Hace 83 años, el 1 de septiembre de 1939, Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania tras la invasión nazi a Polonia. A lo largo de la 2ª Guerra Mundial, el presidente norteamericano Roosevelt, que entró en guerra dos años después, aseguraba: «Yo garantizo que Polonia saldrá ilesa de esta guerra».
La 2ª Guerra Mundial se inició pues para defender la integridad territorial de Polonia, pero lo cierto es que al final de la misma, Rusia instaló un Gobierno satélite en Varsovia, y se quedó con una importante parte oriental, luego integrada en las repúblicas soviéticas de Bielorrusia y Ucrania. Si de lo que se trataba era de defender a los países surgidos de Versalles, el propósito de los aliados no se cumplió ya que Polonia perdió territorio y soberanía.
Sólo después de la caída del Muro de Berlín desaparecieron el Comecon en lo económico y el Pacto de Varsovia en lo militar. Este último permitió el empleo de tropas soviéticas en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968.
Todo ello pertenece al pasado, pero hay que recordar que incluso antes de 1945 entre la URSS, Gran Bretaña y los EE. UU. no reinaba la armonía. Stalin se quejaba constantemente de que no llegaba suficiente armamento de los occidentales. Protestaba porque no se abría el segundo frente (el desembarco de Normandía únicamente se produjo en junio de 1944). Se negaba a desplazarse demasiado lejos a las Cumbres y consiguió que Roosevelt (enfermo terminal) viajara a sitios tan remotos para él como Teherán y Yalta. Stalin callaba mucho en las reuniones, pero se imponía siempre a sus divididos aliados.
También obtuvo la confirmación de todos los territorios ocupados (incluido el trozo de Finlandia que se anexionó en diciembre del 1939), la división alemana con la creación de dos Estados y llevar la frontera de Polonia a la línea Óder-Neisse.
Luego vino la «Guerra Fría», pero Potsdam siguió vigente durante 40 años hasta la desaparición de la Unión Soviética, derrotada no por la guerra sino por la realidad. En esa Unión Soviética estaban integradas «libremente» 15 repúblicas, hasta su disolución durante el mandato de Yeltsin.
¡Qué gran paradoja que el país más extenso del planeta se sienta siempre amenazado en su seguridad y qué antiguo el planteamiento de Putin, deseoso de restablecer el imperio ruso a costa de sus vecinos y conseguir ganancias territoriales!
Como afirman muchos comentaristas internacionales, tras las intervenciones rusas en los últimos tiempos en el Donbass (guerra híbrida), Georgia y Crimea, hubo, sí, sanciones económicas por parte de los occidentales, pero que no hicieron mucha pupa. Putin intervino en Siria y tampoco pasó nada. Los magnates rusos siguieron paseando sus lujosos yates por los puertos del Mediterráneo. Los rusos pudieron seguir viajando al exterior, comprando propiedades y consiguiendo permisos de residencia «visa oro». Y Alemania y Holanda siguieron comprando mucho gas ruso, con el excanciller Schroeder como valedor. Es cierto que Putin dejó de acudir a los G8, pero seguía en el G20 y nadie disputó a Rusia el asiento permanente (con el consiguiente derecho de veto en el Consejo de Seguridad). ¿Se ha portado Occidente realmente tan mal con Rusia en los últimos tiempos?
Se han escuchado algunas voces autorizadas de militares y diplomáticos españoles en el sentido de que «no aprobaban» pero «comprendían» la «operación militar especial» que ya dura más de un mes. El razonamiento no me convence porque es el mismo que utiliza el que roba si se encuentra en situación de necesidad. La agresión de Rusia a Ucrania no se justifica ni por razones de seguridad, ni de carácter histórico, ni por provocaciones previas.
En el magnífico libro «Hitler y Stalin» de Lawrence Rees, se recoge la afirmación de Putin de que «las tropas soviéticas no invadieron Polonia en septiembre de 1939». Pero sí lo hicieron. Tras el Pacto Ribbentrop-Molotov, las dos autocracias (nazi y soviética) se pusieron de acuerdo para repartirse brutalmente Polonia, operación que liquidaron en 6 semanas. Siempre es posible retorcer la verdad y decir que lo negro es blanco.
La actual guerra de Ucrania nos ha traído a la memoria ciudades y batallas que tuvieron protagonismo en estos lugares entre 1939 y 1945. También la tremenda hambruna que sufrió Ucrania en los años precedentes, en la que perecieron, al parecer, cuatro millones de personas. Alrededor de Jarkov tuvieron lugar varios sonados encuentros bélicos en la 2ª Guerra Mundial. Y en Vinnitsa estuvo emplazado uno de los cuarteles generales de Adolf Hitler. También recordamos, por su cercanía geográfica, las ejecuciones de oficiales y soldados polacos, en 1939 y en 1944 (Katyn) coincidiendo con los avances del Ejército Rojo.
De la guerra sabemos poco. Pero sabemos que dura ya demasiado, mucho más de lo que el ejército ruso esperaba. Sabemos que ha producido enormes daños materiales, que miles de personas han perdido la vida y que han salido del país millones de ucranianos en calidad de refugiados. Sabemos que Zelenski y su Gobierno resisten. Y que no servirá ni para dar mayor seguridad a Rusia, ni para mejorar la cotización del rublo, ni para escribir una página gloriosa de su historia. Aunque, como en el tiempo de la fenecida URSS, nos intenten vender lo negro como blanco.
Gonzalo Ortiz es embajador de España.