Reflexiones sobre Corea del Norte

Si hablamos con algún coreano de cierta edad, nos hablará de la estación de la cebada, que comienza en febrero y se extiende a través de los fríos meses de comienzos de la primavera hasta la primera recolección de la cebada de invierno. Pocos surcoreanos recuerdan ya esos meses de estrecheces, pero para los norcoreanos el hambre en el campo durante esa época del año es muy real.

En los últimos años, la procedencia principal de alimentos del exterior ha sido surcoreana, ya fuera mediante asistencia alimentaria directa (para el problema inmediato) o entregas de fertilizantes, pero este año, con una impaciencia y un enfado que van en aumento en Corea del Sur para con régimen norcoreano, no hay seguridad sobre los alimentos y los fertilizantes y algunos analistas de Seúl creen que una arriesgada sucesión política en Pyongyang, combinada con escasez de alimentos en el campo, podría superar la capacidad del régimen norcoreano para afrontarlos.

En los doce últimos meses se ha visto el comportamiento norcoreano más atroz en varios decenios. En marzo de 2010, un submarino norcoreano torpedeó a un barco surcoreano en alta mar y mató a 46 marineros... y hundió cualquier posibilidad de reanudación temprana de las negociaciones para aplicar el compromiso subscrito por Corea del Norte en 2005 de eliminar todos sus programas nucleares. Las invectivas y provocaciones de Corea del Norte contra Corea del Sur continuaron y en noviembre su ejército disparó proyectiles contra una isla surcoreana frente a la línea limítrofe septentrional, que ha servido de frontera entre el Norte y el Sur desde el armisticio de 1953.

Más recientemente, el régimen exhibió con orgullo unas modernas instalaciones de tecnología avanzada para el enriquecimiento de uranio. Según el científico americano que fue invitado a verlas, en contraste con la anticuada tecnología basada en el plutonio, dichas instalaciones parecían ser de vanguardia, lo que confirmó la sospecha de que Corea del Norte no tiene el menor interés auténtico de cumplir sus deberes en materia de desarme nuclear. Cuando se les preguntó por qué no incluyeron esas instalaciones en su declaración de programas nucleares, los funcionarios norcoreanos respondieron jovial –y absurdamente– que se habían construido por entero después del fracaso de las negociaciones nucleares en 2008.

Los norcoreanos mintieron por escrito no sólo a los Estados Unidos, cosa que han hecho repetidas veces en el pasado, sino también a China, Rusia, el Japón y Corea del Sur. Los chinos han instado a los EE.UU. y a otros países a reanudar las negociaciones nucleares, pero saben que lo que ha puesto en peligro el proceso ha sido la perfidia norcoreana.

Entretanto, el régimen no ha invertido casi nada para remediar las duras condiciones de las zonas rurales norcoreanas. Unos ríos no encauzados apropiadamente se desbordan periódicamente e inundan pueblos durante la estación de los tifones, casi igual que hace mil años. Los sistemas de riego siguen siendo toscos e insuficientes para afrontar las vicisitudes de las precipitaciones en la península de Corea, con frecuencia reseca y árida. Ese abandono ha dejado a los norcoreanos perpetuamente al borde de la supervivencia... y con frecuencia con las palmas de las manos extendidas hacia la comunidad internacional, en particular Corea del Sur.

Para los surcoreanos, la de ayudar a los norcoreanos hambrientos, que son parientes suyos, será una decisión mucho más difícil que para otros, que sólo ven un problema de seguridad en una zona lejana. Muchos norcoreanos están ya malnutridos, pues su peso y talla corporales son muy inferiores a los de los surcoreanos. Según grupos no gubernamentales y otros agentes humanitarios, muchos niños norcoreanos muestran signos de deficiencia mental a medida que la falta de vitaminas esenciales va pasando factura.

Los surcoreanos están llegando a convencerse cada vez más de que Corea del Norte no formará parte del concierto de las naciones durante mucho tiempo, de que tarde o temprano (tal vez en este decenio incluso), se desplomará y sus malnutridos habitantes pasarán a ser los futuros ciudadanos de una República de Corea reunificada. Por esa razón, las cuestiones que afronta la opinión pública surcoreana, mientras decide si prestar o no asistencia alimentaria, no son fáciles; de hecho, podrían ser verdaderamente desgarradoras.

La división de la península coreana hace 65 años fue una de las mayores tragedias –y la que más se ha prolongado– de la segunda guerra mundial. Nadie pensó que una línea trazada en el paralelo 38º para el objetivo táctico de organizar la rendición de las unidades japonesas ante las fuerzas americanas y soviéticas llegaría a ser una cicatriz a lo ancho de la península de Corea que crearía dos Estados separados, pero así fue y, a raíz de la guerra de Corea, dicha línea pasó a ser –y así ha seguido– una de las fronteras más fortificadas de la Tierra.

El pueblo coreano tiene el derecho histórico a determinar el destino futuro de su península, incluida la unificación, si así lo decide. La evolución de ese proceso cada vez más probable tendrá enormes consecuencias políticas y de seguridad para la región. ¿Aceptará China una península unificada por un aliado de los Estados Unidos? ¿Adoptarán los EE.UU. medidas para tranquilizar a China? ¿Cómo afectaría una Corea unificada a las actitudes del Japón?

Pero las decisiones reales –y sus consecuencias– corresponderán al Gobierno de Seúl. ¿Contribuiría la ayuda alimentaria a la supervivencia de un Estado que da a sus ciudadanos el trato más deplorable del mundo? En ese caso y si la denegación de la ayuda alimentaria tuviera como consecuencia una hambruna que el régimen de Corea del Norte no pudiera soportar, ¿qué significaría esa decisión para las posteriores relaciones entre los coreanos del norte y del sur de una península unificada?

En las próximas semanas, el Gobierno de Corea del Sur afrontará una de las disyuntivas más duras que pueden plantearse a un gobierno: la de si el costo a corto plazo en vidas humanas vale la pena por los beneficios (también en vidas humanas) a largo plazo que un desplome de Corea del Norte inducido por la hambruna puede tener.

Christopher R. Hill, ex Secretario de Estado Adjunto de los Estados Unidos para el Asia Oriental y fue embajador de los EE.UU. en el Iraq, Corea del Sur, Macedonia y Polonia, enviado especial de los EE.UU. para Kosovo, negociador de los acuerdos de paz de Dayton y jefe de la delegación de los EE.UU. para las negociaciones con Corea del Norte en el período 2005-2009. Ahora es decano de la Escuela Korbel de Estudios Internacionales de la Universidad de Denver. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *