Regular homeópata, mal carnicero

Por Javier Tusell (LA VANGUARDIA, 07/10/04):

En la política británica, fuente de inagotables sentencias y de magníficas memorias individuales, se afirma que para ser un buen primer ministro se necesitan dos cualidades esenciales. Se debe ser un buen homeópata para componer equipos y gobiernos en que estén representadas las tendencias existentes en el partido. Pero es preciso también ser un carnicero despiadado para hacerse cargo así de los irreconciliables, los que ya no sirven o los que representan un pasado o un futuro lleno de peligros. Lo escrito vale para los primeros ministros pero también sin duda para los jefes de partido.

La cuestión consiste en determinar en el momento presente hasta qué punto Rajoy reúne esas capacidades requeridas en todo el mundo. El reciente congreso del PP hace pensar que, por desgracia y debido más a las circunstancias que a las capacidades o defectos propios, el balance no es muy optimista para el político gallego. No ha demostrado ser un buen homeópata y no ha ejercido en absoluto como carnicero. Lo segundo resulta más evidente que lo primero.

Podría haber prescindido de dirigentes de su partido, pero sobre todo han sido ellos los que han abierto el camino al declararse en la práctica amortizados (y, de paso, amortajados). Éste ha sido el caso de la ex ministra Pilar del Castillo, por ejemplo. Pero hubiera sido posible también que se hubiera librado de quienes no sólo no tiene sentido que tengan protagonismo en política, sino que debieran haberla abandonado hace tiempo, como Trillo.

No ha podido Rajoy ser carnicero en gran medida porque no ha resultado tampoco un buen homeópata. Ha tenido el acierto y la sabiduría de convocar a Alberto Ruiz-Gallardón. De él ha sido el único discurso que reúne las condiciones esenciales de un PP que quiera acercarse al poder. No fue un discurso de centro pero sí de derecha ilustrada, capaz de hacer las citas adecuadas -Marañón yMaragall- y de haber resultado distante, como colectivo, en el pasado. Eso es lo mínimo que debe hacerse para conquistar los votos marginales. Otro acierto de Rajoy parece sin duda el concentrar a los suyos, que son pocos pero pueden resultar muchos más, en las secretarías ejecutivas. Con ellas tendrá que apechugar en el día a día e "ir al grano", como él mismo dijo, en la política diaria.

Su capacidad para la homeopatía ha quedado reducida a este estrecho margen porque las circunstancias no le han permitido más. Y éstas siguen ofreciendo un panorama dominado por la nostalgia y por el radicalismo.

Poskrebishev no es un personaje histórico relevante ni que merezca la pena ser recordado por sus virtudes. Este sujeto fue durante años secretario de Stalin y en sus ratos libres ejercía también de bufón del zar rojo en sus cenas nocturnas. Era tan extremadamente servil que escribió un artículo acerca de las habilidades del déspota para el cultivo del limonero (y eso que Stalin había matado a su madre). Por supuesto que Aznar no es Stalin ni sus colaboradores su secretario, pero a veces da la sensación de que estos últimos están afectados por un cierto síndrome Poskrebishev.Todavía están demasiado maravillados por el modo en que el jefe pasado cultivaba los limoneros. Pero la conclusión final al respecto habrá de escribirla la historia y los inconvenientes del peso del líder desaparecido son muy evidentes en la actual política española.

No benefician a nadie y tienen el inconveniente de estar originados en una especie de rueda infernal de la que con mucha frecuencia hemos comprobado cómo funciona. Aznar persiste en no hacerse invisible y hace afirmaciones insensatas de inmediato amplificadas por la izquierda. Surge a continuación el coro Poskrebishev y multiplica la desmesura. Y, de esta manera, el PP cada vez se muestra más alejado de la sana autocrítica y de la rectificación. Sólo en materia autonómica la ha admitido, por una mezcla entre la sensatez de algunos dirigentes (Piqué), el peso de las comunidades autónomas regidas por los populares y la experiencia de Rajoy. Pero resulta increíble que no se haya producido esta rectificación, por ejemplo, en la guerra de Iraq. El propio Aznar cambió desde la reunión de las Azores hasta el comienzo de los bombardeos. También lo han hecho Bush y Blair en los últimos meses. Y sin embargo, el PP se permite la autoatribución de la impecabilidad en esta materia...

Añádase, en fin, que en el PP resulta difícil adivinar una clara línea centrista. Se puede, eso sí, percibir moderación en los mas próximos a Rajoy, diferente del discurso de la derecha ilustrada de un Ruiz-Gallardón. En cambio han abundado en este congreso las manifestaciones situadas más a la derecha. Desde un punto de vista programático, Esperanza Aguirre lleva ya meses demostrando que puede patrocinar propuestas más conservadoras que las habituales durante la mayoría absoluta de Aznar. En cuanto al talante, con citar al señor Acebes se tiene una buena muestra de los límites a los que se puede llegar. Se queja ahora de revanchismo sin tener en cuenta lo que dice y lo que hizo. Es una actitud paralela a la de los socialistas en 1996 y en ambos casos sin razón alguna que no derive de las propias culpas.

En estas circunstancias, ¿qué cabe esperar de la oposición popular en los próximos años con vistas a unas nuevas elecciones generales? Hacer profecías en política siempre es difícil y en el caso de la española supone un peligro casi mortal. Sólo cabe, como máximo, pensar en el grado de probabilidad de que los acontecimientos sigan un determinado rumbo.

La derecha sólo puede ganar elecciones en España con una movilización absoluta propia y una desmovilización paralela del contrario. La prueba definitiva de esta afirmación la proporciona la elección de 1996. Una izquierda desorientada a la que se proporcionó una visión del presente muy distinta de la que ella misma podía constatar con su mirada se enfrentó con una derecha compacta ante el temor a un Frente Popular. Ahora bien, el punto de partida del PP de Rajoy en el momento presente resulta muy distinto. Es un mosaico, no una coral, de modo que es difícil que resulte tan movilizador como en otras ocasiones. Tiene que confiar en una actuación catastrófica del PSOE para obtener la victoria, lo que no es fácil imaginar en el binomio Zapatero-Solbes. Además debiera intentar hacer una oposición lo bastante dura como para sumar hasta el último voto de la derecha y lo bastante hábil como para evitar el alineamiento en filas compactas de la izquierda. Más difícil es todavía para el PP una victoria por mayoría absoluta.

Todos estos factores coincidentes parecen demasiado inalcanzables en otoño del 2004. Lo más probable es, en cambio, que haya que esperar al menos ocho años al desplazamiento de los socialistas del poder y que el candidato de la derecha no sea ya Rajoy. No es bueno para el conjunto de los españoles que ésta sea la situación mas probable, pero la realidad de los hechos no ofrece mejor panorama.