Reformas estructurales

¿Se acuerdan de lo que le preocupaba a EE UU hace seis o siete años? La perspectiva de una “recuperación sin empleo” (jobless recovery). Lo habían olvidado, ¿verdad? No es muy sorprendente, porque el futuro ha desmentido esta sombría previsión. (Y, además, es verdad que la eurozona tenía entonces sus propias preocupaciones: la crisis de las deudas soberanas).

Hace cuatro años, dos investigadores de Oxford acapararon las portadas al afirmar que los robots podrían ocupar, de aquí a una o dos décadas, prácticamente la mitad de nuestros empleos. Esta hipótesis del horror digital dio lugar a un debate apasionado… antes de pasar a un segundo plano.

Y con razón. En la eurozona, la recuperación, aunque sigue siendo modesta y desigual, ha permitido una creación de empleo relativamente elevada, mientras que la tasa de desempleo ha caído hasta un nivel muy bajo en algunos Estados miembros, como Austria (5,2%) y Holanda (4,9%) y, sobre todo, Alemania (3,8%). EE UU y Reino Unido, donde el desempleo apenas supera el 4% de la población activa, también parecen aproximarse al pleno empleo.

Sin embargo, incluso en estos países, el incremento de los salarios sigue siendo limitado. Y eso es lo que deja más bien perplejos a los economistas, cuyos modelos postulan, según la Curva de Phillips, una relación inversa entre la evolución de la tasa de desempleo y el ritmo de la subida de los salarios (y de los precios), ya que cuando la primera disminuye, el segundo aumenta.

El hecho de que esta ecuación fundamental de la macroeconomía contemporánea no se cumpla merece una explicación. Esta es la que ha propuesto recientemente el Banco Central Europeo (BCE): la tasa de paro oficial subestima la magnitud del desempleo que, en el conjunto de la eurozona, afectaría a entre el 15% y el 18% de la población activa.

A priori, esto encaja con la realidad, en la que los empleos precarios y el trabajo “a tiempo parcial involuntario” han constituido hasta ahora, en un gran número de países dentro y fuera de la zona euro (sobre todo en Alemania y en Reino Unido), una variable de ajuste del mercado laboral. Y en EE UU, tras ocho años de recuperación, la tasa de participación en el mercado laboral todavía no ha recuperado el terreno perdido durante la Gran Recesión.

¿Podemos deducir de ello que simplemente hay que tener paciencia? ¿Que, aunque el crecimiento sea claramente inferior al que hayamos podido tener en el pasado, los empleos “buenos” sustituirán progresivamente a los “malos” y que la creciente tensión en el mercado de trabajo se traducirá en algún momento en una subida de los salarios que, a su vez, sostendrá el gasto de los hogares y consolidará la recuperación económica?

Este escenario no es algo que caiga por su propio peso, si tenemos en cuenta otra característica del periodo actual, tanto en EE UU como en la eurozona: la escasa mejora de la productividad. Numerosos economistas consideran que esta es la causa del débil aumento de los salarios y del crecimiento en definitiva modesto de nuestras economías. En consecuencia, insisten, al unísono con las autoridades europeas, en la urgencia de eliminar la rigidez de los mercados de trabajo y de los bienes y servicios que, en su opinión, frena el dinamismo económico.

No obstante, otros cuestionan esta visión de un progreso técnico que, por así decirlo, caería del cielo (por poco que se liberalizase la economía). Para ellos, el incremento de la productividad, lejos de ser una fuerza exógena, está estrechamente relacionado con la coyuntura y la situación del mercado laboral. ¿Por qué, preguntan, tendrían que invertir las empresas en equipamientos para aumentar la productividad de los trabajadores en una situación en la que no hay una presión al alza sobre los salarios y en la que no abundan las carteras de pedidos?

La pregunta —que insinúa que los salarios no son lo suficientemente elevados para que los robots tengan una oportunidad en el mercado laboral— no es descabellada. De hecho, la sustitución del trabajo por el capital está prácticamente estancada en Europa y en EE UU desde 2013.

Es cierto que esto no basta para demostrarlo (el BCE, por otra parte, saca una conclusión opuesta). Así y todo, aunque es verdad que la debilidad de la coyuntura ha frenado el aumento de la productividad, las “reformas estructurales” no nos sacarán de la trampa del crecimiento poco vigoroso. Y Europa —con Macron a la cabeza— perderá su apuesta.

Dominique Berns es periodista especializado en temas económicos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *