Regeneración

Por Anna Veiga, doctora en Biología (LA VANGUARDIA, 21/04/06):

Cuando se habla de medicina regenerativa, pensamos hoy en día en la capacidad de las células madre en regenerar tejidos en los que se ha perdido la función celular. Se ha hablado mucho últimamente de la posibilidad de resolver este tipo de patologías mediante la terapia celular, en la que se trata al individuo con células madre, de origen adulto, fetal o embrionario. Otra de las posibilidades consiste en conseguir la propia regeneración del tejido u órgano dañado, a través de mecanismos propios del individuo.

Buscando referencias a los procesos de regeneración que se producen espontáneamente en los tejidos del cuerpo humano, es imprescindible recordar algunos casos notorios y conocidos ya desde la antigüedad, así como los de los investigadores que iniciaron esta disciplina.

Una de las primeras referencias se halla en el mito de Prometeo. Se trataba de un titán, conocido como creador y protector de la civilización humana. A la vista de que su creación (el hombre) se hallaba desprovista de la capa protectora que las demás especies poseían para protegerse del frío, decidió robar el fuego a los dioses para ayudarle. Tras ésta y otras ofensas a Zeus, éste, furioso con Prometeo, lo hizo llevar al Monte Cáucaso, donde le encadenó. Allí enviaba un águila cada día con la misión de devorar el hígado de Prometeo. En un proceso de regeneración titánica, éste se regeneraba y volvía a crecerle periódicamente. Es la primera referencia a un proceso de regeneración. Fueron pioneros en estudios de la regeneración Spallanzani y Trembley.

Lázaro Spallanzani (1729-1799) era un abad italiano, interesado en la fisiología y la historia natural. Sus investigaciones en regeneración incluyeron animales como las planarias (gusanos planos), los caracoles y los anfibios. Llegó a conclusiones, algunas válidas hoy en día, de que los animales inferiores tienen un poder de regeneración mayor que los superiores, que los animales jóvenes regeneran mejor que los adultos de la misma especie y que las partes superficiales tienen mayor capacidad de regeneración que las estructuras internas. ¡Llegó a practicar con éxito el trasplante de la cabeza de un caracol en el cuerpo de otro!

Abraham Trembley (1710-1784) era un naturalista suizo y se le conoce por sus estudios en hidras, que observaba y partía en trozos, maravillándose de su capacidad de regeneración en nuevos individuos.

Son bien conocidas las cualidades de regeneración que poseen determinadas especies como las lagartijas y las estrellas de mar. Mención especial en regeneración merece el ajolote mexicano, similar a la salamandra. Se trata del ser vivo con mayor capacidad de regeneración que existe y es capaz de regenerar los ojos, las extremidades, el corazón... ¡en menos de un mes!

Estudiando estas especies, se apunta a que algunos genes que controlan sus procesos de regeneración existen en la especie humana. La hipótesis es que estos genes no son activos en la fase adulta del humano, al perderse su función en el periodo embrionario, fetal y durante el primer año de vida.

Está claro que la medicina regenerativa puede beneficiarse de avances en diversos campos.

Se debe profundizar en el conocimiento de los procesos que determinan la transformación de una célula madre en una célula diferenciada y especializada para poder utilizarla entonces para trasplante. Otra de las vertientes por explorar es la que estudia la capacidad intrínseca de los tejidos y órganos para autorrepararse, es decir, la regeneración propia. Ésta es una propiedad que todavía poseen seres vivos como los descritos y que potencialmente aún poseemos en la especie humana. Cómo propiciar esta regeneración constituye la clave de esta vía de solución a múltiples enfermedades.

Se plantea claramente un enfoque distinto del de la medicina actual. Ésta cura actualmente reparando los tejidos u órganos dañados, mientras que el nuevo planteamiento pretende su regeneración. Una vez se hayan resuelto las dificultades que permitan la utilización de estas herramientas para curar pacientes, habría que determinar en qué casos deberán ser usadas.

El acceso de todos a este tipo de terapias es imprescindible y no debe tratarse en ningún caso de opciones sólo alcanzables para determinados sectores sociales, discriminando a los que tienen un menor poder adquisitivo. La única forma de hacerlos accesibles a toda la sociedad es propiciando una investigación de alto nivel con fondos públicos y privados y estableciendo desde los inicios las conexiones necesarias con los centros de salud que deberán ir incorporando los avances que se produzcan en la investigación básica con el fin de convertir lo que hoy aún es una esperanza en una realidad palpable para los pacientes.

A medida que la esperanza de vida aumenta en los países desarrollados (mientras los problemas de los que están en desarrollo estriban en la mera supervivencia...), aparecen más enfermedades relacionadas con la edad y la degeneración de los tejidos y órganos. Hace pocos años, y vivido en personas muy cercanas, no se planteaba la posibilidad de trasplantar un órgano a un paciente por encima de una edad determinada y de un nivel de patología. Esto ha cambiado radicalmente en los últimos años y lo mismo va a ocurrir con la nueva medicina regenerativa. Nose trata de convertirnos en inmortales. Se trata de conseguir una buena calidad de vida para la sociedad del futuro. Y quizás no se trate de un futuro tan lejano...