. Por el contrario, se requiere un cambio esencial. Sólo una fuerza militar efectiva y con legitimidad internacional puede proporcionarlo. De lo contrario, estamos todos condenados a la prolongación de los actuales ciclos de violencia.