Reflexiones sobre el cáncer

Es una obviedad que la enfermedad cancerosa tiene, en líneas generales, connotaciones de gravedad. Pero el progreso de la medicina y la prevención han dado lugar a que aquella patología vaya perdiendo el pronóstico sombrío, que tenía hace años. A comienzos del siglo pasado, la mortalidad por cáncer era del 100%; en la actualidad se puede afirmar que el 60-65% de los enfermos sobrevive. Estas cifras son globales y poco válidas pues en ellas se incluyen tumores que tienen una supervivencia muy baja, con otros cuya curación está garantizada. Lo que sí es evidente es que el progreso de la moderna farmacología está proporcionando un alto porcentatipo de carcinoma (citaban el nombre del tumor) que había conducido a la muerte a una joven mujer. Entiendo perfectamente el dolor de la pérdida de un ser querido, pero no podemos olvidar que tal mensaje citando no sólo la enfermedad sino incluso el tipo de tumor, van a crear una angustia y un temor añadido a todos los pacientes que se consideren en la misma situación que la fallecida. En algunas ocasiones las analogías van todavía mucho más lejos y se describen delitos contra la sociedad equiparándolos a la evolución de ciertos cánceres: “La corrupción urbanística es un cáncer que, lejos de estar controlado, parece extenderse en mortíferas metástasis. je de pacientes en los que la enfermedad se ha convertido en un proceso crónico y, por tanto, controlable.

El público profano se confunde fácilmente y más todavía si personalmente o un familiar querido se halla afecto de cáncer. Un mismo tipo de tumor, por sus peculiaridades biológicas o por la resistencia del huésped, puede tener una evolución totalmente diferente.

El cáncer del cuello uterino, en la década de los 60, alcanzaba una incidencia de 50 casos cada 100.000 mujeres. La divulgación de la citología ha permitido el diagnóstico de la enfermedad en etapas precoces, antes de que se produzca la invasión, cuando todavía el organismo se defiende y pone barreras al crecimiento tumoral. Si esta prevención secundaria ha conseguido que en 30 años la frecuencia del cáncer invasor del cuello uterino descendiera a 8-10 por 100.000 mujeres, podemos esperar, con un razonado optimismo, que con el empleo de las vacunas contra el virus, que es el agente causal de casi el 80% de los carcinomas del cuello uterino, viéramos desaparecer aquella enfermedad en un futuro no lejano.

Pero no voy a divulgar conceptos científicos, sino que voy a limitarme al escenario sociocultural, que rodea al enfermo afecto de cáncer. La palabra cáncer es empleada de forma muy peyorativa en el idioma coloquial, en los medios de difusión e, incluso, por los propios familiares del enfermo.

Hace algo más de un año, en este mismo periódico se publicó una esquela en la que unos afligidísimos familiares describían “la valerosa y dura lucha” contra tal tipo de carcinoma (citaban el nombre del tumor) que había conducido a la muerte a una joven mujer. Entiendo perfectamente el dolor de la pérdida de un ser querido, pero no podemos olvidar que tal mensaje citando no sólo la enfermedad sino incluso el tipo de tumor, van a crear una angustia
y un temor añadido a todos los pacientes que se consideren en la misma situación que la fallecida.

En algunas ocasiones las analogías van todavía mucho más lejos y se describen delitos contra la sociedad equiparándolos a la evolución de ciertos cánceres: “La corrupción urbanística es un cáncer que, lejos de estar controlado, parece extenderse en mortíferas metástasis...”.

Los médicos que tratamos al enfermo oncológico disponemos de excelentes protocolos que regulan nuestra actuación y que prácticamente son comunes a la mayoría de los centros especializados, pero a penas disponemos de normas de actuación para tratar no sólo el tumor, sino también a la persona enferma, cuya angustia vital es siempre importante.

Cuando el paciente escucha por primera vez la palabra cáncer, carcinoma o tumor maligno, y aunque sospechara la naturaleza de la enfermedad, su cerebro difícilmente asimila el discurso del médico. Según mi opinión, en esta primera entrevista deben evitarse los excesivos tecnicismos e intentar hacer comprender al enfermo que nosotros los médicos somos el insNo soy partidario de ocultar la verdad; esta debe dosificarse a demanda del paciente trumento de su curación y al servicio de él. Es inútil hablar de porcentajes o de tal o cual técnica, la impresión que el paciente canceroso debe obtener, en este determinante primer contacto con una realidad difícil de asumir, es el de que va a disponer de un equipo de profesionales que van a atenderlo en todas sus necesidades.

No es infrecuente que grandes profesionales pierdan la confianza de sus pacientes. Asombrados suelen exclamar: “Se lo he explicado todo ha firmado el consentimiento informado” y el paciente, sin embargo, se siente abandonado. Mucha información no es sinónimo de buena comunicación y, además, con el exceso, es fácil caer en la crueldad informativa. Con ello no quiero decir que sea partidario de ocultar la verdad; esta debe dosificarse a demanda del paciente. No debe olvidarse que la palabra cáncer es un arrollador tornado que borra la historia personal del enfermo, y el “yo y mis circunstancias” queda reducido al “yo, cáncer”. La vida queda supeditada a los obligados controles, el diagnóstico por imagen, los marcadores tumorales, la consulta del médico. Si el control ha sido favorable, se vuelve a una vida que tiene la característica de la inmediatez, aferrarse al día a día, no pensar en un futuro lejano, disfrutar de lo que antes pudieran parecer banalidades. Es inútil lamentarse de no poder asegurarse los placeres más justos, las vacaciones anuales, las fiestas de fin curso de los hijos o los acontecimientos sociales a los que se está habituado. ¡Es difícil sonreír por fuera y llorar interiormente!

El cáncer suele estigmatizar a quienes lo padecen, y diferencia a los verdaderos amigos de las amistades pasajeras. El cáncer descubre valores en los que antes de padecerlo no se había reparado.

La enfermedad no debe ser un tabú que deba ocultarse, como antaño lo fue la tuberculosis; y de forma parecida a como los voluntariosos sanatorios y diversas terapias fueron barridos por la eficacia absoluta de la moderna terapéutica antituberculosa, el avance en el conocimiento de la historia natural de la enfermedad cancerosa ha permitido la práctica de una cirugía mucho menos agresiva, a que la quimioterapia sea más selectiva y con menos efectos secundarios y que los modernos equipos de radioterapia permitan irradiar, de forma sumamente precisa, cualquier foco tumoral.

En una noche tórrida de un verano cualquiera, en una ciudad abandonada por el éxodo vacacional, dos personas comparten su dolor. Una de ellas, sumida en la inconsciencia del sueño, un hombre, padre de familia, empresario de éxito, con la alopecia de la quimioterapia, signo que hace evidente su fragilidad a los ojos de la otra persona, su compañera de toda la vida que insomne le contempla y que desearía transmitirle la salud que a ella le sobra y evitarle el sufrimiento. Se equivoca, su salud es aparente y la línea divisoria entre salud y enfermedad es muy difusa. Quienes están en el lado de los teóricamente sanos deben saber que la debilidad humana es grande y muy fácilmente puede pasar al lado de los enfermos.

El tratamiento del cáncer requiere un equipo multidisciplinar en el que no debe faltar el psicólogo especializado en oncología, pero a pesar de su inestimable ayuda, tanto los que utilizamos el bisturí como los oncólogos médicos o los radioterapeutas debemos concienciarnos que estamos tratando un problema que es de todos y que nuestra humilde ciencia, sin un amplio concepto de solidaridad y comprensión para con el enfermo, será insuficiente.

Santiago Dexeus, director Fundación Santiago Dexeus Font.