Referéndum sin periodismo

La claudicación del periodismo es uno de los factores que, con el tiempo, habrá que valorar en la suerte del procés de independencia de Cataluña. Los medios, como los Mossos, han renunciado allí en muchos casos a su función esencial, al servicio del proyecto político; incluso hasta asumir, como el Barça, el rol de ejército desarmado de Cataluña. El derecho de información se ha postergado para asimilar comportamientos orgánicos, con buenas maneras pero orgánicos, al modo de la vieja prensa del Movimiento, con el paternalismo de no contar los hechos a ciudadanos adultos, sino conducirlos.

Por supuesto se pueden hacer reproches a medios de Madrid, sobre todo aquellos más ultramontanos que han respondido al incendio con gasolina planteando un choque de nacionalismos; pero en el análisis específico de Cataluña ha habido un clima a la vez de presiones —ahí está el inquietante informe de Reporteros sin Fronteras— claudicación y propagandismo. El mero hecho de que martillearan con un periodismo de declaraciones repitiendo “Espanya ens roba” —los famosos 16.000 millones desmontados por Josep Borrell implacablemente— o “Continuaremos en la UE” a sabiendas de que es mentira, o mantras como el “Estado autoritario”. Eso es renunciar al periodismo y limitarse a formar parte de una estrategia de comunicación.

Ya no se trata de lo sucedido en la jornada del 1-O, sintetizada en imágenes fuertes. Las cargas, con los excesos consustanciales, proporcionaban fotografías jugosas para medios alejados de la complejidad del problema. “Cientos de heridos…” era lo más repetido, cifra dudosa —tanto como elevar a 400 los agentes lastimados— cuando en realidad solo cuatro habían requerido hospitalización. La cobertura internacional no puede extrañar: también en España, la complejidad del Brexit o el triunfo de Trump, el nacionalismo del Este o la crisis de los rohingya, acaba mayoritariamente en titulares básicos, ideas esquemáticas, imágenes potentes. Lo simple se visualiza mejor que lo complejo, lo anecdótico capta más atención que lo sustancial. Pero no se trata ahora de lo sucedido en un día fatídico como el 1-O, sino a lo largo del procés, en que el periodismo se ha convertido a menudo en literatura de acompañamiento.

El procés, parafraseando a Jefferson al revés, parece haberse guiado por una idea decidida: más vale referéndum sin periodismo, que periodismo sin referéndum. En definitiva, Jefferson creía que la democracia se fortalecía con un control informativo y, el independentismo, que el procés se fortalecía con “el control de los informativos”. El matiz es volcánico. Claro que si nada en el procés ha respetado los principios democráticos, desde la aprobación de la cobertura ilegal en el Parlament a la esperpéntica mecánica electoral, ¿por qué el periodismo iba a ser una excepción?

Jordi Pérez Colomé, en El libro negro del periodismo en Cataluña, mencionaba un solo caso reciente en que el Col·legi de Periodistes se pronunciara oficialmente: la portada de El jueves sobre la abdicación del Rey. Ahí sí proclamaban la sagrada libertad. Todos los escándalos de censura o presión del procés no han motivado más que a mirar para otro lado. Los medios, como la escuela (esa sí que es, con seguridad, la fábrica de independentistas), han funcionado como aparato de propaganda más allá de su lógica periodística. Y su rostro han sido las tertulias, desde TV3-La Nostra, al borde de popularizarse como Cosa Nostra, a RAC1. El lema, apunta Pérez Colomé, parece ser: “Primero hay que ganar. Luego ya habrá tiempo de ser mejores”.

La estrategia del independentismo, siempre enfocada a la potencia de la multitud, ha construido una mentira arrolladora. En esa clave hay que leer lo de Reporteros Sin Fronteras (RSF). Lo asombroso, o no tanto en realidad, es que hayan podido hacerlo en nombre de la democracia, hasta persuadir a esa multitud. Así han inventado el derecho a decidir para la autodeterminación como derecho humano básico (8 de cada 10 profesores de Derecho Internacional han firmado desmontando la mentira) o reinventado la Historia de Cataluña provocando la risa de los historiadores hasta terminar provocando su estupor por la eficacia del mito. Es difícil encontrar, incluso en los tiempos de la posverdad, nada semejante. Supera la campaña del Brexit. Y eso requería la complicidad de los medios.

La censura y amedrentamiento suma episodios. RSF alude a las listas negras, mencionando al responsable de Comunicación Exterior de la Generalitat: “Categorizar a los periodistas por afinidades políticas y realizar listas de afecciones y desafecciones a una causa es más propio de regímenes totalitarios”. Pero allí, con la inestimable ayuda de Podemos, todo se reduce a ¡urnas son democracia! Entretanto, los linchamientos digitales se han convertido en práctica habitual. Esos escraches 2.0 han alcanzado al director de El periódico, con amenazas incluso de muerte y campañas para declararle persona non grata, hasta Évole, puesto en la diana por Súmate, la entidad de la que procede Rufián, cuyo portavoz es el cupero Baños. El linchamiento de Cristian Segura de EL PAÍS por revelar las amenazas mafiosas de Llach a funcionarios delató el habitual “efecto bengala”: un político independentista te señala en Twitter o Facebook, y se abre la veda a la jauría. Así se crea un clima de amedrentamiento entre la censura y la autocensura, porque el “movimiento de ciberhooliganismo independentista está organizado”.

Como dice Manuel Valls, este es un momento clave para Europa. El triunfo sería fatal para el proyecto, pero admitir todo esto en el continente ya ha abierto un agujero negro.

Teodoro León Gross. Periodista, filólogo, doctor en Periodismo, disciplina de la que es profesor titular en la Universidad de Málaga.

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