Reconstruir más

El presidente norteamericano, Joe Biden, quiere “reconstruir mejor” después de la pandemia. Es un objetivo ampliamente compartido. ¿Pero qué significa exactamente y cómo deberíamos hacerlo?

Claramente, deberíamos reconstruir con más igualdad de oportunidades. Muchas comunidades en Estados Unidos y otras partes del mundo desarrollado no se verían desencajadas en un país pobre: escuelas decrépitas, infraestructura en ruinas y crecientes niveles de disfunción social, que incluyen criminalidad y drogadicción.

Estas comunidades se han achicado en tanto la gente con oportunidades en otras partes se ha marchado, dejando a todos los demás en un miasma aún más espeso de desesperanza. Algunas de estas comunidades han sido desaventajadas por mucho tiempo, al haber sido golpeadas por una ola previa de desempleo inducido por el comercio o la tecnología. Otras han quedado rezagadas más recientemente, aunque por razones similares.

Pero la tecnología y el comercio también han creado nuevas posibilidades para la actividad económica en estas comunidades, y de ahí que exista un potencial de recuperación económica. La pandemia del COVID-19 ha obligado a muchos a trabajar desde casa y a conectarse con sus colegas vía Internet, reduciendo en gran medida cualquier estigma antes asociado con este tipo de funcionalidad. Después de que termine la pandemia, muchas empresas les ofrecerán a sus empleados la opción de ir a la oficina sólo cuando sea necesario.

En ese caso, la casa de un trabajador no tiene por qué estar en el mismo distrito, ni siquiera en el mismo estado, que su oficina. En tanto los trabajadores capacitados en las ciudades busquen lugares más baratos y menos congestionados para criar una familia, algunos tal vez quieran regresar a sus raíces –a lugares que han abandonado hace mucho tiempo-. Y dado que las reuniones de negocios presenciales se vuelven cada vez más prescindibles, empresas enteras también pueden reubicarse. Estas tendencias impulsarán la demanda de bienes y servicios locales, creando más empleos a nivel local.

La tecnología no sólo ayuda a propagar la actividad económica geográficamente, sino que también puede conectar zonas remotas con mercados en todas partes. Como señala Adam Davidson en su libro The Passion Economy: The New Rules for Thriving in the Twenty-First Century, las plataformas online permiten que empresas pequeñas publiciten productos de nicho a nivel global, y que potenciales compradores especializados los encuentren. Por ejemplo, los Wengerd, una familia amish de Ohio, han creado un negocio floreciente que vende equipamientos agrícolas de vanguardia acarreados por caballos –un mercado de nicho si lo hay- a otras granjas amish en Estados Unidos.

No todas las comunidades pueden florecer aún en estas circunstancias alteradas. Años de desinversión en infraestructura, inclusive en banda ancha, parques y escuelas, pueden hacer que algunas comunidades resulten poco atractivas para profesionales bien pagos y sus familias. Altos niveles de delincuencia y drogadicción podrían mantener alejadas a las empresas. Y los trabajadores locales tal vez necesiten una capacitación para los nuevos empleos calificados. Las comunidades quizá necesiten cambiar para atraer a la actividad económica, ¿pero cómo lo hacen si no hay, en primer lugar, más actividad económica?

La respuesta tentadora pero equivocada es centralizar la solución. Los programas masivos universales diseñados en una capital nacional o estatal no pueden abordar los desafíos específicos de una comunidad local. Para una comunidad, el mayor problema puede ser la falta de un acceso rápido y asequible a redes de transporte; para otra, puede ser la falta de tomacorrientes seguros para energía nueva. Los habitantes de una comunidad son los que mejor entienden las necesidades más acuciantes.

La respuesta ciertamente incluye más financiamiento externo, inclusive más subsidios impositivos para alentar la inversión en “zonas de oportunidad”. Pero eso no es suficiente. Sin autoridades locales comprometidas que diseñen planes para abordar los desafíos locales específicos, y una comunidad decidida a ayudar y a monitorear su trabajo, es muy probable que los fondos se terminen malgastando. Desafortunadamente, años de desesperanza pueden agotar a los líderes de la comunidad y generar indiferencia entre sus integrantes.

¿Qué podría motivar el cambio? Una posibilidad es que el gobierno nacional o estatal (o las instituciones filantrópicas) creen concursos de préstamos para financiar a grupos con propuestas innovadoras para proyectos en sus comunidades. Idealmente, un proyecto contaría con el respaldo de las autoridades de la comunidad (como la municipalidad), pero eso no tiene que ser esencial si se puede realizar sin su apoyo.

Sin embargo, la magnitud de la participación y del compromiso de la comunidad en el proyecto sería un criterio importante para el financiamiento. De manera que, por ejemplo, un jardín público creado y mantenido por la comunidad sería preferible a un parque construido por un contratista. Un liderazgo comunitario más fuerte y una participación social más amplia deberían ser rasgos importantes de las propuestas financiadas.

A los líderes de proyecto también se les daría acceso a consultores profesionales, que podrían ayudar a remediar los puntos flojos de la propuesta, así como a líderes de proyectos similares en otras partes como para que surjan grupos de apoyo ad hoc. No se financiarían todas las propuestas, por supuesto, pero el proceso de que los ciudadanos privados se junten para diseñar un proyecto puede crear el punto de partida de un nuevo liderazgo local si el actual está dormido al volante. Si el concurso de fondos puede revivir o generar una energía local más amplia, habrá funcionado.

Asimismo, los postulantes que no salen elegidos pueden volver a presentar sus propuestas de proyectos en otros concursos después de resolver los puntos débiles anteriores, sustentando así el entusiasmo que generó la propuesta inicial. Finalmente, las lecciones de las iniciativas exitosas se podrían compartir con otras comunidades que buscan sus propios proyectos, con el objetivo de establecer una red de aprendizaje que pueda compartir ideas, experiencia, mejores prácticas y obstáculos comunes.

Esto no es una teorización ociosa. Países desarrollados como Canadá han venido creando este tipo de redes para encontrar remedios de abajo hacia arriba para los problemas locales que hasta el momento no han respondido a las soluciones propuestas.

Los países desarrollados gastan enormes cantidades de dinero en un intento por recuperarse de la pandemia. Sería una verdadera vergüenza si este dinero se malgastara en planes antiguos y agotados que rara vez funcionaron. El dinero debería ir a manos de quienes necesitan desesperadamente nuevas oportunidades, y saben cómo crearlas. Ésa puede ser una de nuestras mejores esperanzas para reconstruir mejor.

Raghuram G. Rajan, former governor of the Reserve Bank of India, is Professor of Finance at the University of Chicago Booth School of Business and the author, most recently, of The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind.

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