Referentes

Todas las sociedades requieren de la necesaria e irrenunciable presencia de referentes. ¡Y ay de aquellas que piensen suicidamente que estos forman parte de un rancio y periclitado pasado, pues serán ellas, precisamente, las que finalizarán, y a corto plazo además, sus días! Unas consideraciones pertinentes en una España constitucional que ha sufrido la pérdida dolorosa de algunos de sus más sobresalientes referentes políticos en no demasiados años. Fallecía hace algún tiempo, Gabriel Cisneros, Gaby para todos los que disfrutábamos de su amistad; persona bondadosa e inteligente que desempeñó, a la sombra de la segunda, pero también importante fila, un destacado papel durante la Transición Política y la elaboración, en tanto que uno de sus siete Ponentes, de la vigente Constitución de 1978. Más tarde lo hacían Manuel Fraga y Gregorio Peces-Barba, dos de nuestros founding fathers, de nuestros padres constituyentes. El primero, artífice principalísimo de la configuración actual del centro derecha, y el segundo, para quien la vida política y su querida universidad eran vividas como un sacerdocio laico y a tiempo completo. Recientemente desaparecía el presidente Suárez, quien encarnó, como nadie, el formidable proceso de reconciliación nacional que supuso la mentada Transición Política, y la construcción del presente régimen constitucional y de su Estado social y democrático de Derecho. Y hace una semana moría Manuel Jiménez de Parga, después de una dilatada y fructífera vida pública en la que desde la universidad, la política y el ejercicio profesional de la abogacía, fue testimonio vivo de los mejores valores de la res publica.

Así que, no es de extrañar la orfandad que nos embarga a muchos españoles que vemos con infinita tristeza y no oculta preocupación, la paulatina e imparable desaparición de algunos de nuestros destacados referentes de la vida pública nacional. Edmund Burke, el político y pensador inglés de origen irlandés, explicaba la trascendencia ejemplarizante de los referentes en la convivencia humana: «Example is the school of mankind, and they will learn at no other», «el ejemplo es la escuela de la humanidad, y nada aprenderán de otra cosa»( Letters on a Regicide Pace).

Hablamos de un hacer ejemplarizador y ejemplarizante que, como si releyéramos las mismísimas Meditaciones del emperador Marco Aurelio –«Dígase o hágase lo que se quiera, mi deber es ser bueno»–, nos señala el camino y acompaña, de manera generosa y continuada, a hacerlo de su mano. Los referentes se erigen de esta suerte en expresión del imperativo categórico kantiano: «Obra siempre de tal modo que la Humanidad, sea en tu persona o en la de otro, se considere siempre un fin, y nunca como un mero medio». Unas pautas de comportamiento individual que gozan, como casi todas las acciones del hombre, en tanto que aristotélico zoon politikon, animal que vive y es en su relación con los demás, de sentido y proyección pública. Veamos sus enseñanzas.

Primero. Los referentes se anticipan a las necesidad es y fijan la adecuada hoja de ruta. Fue el caso de los firmantes de la Declaración Americana de Independencia de 1776 (Jefferson, Franklin, Adams, ...), resueltos a establecer un nuevo orden político en las antiguas trece colonias británicas, más allá de los principios del Ancien Régime, asentado en el respeto a la libertad y los derechos del hombre: «Sostenemos… que todos han sido creados iguales e independientes, que de su creación igual se derivan derechos inherentes e inalienables…». Y casi doscientos años después, tras la II Guerra Mundial, de los visionarios e impulsores del proceso de construcción europeo (Adenauer, De Gasperi, Monnet…): «Europa no se hará de una vez, ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho» (Robert Schuman, Declaración de 9 de mayo de 1950).

Segundo. Los referentes desvelan el futuro y desbrozan las dificultades. «Patriotismo es –decía De Gaulle– cuando el amor por tu propio pueblo es lo primero». Sin ocultar, sino todo lo contrario, reclamar abiertamente los indispensables esfuerzos colectivos. Valgan por todas, las conocidas palabras de Winston Churchill ante la Cámara de los Comunes un 13 de mayo de 1940 en plena Guerra Mundial: «… no tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor».

Tercero. Los referentes son ejemplo de vida. Porque como decía ya Pedro Abelardo, el filósofo francés del siglo XII, «a menudo provocan o mitigan mejor los sentimientos humanos los ejemplos que las palabras» ( Historia-calamitatum). Sin importar los costes, incluidos los más graves. Es el caso de Abraham Lincoln, inflexible en la defensa de la Unión y en la abolición de la esclavitud, aunque le costase la vida un 15 de abril de 1865 en el Teatro Ford: «Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse en pie. Creo que este gobierno no puede seguir siendo mitad esclavo, mitad libre» (Discurso de 16 de junio de 1865). O el de Mahatma Gandi, padre de la India moderna, apóstol de la no violencia y la reconciliación de hindús y musulmanes –«No hay camino para la paz, la paz es el camino»–, asesinado el 30 de enero de 1948 en Nueva Delhi.

Cuarto. Los referentes son manifestación de compromiso. De la convicción íntima de que vivir es comprometerse, y de que tanto en la vida privada, como especialmente en la faceta de ciudadano, el peor de los pecados es la diletancia y la autocomplacencia, y de que no hay peor lacra que la de la tibieza. El subtítulo de las Memorias de Jiménez de Parga es, a tal efecto, bien expresivo: Vivir es arriesgarse.

Quinto. Los referentes expresan el mejor magisterio. Un magisterio con mayúsculas, un magisterio de verdad, toda vez que transmiten, no sólo, como reseñaba Gregorio Marañón, conocimientos, sino algo aún más significativo: los mejores valores y principios.

Homenajeemos pues justamente a los que se han ido, no echemos en el olvido sus enseñanzas de generosidad, esfuerzo y compromiso, y creemos entre las generaciones jóvenes las condiciones para preservar el legado recibido y, sobre todo, para tomar el testigo. Nos va mucho en ello.

Pedro González-Trevijano, magistrado del Tribunal Constitucional.

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