¿Referéndum o plebiscito fallido?

Se nos dice y repite que se ha condenado a los impulsores de una manifestación democrática del pueblo de Cataluña en forma de referéndum el día 9 de noviembre del 2014. Se entiende sin mucha meditación que los impulsores, Junts pel Sí, la coalición ganadora en las últimas elecciones, promueva esta interpretación. Ahora bien, a pesar de aceptar que la vía judicial emprendida está llena de contradicciones y de un jurisdiccionalismo obsesivo, la premisa sobre la cual se sostiene la posición de la mayoría parlamentaria es muy, demasiado discutible. Veámoslo en forma de tres argumentos, de orden y significación muy diversa. El primero: no es razonable insistir en el hecho de que “votar es democrático”. Depende: a veces sí y a veces no. Para que una votación sea democrática se necesitan ciertas condiciones. Dos son fundamentales: competencia y libertad a la hora de pedir el voto. ¿Qué pasó el día de la votación mencionada? Sólo hubo una, de campaña: la del sí. Sólo se expresaron, en líneas generales, los partidarios de la aceleración independentista. Los mismos que el septiembre siguiente impondrían deprisa y a salto de mata una resolución del Parlamento carecida, otra vez, de las garantías necesarias. Y aquí me paro.

En segundo lugar: ¿es posible identificar como democrático, en la Cataluña de hoy, un referéndum si no hay una campaña previa con los partidarios de las diversas opciones en competencia? Si es un referéndum democrático de verdad, esta es una decisión imprescriptible. Ahora bien, si de lo que se trata se de plebiscitar masivamente la política del Gobierno, entonces estamos delante de otra cosa. Se nos dirá quizás que el Estado no toleraría un referéndum genuino, con una campaña pluralista y con garantías previas. Que hacía falta, por lo tanto, ir hacia adelante. El argumento se puede entender, pero no es aceptable. En estas condiciones el referéndum acontece un plebiscito, un plebiscito en que sólo puede ganar quién lo convoca. Como pasó, ciertamente. Ahora bien, si lo convoca el gran líder de Corea del Norte, como antes lo hizo el general Franco, el resultado solo ser un ridículo noventa-y-tantos por ciento. Y a esto se le llama totalitarismo. Por eso la historia está llena de referéndums trampa y de la obscena propaganda para ganarlos. No lo intento comparar, pero conviene precisar, eso sí, qué es aquello que sucedió en el supuesto que nos ocupa.

Esta sería la tercera consideración. ¿Qué pasó realmente aquel día? Primero: la mayoría de catalanes y catalanas no fueron a votar. Segundo: quienes votaron no fueron una ínfima minoría. ¿Como se debe interpretar? Es muy sencillo: muchos catalanes y catalanas, quizás la mayoría, no se sintieron concernidos por la operación promovida sin manías desde el Gobierno. Un distanciamiento que hay que entender como un consistente ejercicio de democracia. A la postre, el referéndum aconteció un plebiscito fallido. Y no fue el primero, puesto que las elecciones anteriores habían registrado la misma tendencia, una tendencia consolidada. Además, y admirablemente, todo pasó con una tranquilidad portentosa. Esta tranquilidad —si se quiere, con una inquietud sepultada— es el punto al que querría llegar. Todo parece indicar que la mayoría de los catalanes tienen una idea diferente de la de las facciones políticas mayoritarias. Quienes quieren “salir” a la británica no son la mayoría, puesto que disponiendo del control absoluto de los poderes y medios de comunicación públicos y de la mayoría parlamentaria no logran nunca la mayoría, ni cuando convocan en exclusiva un referéndum plebiscitario. Quienes están en contra de todo, quienes querrían la preservación del status quo, tampoco. En conclusión: ¿no convendría dejar de jugar con las palabras y dejar expresarse a un gran número de catalanes y catalanas que quieren mejorar el autogobierno sin tener que imponerse falsamente a aquellos que tienen una visión diferente de las cosas?

Josep M. Fradera es catedrático de Historia de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

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