La economía digital está generando nuevas brechas entre el capital y el trabajo, al permitir que una empresa, o una pequeña cantidad de ellas, capte una cuota de mercado cada vez mayor. Con las empresas "superestrellas" funcionando a nivel mundial y dominando mercados en varios países simultáneamente, en los últimos 15 años ha aumentado considerablemente la concentración del mercado en todo el G20 de los principales países emergentes y desarrollados.
A fin de abordar este fenómeno, el G20 debería crear una Red Mundial de Competencia para restablecer la competencia y abordar la desigualdad de ingresos entre capital y mano de obra. A medida que en muchos países del G20 una mayor proporción de los ingresos totales se traslade al capital, una red de este tipo buscaría revertir la disminución de la proporción de la mano de obra en el PIB.
Durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, el 70% del PIB nacional se destinó a los ingresos por mano de obra y el 30% restante a los ingresos de capital. John Maynard Keynes describió la estabilidad de la participación de la mano de obra como una especie de "milagro", pero la regla se ha roto desde entonces. Entre mediados de la década de 1980 y hoy, la proporción de la mano de obra en el PIB mundial se redujo al 58%, mientras que la del capital ascendió al 42%.
En la economía digital de hoy en día hay dos fuerzas que impulsan el descenso global en la proporción de la mano de obra en el ingreso total. La primera es la tecnología digital misma, que en general está sesgada hacia el capital. Los avances en robótica, inteligencia artificial y aprendizaje por máquinas han acelerado el ritmo al que la automatización está desplazando a los trabajadores.
La segunda fuerza la representan los mercados del tipo “el ganador se lleva la mayor parte” de la economía digital, que da a las firmas dominantes un poder excesivo para aumentar los precios sin perder demasiados clientes. Las compañías superestrellas actuales deben su posición de privilegio a los efectos de red de la tecnología digital, que hacen que un producto aumente su deseabilidad a medida que más gente lo use. Y si bien las plataformas de software y servicios en línea pueden ser costosos de lanzar, ampliarlos es relativamente barato. Por ello, las firmas que ya se han establecido pueden seguir desarrollándose con mucho menos trabajadores de lo necesario en el pasado.
Estos factores ayudan a explicar por qué la economía digital ha originado grandes empresas con escasa necesidad de mano de obra, y una vez se han establecido y dominado el mercado de su elección, la nueva economía les permite impulsar medidas anticompetitivas que impiden que sus rivales reales y potenciales desafíen su posición. Como muestran los economistas David Autor, David Dorn, Lawrence F. Katz, Christina Patterson y John Van Reenen, los sectores estadounidenses con la concentración de mercado más acelerada también tienen la mayor reducción en la proporción de la mano de obra en el ingreso.
Esta mayor concentración del mercado está ampliando la brecha entre las compañías que poseen los robots (el capital) y los trabajadores a los que están sustituyendo (la mano de obra), pero para enfrentarla será necesario que reinventemos el antimonopolio para la era digital. En la actualidad, las autoridades nacionales sobre competencia en los países del G20 no están dotadas de los instrumentos adecuados para regular las corporaciones que funcionan globalmente.
Más aún, el G20 no puede sencillamente confiar en que la competencia global corregirá por si sola la tendencia hacia un aumento de la concentración del mercado, Como Andrew Bernard ha mostrado para los Estados Unidos y Thierry Mayer and Gianmarco Ottaviano para Europa, el comercio internacional favorece a las grandes empresas. De hecho, la globalización puede ofrecer ventajas a las firmas más grandes y productivas de cada sector, haciendo que se amplíen y obligando al cierre de las más pequeñas y menos productivas. Como resultado, en los diferentes sectores predominan cada vez más grandes firmas con una baja proporción de mano de obra en valor añadido.
Estados Unidos es un buen ejemplo. Es sede de muchas de las actuales firmas superestrella, y sin embargo sus reguladores antimonopolio no han podido limitar su poder de mercado. A medida que el G20 busca maneras de abordar el problema de la concentración de mercado, debería aprender de la experiencia de EE.UU. y buscar maneras de mejorar por sobre sus insuficiencias.
En lugar de comenzar desde cero, necesitaremos aprovechar los conocimientos institucionales de las autoridades de competencia a nivel nacional e integrar al proceso a personal con experiencia. La Red Europea de Competencia puede servir de plan maestro para una red a nivel del G20.
El objetivo de una red mundial de competencia es construir un marco legal eficaz que haga cumplir las leyes de competencia a las compañías que formen parte de las prácticas de negocios transfronterizos que restrinjan la competencia. La red puede coordinar investigaciones y decisiones de aplicación de las leyes, así como desarrollar nuevas pautas sobre cómo vigilar el poder del mercado y las prácticas colusivas en una economía digital.
En el pasado, el G20 se ha centrado en asegurarse de que las firmas multinacionales no puedan aprovecharse de las diferencias jurisdiccionales para evitar pagar impuestos. Pero hoy necesita ampliar su alcance al reconocer que las tecnologías digitales están creando resultados que, si no los controla una nueva Red Mundial de Competencia, seguirán favoreciendo a las grandes multinacionales a costa de los trabajadores.
Dalia Marin is Chair of International Economics at the University of Munich and a senior research fellow at Breugel, the Brussels-based economic think tank. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.