Refundar el proceso de Barcelona

Mientras la inmigración ilegal sigue pagando su dramático tributo de muertos en nuestras costas, Sarkozy oficia en París el lanzamiento de la Unión para el Mediterráneo (UpM) que propuso en su programa presidencial y que engloba a 44 países, entre ellos Israel. Para llegar a reunirlos en el Grand Palais ha tenido que hacer muchas concesiones y vencer muchas reticencias. Ha sido decisiva la ayuda de España, que ha inflexionado el proyecto para convertirlo en una refundación del languideciente proceso de Barcelona lanzado en 1995 al calor de los acuerdos de paz de Oslo.

El Mediterráneo necesita ciertamente un nuevo impulso cooperativo, porque no hemos avanzado mucho desde entonces. El Mediterráneo es, hoy más que ayer, un condensado de todos los problemas de nuestro tiempo: emigración, contaminación, efectos del cambio climático, sobreexplotación de recursos pesqueros, amenazas terroristas... Es la frontera más desigual del mundo, con un creciente desequilibrio entre una ribera norte rica que envejece y un sur pobre muy joven.

Pero, aunque sea muy necesaria, la cooperación en el área mediterránea se enfrenta a intereses divergentes, divisiones político-culturales y diferentes prioridades geoestratégicas. En realidad, el Mediterráneo sur no existe como un área geográfica estructurada.
Turquía puede ser el motor sur de la UpM. Con sus 73 millones de habitantes es casi tan grande como Alemania y su PIB per cápita, aunque 5 veces más pequeño que el francés, es equivalente al de Rumanía. Tiene importantes comunidades en Alemania, es destino preferido de los turistas y de las inversiones europeas y de ella provienen 1/3 de las exportaciones mediterráneas a la UE.

Pero es también una antigua potencia imperio/colonial, prácticamente no tiene relaciones comerciales (6 % de sus exportaciones) con el resto de los países del Mediterráneo sur y es culturalmente muy diferente. Por ello vio en la UpM una forma de esquivar su pertenencia a la UE, pero estará en París para no enemistarse con Sarkozy.

Egipto, Siria y Jordania miran más al Oriente Medio que a Europa. Egipto, gigante demográfico, apenas comercia con la UE, su inestable situación política no atrae inversiones y le interesa más lo que pase en Dubai que en Bruselas. Líbano está especialmente relacionado con Europa y, en particular, con Francia, pero su peso económico es muy débil. Israel sí importa; es el segundo destino de las exportaciones del norte. Pero su presencia en la UpM plantea problemas políticos graves. Mi experiencia como presidente del Parlamento Euromediterráneo me hace ser escéptico sobre la utilidad de estos marcos globales para avanzar en la solución del conflicto israelí-palestino.

Libia se mantiene voluntariamente aparte y, por la emigración, el turismo y por las relaciones comerciales, el Magreb es en realidad el gran vecino del sur. Más de la mitad de las importaciones y exportaciones de Argelia, Túnez y Marruecos son con Europa. Y no solo agrícolas o petróleo, cada vez más productos industriales intensivos en manos de obra y servicios deslocalizados como los call centers.

Pero estos países apenas mantienen relaciones económicas, y aún menos políticas, y ello dificulta un marco multilateral de sus relaciones con la UE. Además, cada uno por su lado ven con recelo una gran zona de libre cambio mediterránea, uno de los objetivos de Barcelona-95. Marruecos y Túnez han sufrido en el 2005 la debilidad de un modelo de desarrollo industrial subsidiario, cuando al final del acuerdo multifibras las compras de textiles europeos se dirigieron hacia China de la noche a la mañana, anulando años de esfuerzos y creando una grave crisis de empleo.

En la UE, el proyecto inicial de Sarkozy, que solo incluía a los países con costas mediterráneas, planteó también graves reticencias. La reacción alemana hacia un proyecto que tendía a resucitar las viejas áreas particulares de influencia y podía debilitar el compromiso europeo de Francia fue extremadamente dura.

El Reino Unido, voluntariamente ausente de Euromed, tampoco quería quedar fuera del nuevo invento por lo que pudiera dar de sí. Y los países del Este temían que fuesen los paganos de una mayor atención al Sur. Al final, se modificó substancialmente el proyecto de Sarkozy, convirtiéndolo en un impulso al proceso de Barcelona, que falta le hace, con la participación de todos y la garantía expresa de que los recursos que la UE destina actualmente a ese proceso no se desviaran a otras políticas de cohesión o vecindad.

Y ¿qué hará esta UpM? Trabajar en los cuatro objetivos de Barcelona-95: diálogo político, cooperación económica, diálogo social y cultural, emigración y seguridad. Pero, como me explicaba en Estrasburgo H. Guiaino, consejero de Sarkozy y verdadero padre intelectual de la UpM, acompañándolos de grandes proyectos muy visibles: una autopista del Magreb que una Libia con Mauritania, fomento del transporte marítimo, descontaminación marina, energía solar, protección civil y seguridad.

Los recursos habrá que encontrarlos en el sector privado, en la generosidad de los emires del petróleo o en nuevas aportaciones de los estados. No será fácil, pero si la UpM sirve realmente para relanzar la cooperación en ese Mediterráneo que va de Algeciras a Estambul, como en la inmortal canción de Serrat, bienvenida sea.

Josep Borrell, presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo.