Recuperar nuestro futuro

Un glacial de Groenlandia el pasado junio.Lucas Jackson / Reuters
Un glacial de Groenlandia el pasado junio.Lucas Jackson / Reuters

Hay años que son difíciles de olvidar, y 2020 será uno de ellos. En el lapso de unos cuantos meses, hemos sido testigos del surgimiento de un nuevo virus altamente contagioso y letal; de su rápida propagación hasta convertirse en una pandemia que ha alcanzado prácticamente a todos los países; y de las terribles pérdidas —en el caso de vidas humanas, irreparables— que ha causado y que siguen acumulándose, día con día. A diferencia de otras crisis, esta ha afectado de manera simultánea todos los rincones del planeta.

En ausencia de una vacuna que permita prevenir el contagio o de tratamientos eficaces para sanar a los enfermos de covid-19, ha sido necesario adoptar medidas extraordinarias de distanciamiento y aislamiento para disminuir el riesgo de contraer la enfermedad. Esto ha acarreado costos enormes para las familias, las empresas y las economías de cada país, al suspender o trastocar prácticamente todos los ámbitos de la vida diaria, desde la educación hasta las actividades productivas. La contracción económica provocada por la pandemia es la mayor que se haya registrado desde la Gran Depresión de 1929.

Con contadas excepciones, los Gobiernos no han dudado en adoptar las medidas necesarias para proteger la salud de las personas. Continuar como antes y permitir el surgimiento espontáneo de inmunidad en cada sociedad no era una opción, porque suponía abandonar a su suerte a millones, quizá decenas de millones de personas alrededor del mundo. El imperativo era y sigue siendo claro: proteger la vida y la salud de todos. Este es el primer deber de un Estado y, en consecuencia, de una comunidad de Estados.

Aún no hemos superado la pandemia, pero con base en evidencia, aplicando políticas públicas sustentadas en conocimientos técnicos y científicos, con la participación responsable de la sociedad, muchos países han logrado contener el avance de la enfermedad; y muchos más están en la ruta correcta para lograrlo. A pesar de que se han registrado rebrotes o nuevas oleadas de contagios en algunas zonas, estamos presenciando un esfuerzo decidido, sistemático y coordinado para superar una amenaza global desde el ámbito de acción de cada estado.

La respuesta mundial a la amenaza del coronavirus y los avances logrados hasta ahora son un motivo de esperanza que va más allá de la crisis sanitaria. Es un hecho que la pandemia se ha prolongado más allá de lo que se anticipaba hace unos meses, pero también lo es que las medidas preventivas y curativas —la producción masiva de insumos y equipo médico, ampliación de atención hospitalaria, la colaboración en la búsqueda de vacunas y tratamientos— muestran la voluntad de compartir conocimientos y experiencias, la capacidad de unir esfuerzos en la búsqueda de medidas preventivas eficaces, y los beneficios de actuar con anticipación para evitar consecuencias adversas, acaso irreversibles, más adelante.

Ese mismo espíritu debe orientar los esfuerzos de la humanidad para hacer frente a otra amenaza que quizá no sea la más urgente en estos momentos, pero que es la más grave a la que se enfrenta la humanidad: el cambio climático.

La evidencia de que vivimos una emergencia climática es incontrovertible. En poco más de un año, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático —el órgano internacional responsable de reunir y revisar la evidencia científica sobre este fenómeno— produjo tres informes que confirman, sin asomo de duda, que los océanos se están acidificando, alterando las condiciones de las que depende la vida marina; que el suelo se está degradando, con cosechas menos nutritivas y un persistente avance de la desertificación; y que las capas de hielo se están derritiendo, al tiempo que el planeta pierde biodiversidad.

La causa de esta emergencia es la acumulación de gases de efecto invernadero y su impacto en la temperatura promedio de la tierra. 2019 fue el segundo año más caliente del que se tenga registro, parte del quinquenio y del decenio más calurosos en toda la historia. Ese mismo año, las pérdidas económicas provocadas por huracanes, incendios forestales e inundaciones —fenómenos agravados por el proceso de cambio climático— superaron los 150.000 millones de dólares.

A pesar de la pandemia —más aún, precisamente, por la pandemia— la necesidad de tomar medidas decididas contra el cambio climático nunca ha sido tan grande como hoy. Los esfuerzos para superar la crisis sanitaria originada por el coronavirus y para enfrentar la crisis ambiental causada por el cambio climático no son excluyentes. Hay paralelos importantes e, incluso, poderosas razones para acometer ambas tareas de manera simultánea.

La incesante invasión de hábitats naturales por parte de seres humanos destruye ecosistemas y expone a las personas a mayor contacto con especies que habían permanecido relativamente aisladas. Es probable que el contagio de virus como el Sars-Cov-2, causante de la enfermedad de la covid-19, que hasta ahora no habían estado presentes en seres humanos, sea resultado indirecto de este proceso de devastación ambiental.

La propagación de la enfermedad de la covid-19 nos ha recordado la fragilidad de las sociedades y su profunda dependencia del entorno natural. El riesgo de contraer enfermedades o de sufrir los efectos del cambio climático está y seguirá presente alrededor del mundo, y afecta a todos los países sin distinción. Por eso se requiere actuar de manera conjunta, asumiendo compromisos entre gobiernos y adoptando medidas al interior de cada país.

América Latina es una de las regiones más severamente afectadas por la pandemia. A pesar de los esfuerzos de muchos Gobiernos nacionales y autoridades locales, en varios países los contagios y las muertes, lamentablemente, continúan avanzando. Es imperativo redoblar esfuerzos para superar esta difícil etapa, controlar la propagación del virus y reactivar, gradualmente, las actividades cotidianas bajo lo que se ha denominado alrededor del mundo “la nueva normalidad”. Esta nueva forma de vivir debe incorporar, como un elemento central, la acción comprometida contra el cambio climático.

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha sostenido que frente al cambio climático “el costo más elevado es el costo de no hacer nada”. Y sabemos perfectamente lo que tenemos que hacer: reducir la emisión de gases de efecto de invernadero para limitar el incremento de la temperatura global promedio a 1,5 grados centígrados, al mismo tiempo que fortalecemos la resiliencia de las sociedades frente al cambio climático.

La oportunidad para hacerlo se cierra inexorablemente. Por eso, conforme controlamos la pandemia, debemos promover una recuperación económica favorable a la acción climática. Sería un costoso error permitir que la reactivación signifique un retorno a hacer las cosas como antes. La emergencia sanitaria ha dado lugar a intervenciones masivas por parte de los Estados en los mercados. Los recursos públicos deben dirigirse a la generación de bienes públicos, promoviendo empresas y empleos más verdes y más justos, e impulsando la transición desde una economía gris, indiferente a su impacto sobre el medio ambiente, a una economía verde que proteja el entorno natural y el clima. Contamos, además, con la hoja de ruta y la brújula para lograrlo: el Acuerdo de Paris y la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible. Dar cumplimiento a estos compromisos es lo más conveniente para todos.

Hay avances positivos tanto en la aplicación de tecnologías como en el compromiso de la sociedad. Los jóvenes, en particular, han demostrado mayor conciencia y apoyo al cambio. Pero hace falta una mayor voluntad política para elevar las metas en mitigación, adaptación y financiamiento. Y esta sólo será posible si los individuos y las sociedades cobran conciencia de la necesidad de actuar hoy para recuperar no sólo nuestra vida pasada, sino nuestro futuro.

La pregunta que debemos hacernos no es si podemos darnos el lujo de impulsar una recuperación económica verde, comprometida con la acción climática, sino si podemos darnos el lujo de no hacerlo.

Patricia Espinosa es la secretaria ejecutiva del área de Cambio Climático de Naciones Unidas.

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