Reformas necesarias para un capitalismo sostenible

Hace unos meses, cuando todavía la pandemia no se había convertido en nuestra principal preocupación, nos preguntábamos qué hacer en un sistema que no está siendo capaz de abordar los retos de la sostenibilidad del planeta ni evitar crecientes desigualdades que, en los países desarrollados, están incrementando el malestar ciudadano.

A nuestro juicio, resulta absolutamente injusto, como se ha pretendido, descargar en el modelo económico todos los males de la actual sociedad, cuando la empresa ha sido la estructura organizativa que ha permitido el progreso social a través de la creación de empleo y el desarrollo económico.

Sin embargo, hemos podido apreciar que doce años después de la quiebra de Lehman Brothers, detonante y paradigma de una profunda crisis financiera y económica, algunas élites dirigentes volvían a priorizar el enriquecimiento cortoplacista como si nada hubiera pasado.

Ante esta situación, muchos economistas e instituciones internacionales han desarrollado posibles soluciones para la reforma de un sistema que, habiendo generado riqueza y desarrollo en los últimos dos siglos, presenta síntomas de agotamiento.

Con las limitaciones propias de este artículo queremos a apuntar algunas ideas, que van desde el ámbito mundial al ámbito local.

En el contexto mundial, sobresale la necesidad de gestionar la globalización de las finanzas, que tienden a volverse más volátiles y dependientes de instrumentos arriesgados. Se precisarán, por tanto, reformas significativas en los sistemas monetario y financiero (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, …), deseablemente en el marco de una Autoridad Económica Mundial, dependiente de la ONU y con una visión de búsqueda del Bien Común universal, incluyendo a los países emergentes. El Papa Francisco también apunta en ese sentido en su reciente encíclica Fratelli Tutti.

Otro elemento importante será una adecuada regulación de los mercados, en los que conviven a veces una retórica en favor de la máxima libertad y un comportamiento de algunos agentes que, por su dimensión o por su «poder de mercado», tienden a limitar la competencia en su favor. La crisis del 2008 ya demostró que el mercado no es capaz de autorregularse dejado a sus propias fuerzas.

Para corregirlo, una aportación de interés sería evitar acercarnos al problema desde prejuicios ideológicos. Ya que ni las posiciones más liberales, reclamando la máxima libertad en toda actividad económica, ni la defensa de cualquier intervención del Estado, tradicional de las posiciones más progresistas, han demostrado ser útiles como principios orientadores exclusivos. «Las ideas separan, las necesidades unen», recordaba Arizmendiarrieta.

En el plano más local, hay una insistencia en la necesidad de recuperar determinados valores éticos a nivel de individuos y familias, las empresas y los Estados. El profesor de Oxford, Paul Collier, sugiere estimular una identidad compartida ligada a un territorio, como base de unas obligaciones recíprocas y de una actividad orientada al interés de la comunidad.

Destaca su propuesta de evitar que los ciudadanos sean exclusivamente sujetos de derechos y recuperar el principio de reciprocidad: el estado debe responder a la responsabilidad e implicación de las personas. Como alternativa a otros enfoques que sitúan los derechos en los individuos, pero transfieren las obligaciones al Estado. Buscando, por otro lado, un liderazgo que rehúya la ideología y se centre en soluciones pragmáticas, fundamentadas de manera firme y sistemática en valores morales.

Recuerda el ilustre economista que las personas obtenemos una utilidad no sólo del consumo sino también de la estima y del desarrollo de nuestras potencialidades humanas, lo que plantea un Modelo de empresa que base su éxito en el desarrollo de las capacidades de las personas implicadas y su alineamiento con un proyecto común y que se preocupe de satisfacer de forma equilibrada los intereses de los distintos stakeholders de la misma.

Estas reflexiones recuerdan que está también en nuestra mano ir construyendo un capitalismo más humano, entendiendo por tal aquel que se preocupa no sólo del progreso económico sino también del bienestar y el desarrollo de las personas y que busca un pragmatismo basado en valores morales.

Tenemos ahora, quizás, una oportunidad especial para buscar una reforma creativa del sistema económico, apoyándonos en los valores citados, que requeriría un amplio debate que los últimos acontecimientos que estamos viviendo pueden hacer si cabe más necesario.

Jesús Avezuela, director general de la Fundación Pablo VI. Carlos de la Higuera, miembro de la Fundación Arzimendiarrieta.

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