Recordando a Blasco Ibáñez

Hoy 11 de abril se cumplen 100 años del acto formal de la posesión de una gran extensión de tierras que el Gobierno argentino cedió a Vicente Blasco Ibáñez, de acuerdo con el contrato suscrito por él, para dedicarlas al cultivo intensivo del arroz. Don Vicente eligió para su colonia un campo de cinco mil hectáreas situado a quince kilómetros de la ciudad de Corrientes, en lo alto de la barranca que forma allí el curso del río Paraná, en el paraje llamado Rincón de Lagraña. Este es uno de los muchos aspectos de la personalidad de Vicente Blasco Ibáñez, que con dicho motivo fundó, además de la ciudad de Cervantes, la ciudad de Nueva Valencia, lo que indica el amor que él tuvo para esta, su tierra natal. La ciudad de Nueva Valencia, en la provincia de Corrientes, es hoy día un recuerdo, pero las plantaciones de arroz auspiciadas por don Vicente tuvieron éxito y todavía proporcionan riqueza a este país. No olvidemos que hace 100 años la mayor parte de habitantes en la región eran muy pobres. Algunas fotografías de la época muestran a don Vicente en compañía de los indios pampas, descalzos y mal vestidos con harapos.

Quiero agradecer a mi amiga y compañera Rosa María Rodríguez Magda, del Consell Valencià de Cultura, el número 111 de la revista Debats, dedicado en gran parte a la figura de Vicente Blasco Ibáñez. Es un número verdaderamente espléndido, que recuerda los aspectos fundamentales de la aventura de don Vicente en Sudamérica, donde perdió su fortuna y se endeudó, y donde trabajó asiduamente durante mucho tiempo en tareas organizativas y sociales. Tanto es así que su obra literaria se resintió, y estuvo casi cinco años sin escribir.

Debo confesar que mi respeto y admiración por este gran hombre empezó muy temprano, cuando yo estaba gravemente enfermo a los 14 años, ahora creo que por unas tifoideas aunque me diagnosticaron tuberculosis. En consecuencia pasé cerca de un mes encamado, y recibiendo largas cantidades de calcio intramuscular. Afortunadamente un amigo de mi padre tenía todos los libros de don Vicente, que leí, sino todos, la mayor parte, ese verano del 36, cuando la Guerra Civil conllevaba atrocidades mayores que las descritas en parte por don Vicente. Sin duda, mi amor por el mar se debe, en buena parte, a las lecturas de las obras de don Vicente.

Desde luego la figura de don Vicente está y estaba bastante olvidada. Mi buen amigo Carlos Sentí, que desgraciadamente no se encuentra con nosotros desde hace muchos años, insistió en recuperarla y consiguió convencer al Ayuntamiento de Valencia para que la gran avenida llamada Paseo al Mar se bautizase con el nombre de Vicente Blasco Ibáñez. Desgraciadamente, en la actualidad la avenida no llega todavía a su destino final, como en su momento se imaginó que haría. Esperemos que este problema se resuelva para la satisfacción y el recuerdo de mi amigo Carlos.

Como es sabido, don Vicente Blasco Ibáñez está enterrado en el Cementerio General de Valencia, en un nicho corriente. Todos los planes para hacerle un enterramiento adecuado no han prosperado. El primero tuvo lugar cuando sus restos llegaron a Valencia, en 1933, procedentes de Menton, Francia, donde había fallecido. Ese año, el Ayuntamiento realizó un concurso para la construcción de un mausoleo, que empezó a construirse en 1935. Paralelamente, se encargó un sarcófago al conocido escultor Mariano Benlliure, que había sido amigo de don Vicente. Dicho sarcófago fue entregado, pero la Guerra Civil interrumpió las obras del mausoleo, cuando ya se había construido el cuerpo principal. Los restos de don Vicente pasaron a ocupar el nicho donde aún se encuentra. Al terminar la contienda, el mausoleo fue derribado, sin duda por la identificación que el bando vencedor hacía entre Blasco Ibáñez y la República.

Decía Max Aub. «Aquí, en el cementerio civil, en un nicho con el alto relieve de mármol blanco tallado muy modern stylese lee "Vicente Blasco Ibáñez" y sus fechas (creo). Nada más. Bastante abandonado. Pequeña. Un nicho. Nada…». «Lo que importa, lo que me impresiona, es esa triste placa de mármol, más o menos solitaria, de Blasco, ahí en el cementerio civil, escondida… Lo triste es esto: esta placa de mármol de un estilo pasado de moda, abandonada, cerca del suelo, con los restos de medio siglo de su ciudad».

En los últimos cincuenta años se ha discutido mucho dónde don Vicente debe ser enterrado definitivamente. A falta del mausoleo tenemos el magnífico sarcófago de bronce que Mariano Benlliure hizo para don Vicente, y en el que figuran escenas y personajes de muchas de sus obras. Al parecer, alguien lo rescató y lo colocó en una especie de capilla bien resguardada en el Centro del Carmen, un museo que ha sido rehabilitado extensivamente y en el cual, muy cerca de donde se encuentra el féretro de don Vicente, había hasta hace unos años un número considerable de cadáveres enterrados de monjes, los cuales fueron extraídos, de modo que en la actualidad no queda más recuerdo de ellos que alguna celda.

A mi parecer, sería más que indicado, y así lo he comentado muchas veces con mis colegas del Consell Valencià de Cultura, proponer el traslado de los huesos de don Vicente al sarcófago de Mariano Benlliure del remodelado Museo del Carmen. Eso permitiría que la gente lo recordara adecuadamente. Así, en la reciente ceremonia de inauguración de la remodelación del Museo, vi a mucha gente examinar con atención el espacio que contiene el féretro de don Vicente Blasco Ibáñez, y el propio féretro.

El Consell Valencià de Cultura se ha preocupado varias veces por este asunto, y en 2005 publicó el Informe sobre los restos de Blasco Ibañez, , coordinado por mi amigo y compañero Vicente Muñoz Puelles, cuya lectura les recomiendo.

No es raro el que a los miembros del Consell Valencià de Cultura nos interese el tema, ya que nuestra sede del Palacio de Forcalló está enfrente mismo del Museo del Carmen, donde se encuentra el féretro, y solo tenemos que cruzar la calle para verlo. Además, el abuelo de Vicente Muñoz Puelles, quien, como ya he dicho, coordinó nuestro informe sobre los restos, fue médico del propio Blasco Ibáñez, y tuvo en su casa, hasta hace pocos años, la senyera de su abuelo, que fue la bandera con la que se cubrió el ataúd de don Vicente a su glorioso regreso a Valencia en 1933. Como dicha senyera era demasiado grande y no cabía en el nicho, fue sustituida a última hora por otra de dimensiones más pequeñas, también del médico de Blasco Ibáñez. Con ese motivo, el diario Pueblopublicó, por errata, que Blasco Ibáñez había sido enterrado «con la señora de Muñoz Carbonero».

Recomiendo a los interesados, pues, el informe del Consell Valencià de Cultura sobre los restos de Blasco Ibáñez y el Epistolario de Vicente Blasco Ibáñez–Francisco Sempere(1901-1917), que el propio CVC publicó en 1999, dentro de la colección Monografies. Y también, cómo no, los cuentos y las estupendas novelas de nuestro admirado don Vicente.

Por Santiago Grisolía, presidente del Consell Valencià de Cultura.

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