Reflexiones sobre Irán

Después de un mes y medio de manifestaciones en Irán en protesta por la gestión oficial de las elecciones presidenciales del 11 de junio y, desde un punto de vista más general, por el dominio ejercido sobre este país por una camarilla recalcitrante y demagógica da la sensación, a primera vista, de que el régimen de Ali Jamenei y Mahmud Ahmadineyad, líder supremo y presidente, respectivamente, ha logrado refrenar y repeler el desafío a su autoridad. Sin ser anticipado o pronosticado por casi ningún observador, ni internos ni externos - y gozando al mismo tiempo de un asombroso apoyo de todos los grupos sociales y regiones del país-,el movimiento de masas de la primavera persa parece haber desaparecido de nuestra vista con la misma celeridad con que salió a escena.

Cabrá pensar que este despliegue de violencia a cargo del Estado es sólo el principio: como ha sucedido en periodos anteriores de la República Islámica, y como también sucedió bajo el régimen del sha, los miembros de la oposición serán tratados de modo brutal e intimidatorio en grado sumo en la cárcel, para ser obligados posteriormente a hacer pública "confesión" de sus actos en televisión, de forma intencionada y absurdamente vejatoria, no concebida ni planeada para revelar la verdad sobre "conspiraciones extranjeras" o para lograr otro fin cualquier, sino para quebrantar la voluntad de los opositores.

De forma aún más execrable y ominosa, de tales hechos iniciales consistentes en detenciones, malos tratos y vejaciones públicas - como ocurrió con ocasión del aplastamiento de la oposición progresista y de izquierdas en 1979-1981 y como ya ha sucedido una vez que la atención internacional aparta sus ojos de Irán y son expulsados los corresponsales extranjeros y ciertas figuras de la oposición-puede derivarse la muerte en la cárcel de miembros de la oposición: en épocas anteriores, tales muertes y asesinatos se enmascararon tras juicios ficticios cuyas ejecuciones se justificaban bajo la acusación comodín,que sirve para todo, de "librar una guerra contra Dios", o se basaban en supuestos intentos de fuga.

La decisión de reprimir y, sobre todo, el desprecio de los puntos de vista ajenos expresados de manera pacífica y democrática fue un hecho patente durante los primeros meses de la República Islámica. Recuerdo, en especial, una reunión pedagógica en agosto de 1979 con un guardia revolucionario que había acudido con sus compañeros a clausurar las oficinas del periódico independiente Ayandegan.Cuando pregunté a este pasdaran qué hacía, me contestó: "¡Defendemos la revolución!".

"¿Por qué clausuran el periódico?", pregunté. "Este periódico es una mierda", manifestó. Al indicar yo que tenía dos millones de lectores, contestó: "¡Pues esos dos millones son una mierda!". Tal fue mi iniciación en la cultura política de los Guardianes de la Revolución.

Si tales incidentes de los primeros meses de la República Islámica iluminan un tanto la reciente explosión popular en Irán, ciertamente otras analogías - sobre todo las analogías con los desafíos a los regímenes comunistas de Europa del Este tras 1945-también podrían tenerse en cuenta. Porque, en cierto sentido, la República Islámica, como el comunismo, ha perdido su credibilidad ideológica original y ha cavado su propia tumba, sobre todo en lo relativo a la formación social y política de la población: los manifestantes en Irán no llevaban pancartas con imágenes de los imanes chiíes, Ali o Reza; no coreaban eslóganes religiosos ni blandían retratos de Lenin, Mao o Che Guevara. Estos manifestantes formaban parte - como las multitudes que desafiaron al comunismo-de una "revolución de recuperación", según la expresión de Habermas en 1989; esto es, una revolución que deseaba formar parte del mundo moderno en cuyo seno y donde cada país pudiera ocupar su legítimo lugar con espíritu cooperador. El suyo era un clamor a un tiempo contemporáneo y con ecos de la revolución constitucional de 1906, el de "¡Muerte al dictador!". Sus aspiraciones y exigencias - lo mismo que el candidato presidencial Musavi ha reiterado-incluyen un amplio abanico de libertades: de expresión, de reunión y manifestación, de información.

El mayor enigma, y de originalidad más sorprendente, de la reciente crisis iraní atañe a la profundidad de las divisiones existentes en el seno del régimen de la propia República Islámica. Sin embargo, el éxito de Musavi con relación a las movilizaciones a gran escala en las semanas anteriores y posteriores a los comicios puede, de hecho, ser comprendido y explicado: un creciente malestar y descontento (que data de antiguo) por las medidas e iniciativas sociales, económicas y políticas adoptadas por la República Islámica; una repugnancia especial, desde las elecciones del 2005, frente a las políticas del presidente Ahmadineyad, con una serie de factores recientes que desembocaron en las elecciones y a los que hay que sumar la movilización a través de las nuevas formas de comunicación en la red, en unión por cierto de la vulgaridad mostrada por Ahmadineyad en sus debates televisivos con Musavi y - no se olvide-el empleo creativo e inédito de SMS, Facebook y otros recursos similares.

Lo que ya no ofrece una explicación tan sencilla y clara es la división existente en el seno del Estado que cuartea la nomenclatura islámica: unas cinco mil figuras y personalidades religiosas, políticas y empresariales que han conformado la nueva elite gobernante con acceso privilegiado a los ingresos procedentes del petróleo, el gas y el comercio. Observar la situación de Irán en las últimas semanas es como observar un escenario donde sólo algunos actores aparecen a la luz de los focos y otros acontecimientos permanecen en la sombra. Es el conflicto que bulle en el seno de una elite religiosa y política, un conflicto marcado por el desafío abierto de los ex presidentes Rafsanyani y Jatami y que permea la ciudad sagrada de Qom y buena parte de la elite política. Se desconoce si tal conflicto permea, asimismo, las fuerzas armadas, los Guardianes de la Revolución y los servicios de inteligencia; sin embargo, mientras no haya pruebas de que tales organismos se hallan en efecto divididos, la iniciativa corresponderá al coto de Jamenei y Ahmadineyad. Informaciones procedentes de Qom señalan asimismo que el régimen hace cuanto se halla en su mano para mantener al estamento religioso de su parte.

Lo que han conseguido las últimas manifestaciones - y posiblemente constituya en el futuro una parte importante de cualquier régimen político más progresista en Irán-es demostrar que la auténtica historia y legado de la revolución islámica son susceptibles de un abanico de distintas interpretaciones. Durante muchos años, después de 1979, fue la izquierda marxista la que reivindicó - con notable exageración-haber "hecho" la revolución… para comprobar cómo se la robaban Jomeini y el estamento religioso.

El elemento que empañaba tal razonamiento, sin embargo, estriba en que existía otro electorado mucho más amplio que la elite religiosa usurpó y (en su oposición nacionalista al sha y su alianza con EE. UU.) tuvo un papel muy importante en la revolución; un electorado que, de hecho, Jomeini robó con su plan de un "gobierno islámico". Buena parte de los manifestantes de 1979 no quería al sha, pero tampoco la dictadura de los ayatolás: quería, como decían los eslóganes de la revolución, "independencia" y "libertad".

Las recientes manifestaciones de Teherán han mostrado, con un heroísmo y una lucidez que han suscitado admiración en todo el mundo, la fructificación de este programa. Los eslóganes de las manifestaciones de 1979 - "Muerte al fascismo, muerte a la reacción"-pueden reunirse con los coreados por los manifestantes de hoy, "Muerte al dictador", a fin de anunciar el final de la camarilla de usurpadores que ahora gobierna Irán. Al pueblo de Irán, así como a sus amigos y admiradores de todo el mundo, sólo les queda confiar en que este día llegue más pronto que tarde.

Fred Halliday, profesor investigador de la Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats (ICREA) en el Institut de Barcelona d´Estudis Internacionals (IBEI). Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa