Reducción de plantilla disfrazada

Por Naomi Klein, periodista y autora de “No logo”. Comentarista habitual en los medios de comunicación. Conferenciante invitada en Harvard, Yale y la London School of Economics (LA VANGUARDIA, 09/06/03):

Las calles de Bagdad son una ciénaga de desperdicios sin recoger y de delincuencia. Las maltrechas empresas del país se declaran insolventes, incapaces de competir con las importaciones a bajo precio. El desempleo se dispara y miles de funcionarios públicos despedidos se manifiestan por las calles. En otras palabras, Iraq presenta todas las trazas de ser otro país sometido a los fulminantes “ajustes estructurales” prescritos por Washington, desde la ignominiosa “terapia de choque” aplicada en Rusia a principios de los años noventa hasta la desastrosa “cirugía sin anestesia” en Argentina pocos años después. Salvo que la así llamada reconstrucción de Iraq da pie a que estas dolorosas reformas parezcan tratamientos de balneario.

Paul Bremer, el administrador civil de Iraq nombrado por Estados Unidos, ya ha tenido ocasión de evidenciar fallos en sus propósitos democráticos en las tres semanas que lleva en el país... Ni hablar de que los iraquíes elijan a su propio gobierno provisional... de lo que se trata es de que funcione el equipo de consejeros elegido por él mismo. En cualquier caso, Bremer ha demostrado que posee un cierto don a la hora de extender la alfombra roja a plena comodidad de las multinacionales. No es de extrañar que el presidente Bush pareciera muy complacido en su reunión con Bremer en Qatar.

Bremer, desde su llegada a Bagdad el 12 de mayo, ha estado machacando el sector público iraquí como si fuera el especialista en recortar empleos “Al, el de la sierra mecánica” (“Chainsaw Al”, apodo de Al Dunlap) con chaleco antibalas. El día 16, Bremer excluyó hasta 30.000 miembros de larga trayectoria en el partido Baas de toda posibilidad de acceder a un puesto en el sector público. Aproximadamente una semana después, disolvió las fuerzas armadas y el Ministerio de Información, con lo que envió al paro a unos 400.000 iraquíes, sin subsidios ni planes de recolocación.

Si los partidarios y propagandistas de Saddam Hussein se mantuvieran en el poder sería, naturalmente, una catástrofe en materia de derechos humanos. La “desbaasificación”, como así se ha calificado la purga de figuras y cargos del partido, puede ser la única forma de impedir el regreso del equipo de Saddam y de retener la única verdadera ventaja derivada de la guerra ilegal de Bush.

Sin embargo, Bremer ha superado con creces una mera purga de los influyentes elementos leales al Baas para pasar a un asalto en toda regla al mismo corazón del Estado. Médicos que ingresaron en el partido siendo niños y que no abrigan ninguna simpatía por Saddam afrontan el despido, al tiempo que funcionarios de la Administración civil sin conexiones con el partido han sido despedidos en masa. Nuha Najeeb, que dirigió una editorial en Bagdad, ha declarado a Reuters: “Yo (...) no mantuve ninguna relación con los medios de comunicación de Saddam. Entonces, ¿por qué estoy en la calle?”.

A medida que la Administración Bush va revelando sus planes para privatizar la industria estatal de Iraq y sectores gubernamentales, la “desbaasificación” de Bremer adopta un nuevo significado. ¿Trabaja exclusivamente para desembarazarse de los miembros del partido Baas o también para reducir el sector público a fin de preparar hospitales, escuelas e incluso fuerzas armadas para su privatización a cargo de empresas estadounidenses? Así como la reconstrucción es el disfraz de la privatización, la “desbaasificación” se parece muchísimo a una reducción de plantilla disfrazada.

La faena de Bremer con la sierra recortadora de empleo suscita similares preguntas en el sector empresarial iraquí, ya bastante maltratado por 12 años de sanciones y un mes y medio de pillaje. Bremer no aguardó siquiera a que se reanudara el suministro eléctrico en Bagdad para estabilizar el dinar o recibir las piezas de recambio con destino a las renqueantes fábricas y talleres, apresurándose a declarar, el 26 de mayo, que “Iraq abre de par en par sus puertas a la actividad económica”.

Televisores y alimentos envasados libres de impuestos han inundado el país, empujando a muchas empresas y negocios iraquíes a la bancarrota. Y así es como Iraq ha ido a sumarse a las filas de la economía global de “libre mercado”: sin enterarse.

Bremer, según Bush, es “una persona dinámica”. Ha dado fe de ello. En menos de un mes ha tomado las medidas necesarias para que el sector empresarial procediera a absorber amplios segmentos del sector público; ha preparado el mercado iraquí para que los importadores extranjeros hagan buenas operaciones suprimiendo la competencia local y garantizando que no habrá interferencia alguna del Gobierno iraquí; de hecho, se ha asegurado de que no existirá gobierno alguno iraquí en este periodo crítico, que exigirá la toma de decisiones fundamentales. Bremer es el hombre del Fondo Monetario Internacional en Iraq.

Como casi todos los personajes que pululan en el escenario de la política exterior de Bush, Bremer concibe la guerra como una oportunidad de hacer negocios. El 11 de octubre del 2001, justo un mes después de los ataques terroristas en Nueva York, Bremer –a quien Ronald Reagan había encomendado en su día la responsabilidad de la lucha contra el terrorismo en calidad de embajador itinerante– fue nombrado presidente y director general de una empresa proyectada para sacar partido del ambiente de miedo que se palpaba en las salas de juntas de las empresas estadounidenses.

La especialidad de Crisis Consulting Practice, rama aseguradora del gigante Marsh & McLennan Companies, es ayudar a que las multinacionales dispongan de “soluciones de carácter integrado y total frente a las crisis” para cualquier eventualidad, desde ataques terroristas hasta fraudes contables. Y, gracias a la alianza estratégica con Versar Inc., empresa consultora de armamento biológico y químico, a los clientes de ambas empresas se les ofrecen “servicios antiterroristas completos”.

Bremer, para vender esta cara protección a empresas estadounidenses, tuvo que establecer una especie de nexo lógico entre el terrorismo y una economía global frágil, el mismo por el que –consecuentemente– se tacha de lunáticos a los activistas que hacen lo propio. En un documento que data de noviembre del 2001, titulado “Nuevos riesgos de la actividad empresarial internacional”, Bremer explica que las políticas basadas en el libre comercio exigen “prescindir de puestos de trabajo. Y la apertura de mercados al comercio exterior implica grandes apuros tanto para los vendedores como en el caso de la actividad económica en régimen de monopolio”.

Esta circunstancia conduce a “crecientes diferencias de renta y a tensiones sociales”, lo que, a su vez, puede suponer un ataque o agresión contra empresas estadounidenses, desde el terrorismo hasta los intentos gubernamentales de revocar las privatizaciones y los estímulos a la actividad económica. Bremer sabría perfectamente explicar la reacción que sus políticas provocan en Iraq. Pero tipos como él siempre se las arreglan para jugar con dos barajas. Como el pirata informático que puede inutilizar los sitios de empresas en Internet y luego es capaz de venderse como experto en seguridad en la red, Bremer puede perfectamente vender seguridad frente al terrorismo a las mismas empresas a las que invitó a operar en Iraq.

Y, ¿por qué no? Como explica a sus clientes de Marsh, la globalización puede “ejercer consecuencias negativas inmediatas sobre numerosas empresas”, pero conduce también a “la creación de una riqueza sin precedentes”. Cosa que puede comprobarse, por cierto, en el caso del propio Bremer y sus compinches. El 15 de mayo, inmediatamente después de que Bremer llegara a Iraq, su antiguo jefe, el presidente de Marsh & MacLennan, Jeffrey W. Greenberg, declaró que el año había sido “un año excelente para Marsh... los ingresos netos alcanzaron un 31%. La competencia de Marsh en el sector de análisis de riesgo y asesoramiento a clientes para aplicar programas de gestión del riesgo se ha visto correspondida por una alta demanda... Nuestras perspectivas nunca han sido mejores”.

Muchos han llamado la atención sobre el hecho de que Bremer no es un experto en política iraquí. Sin embargo, esto no fue nunca lo importante. Es un experto, en cambio, en sacar partido de la guerra contra el terrorismo y en ayudar a las multinacionales estadounidenses a ganar dinero en lugares distantes, donde son tan impopulares como importunas.

En otros términos: es la persona adecuada para realizar el trabajo.

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