"Recuerda Balaclava"

Si fuera cierto el famoso aforismo invertido de Foucault de que la política es la continuación de la guerra por otros medios, se podría concluir que ambas comparten la misma estrategia de victoria: gana quien consigue elegir el campo de batalla.

Parece evidente que los titulares de estos últimos días apuntan a Pedro Sánchez como al gran beneficiario del terreno de juego que se ha terminado fijando durante esta campaña: eutanasia, pensiones, cloacas del Estado, aborto, empleo público, semana laboral, prisión permanente… Es cierto que todos ellos son temas cruciales en la vida de un país y, por tanto, alimento nada sorprendente de una campaña electoral. Pero ocurre que las elecciones del 28 de abril no son unas elecciones más.

Dos son las razones que lo podrían explicar.

Una, la invocada por los más pesimistas, justifica que estas elecciones son distintas porque, pese a ese mantra tan presuntuosamente confiado de los cuarenta años de normalidad democrática, lo que los españoles nos estaríamos jugando el 28 de abril no sería sólo nuestro futuro en materia de bienestar, educación, justicia o regeneración institucional, sino el fundamento previo de todo: nuestra libertad y nuestra igualdad. Porque de eso va la cuestión catalana (y en esto sí aciertan los pesimistas) con la que Sánchez se ha mostrado tan apaciguador, por mucho que Podemos y el independentismo catalán y vasco intenten disfrazar el legítimo combate democrático contra el procés bajo la caricatura de esa “España Una, Grande y Libre”, que tan sólo habita como enemigo inventado en sus relatos fantásticos, tan necesitados de épica como sobrados de gente madura haciendo el ridículo.

La cuestión catalana va del derecho a la igualdad, porque está en juego el derecho de todos los españoles de Cataluña a no ser tratados como extranjeros en su propia tierra. Y va de libertad, porque también está en juego el derecho de todos los españoles, de Cataluña y de fuera de ella, a poder decidir el destino de hasta el último trozo de su patria, residan o no en él.

La segunda razón, menos dramática, es la esgrimida por los que saben que la historia de esta España nuestra, crónicamente enferma, es la historia de una sucesión de intentos de eutanasia felizmente nunca consentidos por el enfermo y, por eso mismo, nunca definitivamente consumados. Según ella, la singularidad de estas elecciones no reside en el riesgo, si ganase Sánchez, de una extinción inevitable de nuestra condición de ciudadanos libres e iguales, sino en el riesgo de que todo un pueblo decida perderse el respeto a sí mismo, olvidando las afrentas sufridas a manos de quien, por el más sórdido mercadeo, incumplió su deber de defender la dignidad del pueblo al que servía.

De esto sí van las elecciones del 28 de abril. De recordar o de olvidar los nueve meses de cobardía constitucional y democrática de Pedro Sánchez frente a los independentistas. Ésta es la singularidad de estas elecciones, que Sánchez pretende hacernos olvidar definiendo el terreno del debate como si nada hubiese pasado.

Se dice que la famosa carga de la Brigada Ligera en la batalla de Balaclava, en la que la artillería rusa masacró a placer desde las alturas a la caballería británica, no solo dio origen al célebre poema de Tennyson, sino también a un temible grito de guerra con el que, a partir de entonces, los soldados ingleses se enardecían unos a otros cada vez que se lanzaban contra los rusos: “Recuerda Balaclava”.

Probablemente fuese esto lo que se tendría que repetir en cada uno de los mítines y debates que se celebren a lo largo y ancho de toda España, hasta el minuto último de la campaña, marcando a golpes de memoria y de exigencia de reparación el terreno del debate electoral:

“Recuerda la humillación de los veintiún puntos de Torra, que Sánchez mansamente recogió y ocultó”.

“Recuerda las preguntas a Sánchez sobre los indultos, una tras otra, y sus silencios, uno tras otro”.

“Recuerda la purga ordenada por Sánchez del abogado del Estado que se negó a rebajar la acusación”.

“Recuerda la mesa de partidos admitida por Sánchez, ninguneando a las Cortes Generales como únicas representantes del pueblo español”.

“Recuerda al relator aceptado por Sánchez, humillando al Estado con su rebaja a la condición de mero igual de una de sus partes”.

“Recuerda la Ley de Abusos Policiales consentida por Sánchez, entre insultos de franquistas y nazis dirigidos por Bildu a policías y guardias civiles”.

“Recuerda la foto de Idoia Mendía, justificada por Sánchez, compartiendo sonrisas y brindis con Arnaldo Otegi”.

“Recuerda la pasividad de Sánchez frente a los insultos, los golpes, los acosos y las humillaciones sufridas por quienes defendieron y defienden en Cataluña la libertad de todos”.

“Recuerda todo esto, cierra los ojos y piensa como te sentirías si el 29 de abril, al volver a abrirlos, su protagonista te sonriese desde la tribuna del Congreso, presentándose como el nuevo presidente del Gobierno durante cuatro años más”.

Probablemente, estos son algunos de los postes que deberían delimitar el campo de batalla de esta campaña. Aún no es tarde.

De recordar lo vivido durante estos últimos meses quizás dependa el que los españoles de hoy no tengamos que padecer la misma sensación de naufragio moral que experimentaron muchos de nuestros abuelos, que terminaron sintiéndose traidores a la causa de su propia libertad por no haber hecho algo más por defenderla.

Marcial Martelo de la Maza es abogado y doctor en Derecho.

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