La pandemia del COVID-19 ha generado una emergencia de salud pública y una aguda reducción de los precios del petróleo, lo cual representa una tormenta perfecta para Oriente Medio, donde todo depende de los ingresos petroleros, desde los salarios a los subsidios. Como en el pasado, el shock de los precios del petróleo repercutirá inevitablemente en los países no productores de crudo a través de reducciones de las transferencias de ayuda oficiales y menores remesas de los trabajadores, lo que afectará aún más los fondos fiscales necesarios para enfrentar el COVID-19.
Para agravar las cosas, la pandemia ha golpeado la región en momentos en que ya estaba sufriendo múltiples crisis. La tragedia siria continúa, Libia y Yemen sufren guerras civiles, la “calle árabe” se ha vuelto a movilizar. En toda la región, desde Argelia y Sudán hasta Irak y el Líbano, los manifestantes protestan al unísono contra un modelo de desarrollo que solo ha producido corrupción e inestabilidad social.
La impresión del pueblo no es infundada. Si bien se la sigue caracterizando como una región de clase media, Oriente Medio ha vivido una preocupante alza de la pobreza y la desigualdad del ingreso. Un informe reciente del Banco Mundial muestra que la proporción de personas que vive en las proximidades de conflictos violentos aumentó de un 6% a un 20% entre 2007 y 2017, superando con creces el promedio global de un 3%. Hoy la región es el origen de un 40% de los desplazados del planeta. Tiene el más alto índice de desempleo juvenil del mundo y sus sectores públicos sobredimensionados se están volviendo cada vez más difíciles de sostener. Está por verse si Irak puede pagar los salarios de sus funcionarios públicos el próximo mes, y no es un caso aislado.
Con la pandemia del COVID-19, Oriente Medio se enfrenta a un extraordinario desafío que exigirá una respuesta extraordinaria. Si bien crecen las voces que llaman a emprender esfuerzos globales para combatir la pandemia, lo primero que necesita Oriente Medio es una estrategia regional específica. La crisis se debe reconocer como una oportunidad para construir un nuevo orden político para la región. Ahora es el momento para que el mundo árabe colabore en soluciones en común, abrace un destino compartido e inicie un modelo de desarrollo para abordar sus retos socioeconómicos cada vez más interconectados.
El orden regional posterior a la Segunda Guerra Mundial ya había alcanzado su punto de inflexión a fines de 2019. Estados Unidos ya no es el árbitro único de los asuntos de Oriente Medio, debido a su menor dependencia de las importaciones petroleras y su creciente fatiga con sus compromisos militares externos. Y si bien Rusia, la Unión Europea y las potencias regionales han demostrado una mayor disposición a intervenir en la región, ninguna cuenta con los recursos o el deseo de reemplazar a los estadounidenses.
Como resultado, los países árabes ya no pueden depender totalmente en la asistencia de las potencias globales para los desafíos existenciales a los que se enfrentan. Si bien algunos países de la región se encuentran en conversaciones con el Fondo Monetario Internacional para recibir ayuda financiera de emergencia, la mayor parte de los gobiernos carecen de los apoyos políticos necesarios para adherir a las condiciones del FMI. E incluso si el Fondo flexibilizara su exigencia acostumbrada de llevar a cabo una estricta consolidación fiscal, su ayudaría serviría solo para financiar la protección social de corto plazo. Inmediatamente después de la crisis dependerá de sus autoridades diseñar un modelo de desarrollo más sostenible.
Es una tarea que ningún gobierno puede hacer por sí mismo, ni siquiera con el apoyo de donantes internacionales. Puesto que los problemas económicos de la región están tan interconectados, solo un enfoque integrado les podrá dar respuesta.
Entre los asuntos más urgentes, la salud pública es y seguirá siendo una prioridad, pero Oriente Medio también tiene que ampliar la disponibilidad de agua, gas petróleo y transporte, además de fortalecer sus protecciones ambientales. Todos estos temas son transfronterizos, por lo que exigen una coordinación regional. Del mismo modo, para reanudar su crecimiento económico, los países de Oriente Medio deben impulsar su integración regional en el turismo, comercio, servicios y otros sectores de importancia.
Una estrategia holística así no se puede lograr con los marcos de cooperación actuales. El modelo tradicional de regionalismo árabe está caduco. Las cumbres regulares de la Liga Árabe se consideran cada vez más como encuentros inútiles con muchas palabras y pocos hechos. Las estructuras sub-regionales como el Consejo de Cooperación del Golfo se han vuelto igualmente irrelevantes debido a las discordias internas entre sus estados miembros. Si bien estas divisiones sin duda plantearán dificultades para crear un nuevo marco multilateral de cooperación, debemos preguntarnos si es que hay alguna esperanza para Oriente Medio sin él.
Tal como están las cosas, los países árabes en conflicto se encuentran en una guerra de desgaste que no da victorias individuales, sino solo pérdidas colectivas. Nunca antes ha habido una mayor necesidad de un esfuerzo en común. A medida que la pandemia pone en evidencia las fracturas tectónicas de la región, sus líderes deberían reconocer que un vacío estratégico nunca queda sin ser llenado. En ausencia de una acción coordinada, quienes busquen satisfacer sus intereses de manera unilateral aprovecharán la oportunidad, generando con ello más conflicto e inestabilidad. Mientras el mundo se esfuerza por aplanar la curva de contagio, los países árabes tienen la tarea adicional de aplanar la curva de conflictos. Si fracasan, en su futuro no habrá ni paz ni riqueza.
Para acabar con los conflictos y trazar un enfoque nuevo y unificado para la región, los líderes árabes deben dejar de lado los antiguos prejuicios y enfrentarse francamente a las nuevas realidades. La pandemia global ofrece una oportunidad de imaginar un futuro diferente. En tiempos de crisis es más fácil forjar relaciones de colaboración. Ahora es el momento de tender puentes y empezar a esbozar una agenda mutuamente aceptable, centrada en temas humanitarios básicos: el fin de las hostilidades, apoyo a los refugiados, la reconstrucción post-conflictos y acceso al mercado para firmas afectadas por la última ola de enfrentamientos.
Cuando haya pasado la crisis del COVID-19, el mundo estará ocupado en otros temas. Solo ayudándose unos a los otros los árabes podrán superar sus problemas. Sus líderes deben comenzar ahora.
Bassem Awadallah is CEO of Tomoh Advisory and former Minister of Planning and Finance of the Hashemite Kingdom of Jordan. Adeel Malik is Associate Professor of Development Economics at the University of Oxford. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.