Reencuentro

Es comprensible la inquietud sobre cómo se desarrollará el año 2021. Los avances en la vacunación, las posibilidades de que esta llegue a todos los países y de que sus efectos nos liberen del mal que padece la humanidad pueden hacernos sentir un poco de optimismo, pero hay muchas incógnitas sobre su distribución y un fundado temor sobre las consecuencias económicas de la pandemia para millones de personas. Avances, por un lado, en la ciencia, y retrocesos consecuencia de otros avances, tras derribarse las fronteras.

En la vida pública nos pasa lo mismo: avances y retrocesos. Sabíamos, tiempo atrás, que lo que daba buenos resultados eran actos derivados de grandes acuerdos, aceptados por una inmensa mayoría de personas porque producían tranquilidad. Hoy las cosas no son así. Levantan inquietudes iniciativas de ciertos grupos políticos y, desde luego, leyes y proyectos del Gobierno.

¿Por qué esa urgencia en aprobar una nueva ley de educación, sin tiempo para escuchar a la propia comunidad educativa, a quienes dedican su vida a la docencia, a quienes saben de cómo alcanzar los mejores resultados en esta materia? ¿Por qué esa urgencia en tramitar una ley de memoria democrática, cuando es dudosa la existencia de sólo una memoria, porque esta es siempre selectiva, y establecer la obligatoriedad de conocer una, no es habitual en las democracias donde son los estudiosos de la historia quienes exponen sus conocimientos sobre los hechos, de manera documentada? ¿Por qué una ley tan importante como la de la eutanasia, tramitada de manera urgente, de la que sabemos que divide, y mucho, a la opinión pública hasta el punto de que son muy pocos, seis, los países que tienen una? Estas iniciativas podían haberse dejado para tiempos más serenos, tiempos que no fueran los de aunar esfuerzos, lograr acuerdos para luchar contra la pandemia y hacer frente a sus desoladoras consecuencias.

Más bien lo que se hace son iniciativas pensadas para hacer imposible entendimiento alguno con el partido mayoritario de la oposición, y no tener en cuenta la opinión de un gran sector de la población. El Gobierno prefiere a socios de posiciones extremas, nada leales, que con sus proclamas y con su pasado hacen daño a la democracia en el interior y en el exterior. Le basta con que los números permitan la aprobación de lo que persigue, cualesquiera que sean los compañeros para ello.

Hoy las maneras son muy distintas de las empleadas en tiempos de búsqueda de pactos, aquellos que tan buenos resultados nos dieron. Por eso vuelvo a mirar hacia los años de la Transición con la añoranza, no de otros tiempos sino de otros modos y recordar cómo fue posible alcanzar tantos consensos, cuántas reuniones fueron precisas, cuántas conversaciones, cuántos encuentros, unos en público y otros en privado, fueron necesarios, y cuántas personas mediaron. Prevaleció la creencia en la necesidad y en la bondad de unir voluntades para alcanzar metas que a la mayoría interesaban. Algunas ambiciones o intenciones quedaron atrás; diversos proyectos debieron ser aparcados, y otros que no eran los más deseados tuvieron que ser aceptados. Había que reunir a unos y a otros en momentos muy difíciles. Y así se hizo. Por eso vale la pena recordar el propósito de reconciliación, la generosidad hacia el adversario, el reencuentro de quienes son rivales.

Son otras las circunstancias, y diferentes las necesidades actuales pero las dificultades son también muy grandes, afectan a la salud, a la economía y a instituciones fundamentales en el Estado de derecho como a los órganos judiciales o a la adecuada asignación de 140.000 millones de fondos europeos, necesitados con urgencia, cuya gestión y efectos transcenderán legislaturas y gobiernos, y que pueden ser empleados en sanar nuestra economía, en invertir para innovar o en ampliar infraestructuras y sectores que hemos comprobado que son fundamentales. Lógicamente, es al Gobierno a quién corresponde la iniciativa de buscar la concordia necesaria, el entendimiento posible y así lograr la corresponsabilidad que refuerza las acciones. Emprender estas actuaciones sin acuerdos entre los mayores grupos políticos, en medio de huecas acusaciones de crispación, es un disparate y contribuye a un clima de descrédito, incredulidad y baja estimación de los políticos.

Ante esta situación preocupante no tenemos más remedio que ponernos de acuerdo en algunos propósitos que transmitan algo de esperanza hacia el futuro. Los años de la Transición son un buen ejemplo de objetivos y deseos de realizar cambios de extraordinaria importancia contando con el esfuerzo de una gran mayoría. El presidente Adolfo Suárez dijo, al comienzo de la legislatura constituyente, que había que lograr una constitución que fuera aceptada por todos, y por eso los ponentes que representaban a grupos políticos bien distintos negociaron, transigieron, acordaron y también supieron renunciar. Luego, para hacer frente a una situación económica muy grave se acordó unir fuerzas hasta lograr los Pactos de la Moncloa y tomar difíciles decisiones económicas, laborales y fiscales, y elaborar las leyes precisas.

La reconciliación, ahora necesaria, no es la del pasado; esa ya la hicimos los más mayores, ahora es otra generación de socialistas, de liberales y conservadores, la que tiene que hacerla. Convendría volver la vista hacia el Breda de Velázquez en el que se dibuja el más bello gesto de magnanimidad, no de sometimiento, sino de mano tendida: imagen de respeto y de aceptación del contrario. Sería bueno darse una vuelta por el Museo del Prado y visitar la extraordinaria muestra denominada Reencuentro para volverse a encontrar.

Soledad Becerril ha sido Defensora del Pueblo, además de diputada en las Cortes Constituyentes, ministra de Cultura y alcaldesa de Sevilla.

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