El Consejo de Ministros acaba de aprobar el IV Plan Director de la Cooperación Española y, salvo referencias genéricas a las cuestiones de carácter “transversal”, puede decirse que el medio ambiente en general, y la naturaleza en particular, estarán ausentes, durante años, de la ayuda española a otros países. No habrá acciones específicas en materia de conservación y recuperación de la biodiversidad, protección y uso racional de los espacios naturales, integración territorial de los ecosistemas, o gestión de los servicios ambientales.
Oficialmente, España ya no entiende que ayudar a otros países a preservar su patrimonio natural básico sea cooperar a su desarrollo. Algo realmente excepcional entre los países donantes, y difícil de explicar, sobre todo en la situación de cambio global y necesidad de fundamentos frente a la incertidumbre que atraviesa nuestra civilización.
Que el volumen de la ayuda disminuya a causa de la crisis económica no es excusa para equivocar las prioridades. En los veinte últimos años, la contribución directa de España al progreso de otros países ha madurado hasta extremos antes impensables. Su pasado reciente situó el leitmotiv de todos los enfoques y tareas en el camino hacia la superación de la pobreza y el cumplimiento, antes de 2015, de los demás Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Ahora, hemos olvidado que, entre esas metas compartidas a escala global, los seres humanos aspiramos por vez primera a garantizar el carácter duradero de nuestras sociedades en términos ecológicos y ambientales. Nada en el nuevo modelo de la Cooperación Española recuerda que los convenios internacionales sobre la Diversidad Biológica, sobre el Cambio Climático, y de Lucha Contra la Desertificación han sido aceptados como las herramientas más eficaces de la humanidad para procurarse un futuro a largo plazo, en coexistencia viable con todas las demás especies habitantes de la Tierra.
La aplicación cabal de estos instrumentos resulta de especial importancia allí donde todavía quedan rumbos principales por trazar, es decir, en los países en desarrollo. No es posible, en una sociedad avanzada del comienzo del siglo XXI, plantear un discurso de ayuda al desarrollo que sea ajeno al papel de la naturaleza como escenario, proveedor, y soporte de todos los procesos. No cabe hoy hablar de cooperación sin hablar de medio ambiente.
La ayuda moderna al desarrollo necesita incorporar entre sus líneas estratégicas una componente ecológica y ambiental capaz, en primer lugar, de producir actuaciones específicas, ligadas a casos prioritarios concretos, y, más allá de eso, de “contagiar” la acción cooperante en su conjunto; de contribuir al establecimiento de modelos de desarrollo generadores y restauradores de armonía entre las poblaciones humanas y el medio que habitan, usan y construyen.
En el pasado reciente, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) tradujo este compromiso en programas específicos de cooperación en materia de conservación de la diversidad ecológica y desarrollo territorial sostenible. Fue el caso de "Azahar" para la cuenca del Mediterráneo, Oriente Próximo y África, y de "Araucaria" para Iberoamérica y el Caribe; programas que en pocos años contribuyeron de modo relevante a lograr desarrollo local con respaldo social en treinta países, gestionando proyectos temáticos, proyectos integrales y actuaciones horizontales de carácter educativo y difusor, incluyendo acciones y ejemplos emblemáticos como los de Haití-República Dominicana, Islas Galápagos, Mauritania o la República Democrática del Congo; y diversificando progresivamente los motivos de su atención, desde el ámbito inicial centrado en los espacios naturales protegidos y las especies amenazadas, pasando por un enfoque basado en ecosistemas completos, para abordar, finalmente, las facetas ambientales de la agricultura, la gestión de residuos, el acceso al agua potable, las energías limpias y el fortalecimiento de las instituciones; y reforzado todo ello por un trabajo transversal de formación, investigación y equidad de género.
La idea matriz de estos programas, la que postula que ayudar a preservar el medio ambiente forma parte de la esencia misma de la cooperación, es la que ahora ha desaparecido de forma drástica e incomprensible. Es importante revertir esta injusta situación, que perjudica, sobre todo, a los menos favorecidos. Ayudar a otros países a conservar su naturaleza, y a generar economía y progreso en torno a ella, es asegurar las claves de un bienestar sostenible para todos.
Eduardo Crespo de Nogueira y Greer ha sido director del Programa Araucaria XXI en la AECID. José Jiménez García-Herrera ha sido consejero técnico del Programa Azahar en la AECID.