Regreso al planeta de los simios

Por Pedro J. Ramírez. Director de El Mundo (EL MUNDO, 30/04/06):

Tras comprobar durante nuestra entrevista su obsesión por «estimular» a Arnaldo Otegi para que «acepte las reglas democráticas», como vía para la integración en la legalidad del «mundo que representa», no puedo dejar de recomendar al presidente Zapatero que aproveche la prórroga, fruto del éxito de público y crítica, y acuda al teatro de la Abadía a una de las últimas representaciones de Informe para una Academia. Aunque la función da para muchas lecturas, conociendo su «ética práctica», seguro que él sale con un buen chute de optimismo sobre las posibilidades del «proceso de paz».

Más de un tercio de siglo después de que su deslumbrante lección de expresión corporal rompiera todos los moldes de una tradición interpretativa a mitad de camino entre la declamación castiza y el método Stanislawski, José Luis Gómez ha vuelto a poner en escena la fábula kafkiana del mono que, al cabo de cinco años de metamorfosis -en un recorrido inverso al de Gregorio Samsa-, comparece ante la comunidad científica para dar testimonio de que ha perdido por completo su «condición simiesca» y anunciar la buena nueva por doquier:

«Mediante un esfuerzo que hasta ahora no se ha repetido sobre la Tierra, he logrado la cultura media de un europeo Me habría sido imposible realizar esto si hubiera pretendido caprichosamente aferrarme a mi origen, a los recuerdos de la juventud Si al principio me era posible el retorno, esta salida se me hizo más baja y más estrecha; me sentía mejor y más resguardado en el mundo humano Sinceramente hablando: el ser simiesco de ustedes, en la medida en que hayan dejado atrás algo por el estilo, no puede estar más lejos de ustedes que el mío de mí Un ex mono ha penetrado en el mundo humano y se ha establecido en él».

Qué no daría Zapatero por poder celebrar dentro de sólo un lustro una prueba equivalente de la redención cristiana o la reinserción laica, tras haber acogido al hijo pródigo en la casa común de unas instituciones democráticas en las que, claro que sí, también hay ya quienes, como Puigcercós, Vendrell y otros líderes de Esquerra Republicana, «han dejado atrás algo por el estilo».Cómo le gustaría a nuestro presidente ser identificado entonces con el filantrópico marinero que, con paciencia infinita, enseñó al simio reglas tan elementales de la vida en sociedad como enarbolar una botella de aguardiente, fumar en pipa o pronunciar interjecciones.

De igual manera que, cuando topaba con la censura y la represión franquista, Albert Boadella no podía imaginar que llegaría un día en el que los derechos humanos a defender en Cataluña fueran los de los castellanoparlantes a los que se impide escolarizar a sus hijos en tal lengua materna, lo último que podía sospechar José Luis Gómez cuando llegó de Alemania en aquellos primeros años 70 es que, al cabo de cuatro décadas de entrega al teatro, la reposición de su primer éxito habría de coincidir con el debate parlamentario de los derechos simiescos.

Quede constancia aquí de mi doble gratitud al diputado socialista Francisco Garrido, promotor de la proposición no de ley presentada al respecto. En primer lugar porque, como a tantos otros colegas -hay quien ha evocado a King Kong, quien se ha acordado de la mona Cheeta y quien ha escrito sobre los Gorilas en la Niebla- me ha dado un excelente motivo para sacar a escena dos de mis mitos literarios y cinematográficos favoritos. Pero sobre todo porque, al subrayar el patente espacio común entre los unos y los otros, no sólo nos ha instado a reflexionar sobre cómo debemos tratar a los orangutanes cuando se comportan como humanos, sino también sobre cómo debemos tratar a los humanos cuando se han comportado como orangutanes.

De eso y de nada más debería ocuparse el «proceso de paz». Del regreso a la civilización de quienes han tratado de imponer la ley de la jungla, asesinando, robando y extorsionando y de quienes les han aplaudido y jaleado con el aullido antropófago de los primates. La experiencia nos ha enseñado a entender la doctrina de Darwin como una carretera de doble sentido: si tenemos fe en que desde la simiedad se pueden llegar a adquirir límites morales es, entre otras razones, porque en la camada etarra hemos visto ya a demasiadas personas regresar a lo peor de su origen animal.

Ahora no se trata de imponer ningún cambio en su morfología, pero sí en su conducta. Ellos pueden seguir siendo nacionalistas e incluso independentistas, de igual forma que el personaje de Kafka continúa fiel a su denominación de origen en la forma de andar, encaramarse al sillón o rascarse la barriga. Siempre habrá grados en la evolución de las especies porque la alienación es consustancial a la existencia. Lo que no pueden repetir bajo ningún concepto es su comportamiento social. Les guste mucho, poco o nada, la ley es la ley y en España -País Vasco incluido- la ley la hacemos el conjunto de los españoles.

Si, según los Evangelios, hay más fiesta en el Reino de los Cielos «por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos» (Lucas 15, 7) ¿por qué el republicanismo cívico que, como su mismo nombre indica, vigoriza nuestra Monarquía Constitucional, no debería celebrar también tal milagro de la naturaleza? Pero una cosa es la benevolencia ante quien llama a tu puerta y otra que te propongan un contrato de compraventa para dejar de matar gente. Ni Navarra, ni la autodeterminación, ni siquiera los presos pueden estar sobre la mesa. La única ecuación aceptable es paz por paz y lo demás tendrá que llegar por añadidura. Zapatero debería ordenar a Eguiguren que transmita el mensaje que el mutante comunica a la Academia: «Nadie me prometió que, si llegaba a ser como ellos, la reja se abriría. No se hacen tales promesas respecto a cosas cuyo cumplimiento es aparentemente imposible.Pero una vez que se ha dado el cumplimiento, las promesas aparecen después, justo donde en vano se las ha buscado antes».

Lo único que toca comprobar es que los antropófagos se han transformado en vegetarianos. A eso se le llama verificación. Pero el presidente debe saber que un número muy grande de españoles no ve en él ni a aquel primer marinero con dotes pedagógicas, ni a ninguno de los sucesivos domadores y empresarios de variedades que fueron humanizando al autoproclamado ex mono, sino a un trasunto del astronauta George Taylor, víctima expiatoria del masoquismo estadounidense en la memorable primera versión de El Planeta de los Simios.

Cuando la Fox emprendió en el 68 la adaptación y rodaje de la novela del francés Pierre Boulle, el fracaso de la sangrienta intervención en Vietnam y la resistencia de los Estados del Sur a la implantación de los derechos civiles de los negros eran ya a los ojos de la izquierda norteamericana sendos pecados colectivos que la nación entera debía expiar. ¿Qué mejor manera de hacerlo que imaginar a Charlton Heston, prototipo, dentro y fuera de la pantalla, del héroe doliente al servicio de la causa del supremacismo blanco, encadenado, apaleado y tratado como una bestia por unos supuestos seres inferiores de piel oscura y peluda?

América debía pagar por sus pecados y, ya que el mayor de ellos era el conformismo ante la injusticia, había llegado el momento de convertir la pantalla en espejo. «¡Eh, tú, patriarca americano blanco, mira cómo te gusta que te esclavicen!», escribió David Edelstein a propósito del remake de Tim Burton. La imagen de lo que queda de la Estatua de la Libertad semienterrada en la arena de la playa resume el veredicto: una civilización que, como advirtió Nietzsche, «ha perdido todo rastro de dignidad ante sí misma» merece ese final. El alba de un nuevo totalitarismo, fiel reflejo de esa degradación, amanece con las palabras que el gorila militarista toma prestadas de Barry Goldwater: «El extremismo en la defensa de los derechos de los monos no puede ser un vicio».

¿Cuáles son ahora los pecados de España? El presidente parece tenerlos muy claros: el golpe militar del 36, el desarrollo y desenlace de la Guerra Civil, la pasiva aceptación de 40 años de franquismo, la ambigüedad de AP y la falta de audacia de UCD en el momento constituyente, el cheque en blanco otorgado en el año 2000 en forma de mayoría absoluta al centralista Aznar y su decisión de emplearlo para apoyar a Bush en la invasión de Irak. Zapatero no los considera, naturalmente, episodios equiparables, pero sí hitos de una narración subconsciente que resumió con palabras meticulosamente elegidas: «La derecha de este país me ha enseñado que es la izquierda la que hace avanzar los derechos democráticos».

¿Qué mejor método para exorcizar esos demonios familiares que reeditar las alianzas de los años 30 -cuando el buen salvaje republicano aún no había sido corrompido por las fuerzas de la reacción- y poner a la España conservadora bajo la férula de una coalición en la que la falta de discurso ideológico de la izquierda quede suplida por la implacable desfachatez nacionalista? Vistas las cosas desde esta perspectiva, Zapatero estaría disfrutando de lo lindo al comprobar la conmoción y el espanto que a los españoles de orden les produce la inconstitucional proliferación de naciones dentro del solar patrio o la propia invocación de la Segunda República como fuente seminal de nuestra Transición democrática. Tanto sería el goce que todo esto le ocasiona, que al presidente no le importaría aportar su propia tortura -a manos de unos dirigentes de Batasuna que contestan con bofetadas a cada caricia-, como contribución al terror que siempre inspira el ritual autoflagelatorio de la penitencia.

En sólo una semana ha ocurrido tres veces: si Moncloa decía que la coalición ilegal iba por «buen camino» al «solidarizarse» con las víctimas de Barañáin, Pernando Barrena replicaba denunciando su «estrategia represiva»; si Moncloa precisaba que «Navarra no está en el debate», Patxi Urrutia martilleaba que «sin Navarra no hay solución»; si, mirando hacia Moncloa, la Fiscalía se deshacía en facilidades para que en lugar de ir a prisión pudiera hacer turismo político en Irlanda, Arnaldo Otegi se encaminaba ipso facto a un funeral-mitin en el que hasta el propio cadáver se empeñaba en jalear los «Gora ETA».

Aunque la verdad es que pocas cosas le divierten tanto a Zapatero como escuchar por la radio a los líderes oficiales y oficiosos de la derecha fuera de sus casillas, su propia explicación de tanta condescendencia se parece más a la actitud que el ex mono de Kafka y José Luis Gómez atribuye al marinero que pilotó su conversión: «Es cierto que a veces me ponía cerca de la piel la pipa encendida hasta que empezaba a arder en alguna parte donde yo llegaba con dificultad, pero entonces él mismo la volvía a apagar con su gigantesca y bondadosa mano. No se enojaba conmigo, se daba cuenta de que luchábamos en el mismo lado contra la naturaleza simiesca, y de que yo tenía la parte más pesada».

La diferencia estriba, claro está, en que una cosa es percibir esa complicidad de forma retrospectiva -en el actual montaje de José Luis Gómez, tanto el actor como su personaje hacen balance de toda una vida sobre la escena, con aquel informe a los académicos como nostálgica referencia- y otra, sentirla en presente de indicativo.El problema es que es ahora cuando Batasuna sabe que Zapatero aprieta, pero no ahoga. Cuando se ha dado cuenta de que son tantas sus ganas de verificar el alto el fuego, devolverles a la legalidad y acreditar el fin de la violencia, que está dispuesto a dar por buena su desvinculación de cualquier «incidente aislado» que se produzca, a no obligarles a condenar expresamente el terrorismo e incluso a no imponer la entrega de las armas como requisito para nada.

Justo lo contrario de lo que hizo Hoover con los Panteras Negras y justo lo contrario de lo que el propio ex mono explica que determinó su transformación: «Después de esos tiros desperté dentro de una jaula Se considera que semejante manera de guardar a los animales salvajes es provechosa; y hoy en día, después de mi experiencia, no puedo negar que éste es realmente el caso en un sentido humano Por primera vez en mi vida me encontraba sin salida. Estaba aprisionado. Tenía que encontrar una salida y esa salida no se podía conseguir mediante la fuga En cuanto hubiera sacado la cabeza se me habría vuelto a apresar y se me habría encerrado en una jaula todavía peor».

Sólo cuando descubrió que todos los demás caminos estaban cerrados, tomó su gran decisión: «Yo dejé de ser mono Y aprendí, señores míos. Ay, se aprende cuando se tiene que aprender; se aprende cuando se busca una salida, se aprende desconsideradamente. Uno se vigila a sí mismo con el látigo; uno se desgarra la carne ante la menor resistencia. La condición simiesca, rodando sobre sí misma, salió y se alejó velozmente de mí ». De ahí la importancia de las decisiones de Grande-Marlaska, frustrando el viaje de Otegi, y de la sala de la Audiencia -la eficaz medicina del jarabe de palo-, condenándole a siete años de inhabilitación.

Hemos pasado en una semana de las panteras a los monos, de los felinos a los simios. Pero las dos fábulas conducen a lo mismo.No se trata tanto de que el «proceso de paz» en el País Vasco tenga que terminar con vencedores y vencidos como de que sólo una de las partes debe mutar su naturaleza y no ha de existir la más mínima vacilación a la hora de identificarla. Una cosa es salir al encuentro del hijo pródigo y otra cambiar las reglas de funcionamiento de la casa para facilitar su vuelta. Es lo que va de la magnanimidad al entreguismo que hoy exhibe Gemma Zabaleta.

Si miramos concienzudamente a nuestro alrededor siempre encontraremos algo de lo que avergonzarnos. Al término de la función del jueves, José Luis Gómez me sugirió que el texto de Kafka anticipa también la forma en que ahora tratamos a los inmigrantes. Claro que nuestra botella de aguardiente sigue estando medio vacía. Pero yo me había vuelto a quedar, como aquella primera vez que le vi actuar en Vigo hace 34 años, con el pasaje en el que el ex mono se mofa de la libertad humana, imaginando lo que comentarían sus antiguos congéneres del esfuerzo de los trapecistas para recrear en las alturas del circo las cabriolas que espontáneamente ellos realizan sobre las copas de los árboles. Tanto entrenamiento, tanto sacrificio, tanta disciplina para al final ejecutar solamente «un movimiento que se controla a sí mismo».

«¡Un movimiento que se controla a sí mismo!». Nunca he oído una definición más concisa de cuanto atesora la civilización humana.Nunca un mejor resumen del espíritu de las leyes.