Recuperar el crecimiento

El panorama que ofrece la economía española a finales del primer semestre es de aparente confusión junto a una realidad evidente. La aparente confusión se aprecia en los datos de los componentes del PIB. La realidad evidente, en el volumen creciente de paro derivado de una producción que sigue en tasas negativas de crecimiento pese a que el escenario mundial esté cambiando hacia el optimismo. Esta situación ambivalente ha permitido afirmar a algunos que nos encontramos en la senda de una pronta recuperación y a otros que quizás otros países hayan encontrado esa senda pero que España sigue inmersa en la crisis más profunda que las generaciones actuales recuerdan.

En efecto, a finales del segundo trimestre del año el consumo de nuestros hogares venía creciendo en valores absolutos y términos reales desde el cuarto trimestre del año pasado, crecimiento que le situaba en los valores alcanzados casi un ejercicio antes de la crisis. Magníficos resultados si no fuese porque, por la época del despegue del consumo -último trimestre del 2009-, se anunciaba a bombo y platillo una fuerte subida del IVA para la segunda mitad del año actual, lo que constituía un anuncio anticipado poco usual en este tipo de medidas. Ese anuncio forzó una fuerte aceleración de las ventas antes de la puesta en vigor del aumento impositivo y constituyó un caso de manipulación fiscal como nunca hasta entonces se había producido en nuestro país.

Frente a esa manipulación, la dura realidad de la crisis parece imponerse una vez desaparecidos sus efectos. El índice general de comercio minorista a precios constantes ha registrado una variación interanual del -2,2% en julio, más de tres puntos por debajo de la registrada en junio, y las ventas de automóviles se han hundido en el vacío después de los brillantes crecimientos de los meses anteriores. Otro tanto está ocurriendo con la venta de viviendas. Por eso no puede descartarse una recaída del consumo de los hogares en el segundo semestre si nuestros gobernantes no ponen en juego algún otro artificio para anticipar el consumo. Ni imaginación ni consejos les faltarán para intentarlo.

La crisis, sin embargo, no parece haber existido para el consumo público, que ha venido creciendo a una tasa acumulativa anual por encima del 4% en términos reales desde el segundo semestre del 2006. Como los datos actuales apenas si recogen los efectos de nuestro «Pearl Harbor» (Zapatero dixit) de mayo, cabe esperar que, si se cumplen los compromisos a que fue forzado nuestro Gobierno, el consumo público también flexione a la baja en la segunda mitad del año. Por su parte, la formación bruta de capital fijo sigue cayendo en valores absolutos y términos reales, aunque más lentamente quizá porque no quede más remedio que reponer los equipos que van consumiéndose y porque también se hayan aprovechado los meses anteriores al aumento del IVA. Además se ha producido una apreciable acumulación de existencias, impulsada igualmente por esa subida, lo que ha prestado apoyo a la demanda interior durante la primera mitad de este año. A todo ello hay que agregar una cierta mejora en nuestro saldo exterior en términos reales -es decir, en la diferencia entre exportaciones e importaciones a precios constantes- aunque sus cifras sigan siendo negativas y las exportaciones no lleguen siquiera al 85% de las importaciones. Pero, pese a todo, el PIB ha experimentado tasas negativas interanuales que apuntan a una caída superior al 0,7% para este año, mejor, en todo caso, que la caída del 3,7% del año anterior.

Para completar este panorama, el endeudamiento frente al exterior continuó aumentando en el primer trimestre, con apreciables incrementos en la deuda pública y en la de nuestras entidades financieras, aunque con recortes en las deudas de las familias y de las empresas. Como el Banco de España es parsimonioso en suministrar algunas de sus más sensibles informaciones, todavía no conocemos los datos del segundo trimestre, pero es probable que hayamos seguido endeudándonos frente al exterior, impulsados por el sector público y el sistema financiero.

Poco nuevo, pues, respecto a nuestra situación económica. Pese a la importante influencia del efecto anuncio del IVA, seguiremos un año más en crisis, es decir, en tasas negativas de crecimiento de nuestra producción y en niveles ascendentes de paro. Además, nuestros problemas de fondo siguen siendo casi los mismos. Hemos mejorado algo la estructura de nuestra producción si se la compara con la que teníamos a principios de esta década, pero no por una política dirigida a ese objetivo sino por el brutal hundimiento de la construcción. Buena prueba de ello es que el peso relativo de nuestra agricultura, de nuestra industria y de nuestra energía ha seguido disminuyendo. Sus pérdidas de importancia se han compensado con el aumento de los servicios, muchos de los cuales no son de mercado sino suministrados por el sector público y financiados mediante impuestos.

En el ámbito financiero -otro de los más importantes escenarios de nuestra crisis- los recientes test de resistencia y las medidas para la reforma de las Cajas de Ahorros parecen haber calmado el panorama, mostrándonos unas entidades que, salvo muy pocas excepciones, cumplen con los requisitos de capital mínimo hoy vigentes. Aparte de que esos test supongan un reducido esfuerzo en las pruebas efectuadas, lo más importante es que el cómputo del capital necesario se ha efectuado bajo el vigente criterio de niveles mínimos, mucho más benévolo que el que pretende aplicarse en los próximos años. Y también que se han computado como capital de primer nivel acciones y participaciones preferentes que quizá no puedan seguir teniendo esa consideración en el futuro. Como el volumen de esos títulos es considerable y los nuevos niveles mínimos de capital más elevados y más limpios de tales títulos preferentes, resulta fácil prever un futuro complicado para muchas entidades, que tendrán que buscar capital adicional en unos mercados que no apreciarán demasiado su pertenencia a un país de bajos crecimientos y fuertes tasas de paro. Mal panorama para que pronto mejore el crédito a las empresas y familias, crédito que hoy se enfrenta, además, a la insaciable competencia de un sector público ansioso de nuevos recursos.

Tampoco parece que se haya avanzado mucho en equilibrar ese sector público, pese a los propósitos de enmienda formulados solemnemente por nuestro Gobierno ante la presión de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional. Esos propósitos se han concretado por ahora en reducir los sueldos de los funcionarios públicos, en la congelación de las pensiones y en algunos recortes en las obras públicas con marcha atrás incluida. Ha sido hasta ahora el fuerte crecimiento de la recaudación por el IVA, generada no por la subida de sus tipos sino por la anticipación de las ventas, la que ha reducido significativamente el déficit del Estado, aunque falta por ver lo que ocurrirá con el de las Comunidades Autónomas y el de los Ayuntamientos, que están padeciendo una angustiosa situación de insuficiencia financiera. Esa insuficiencia y el final de la anticipación del IVA hacen temer por el efectivo cumplimiento de las promesas del Gobierno sin recurrir, pese a los frecuentes desmentidos, al aumento de los impuestos, lo que reduciría aún más el consumo de los hogares, empeoraría las ya escasas expectativas empresariales y ahondaría sin remedio la crisis.

Tenemos, en consecuencia, necesidad urgente de recuperar un crecimiento elevado y estable que permita absorber el fuerte desempleo actual en plazos no demasiado largos. Para eso hay que tener un programa de política económica que se olvide de viejos dogmas y rompa de modo radical con anquilosadas estructuras, de un Gobierno que sea capaz de llevarlo a término y, sobre todo, de la confianza de empresarios y consumidores en la creencia de que somos un país capaz de salir adelante de esta apurada situación, aunque no sin grandes esfuerzos.

Deberíamos, pues, olvidarnos de pequeñas miserias y envidias tribales, como hicimos en otras ocasiones no lejanas, y ponemos a trabajar seriamente en un cambio profundo de nuestra actual realidad económica incluso acometiendo, bajo el consenso y amparo constitucional, profundos cambios políticos. Quizá sea pedir demasiado, pero algunos nos resistimos a perder las viejas ilusiones que llevaron a España a ser ejemplo universal con nuestro cambio económico y nuestra transición política. Aunque se nos tache de ilusos por conservar todavía frescas esas viejas ilusiones.

Manuel Lagares, catedrático de Hacienda Pública y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.