Regular la «muerte digna»: una pendiente resbaladiza

Según la teoría de la «pendiente resbaladiza» desarrollada por el profesor de UCLA Eugene Volock en Mechanisms of the Slippery Slope, cuando en una legislación se da el primer paso, inevitablemente se llegará hasta el último. En el caso de la eutanasia, consistirá en la posibilidad de disponer de forma absoluta de la vida de otro. Y es verdad que funciona. En el paradigmático caso holandés se inició la pendiente resbaladiza con una sentencia absolutoria en 1973, la despenalización en 1984, la regulación en 1993, y la liberalización en 2000. Como colofón, se permite la eutanasia de menores, incluso sin consentimiento paterno a partir de los 16 años por motivos como el sufrimiento psicológico, pérdida de autonomía, y escasa calidad de vida. Sólo queda el último paso, ya en trámite, el suicidio asistido por simple cansancio vital. El recorrido es más rápido si se implanta el germen de la idea. Con la ayuda de la pedagogía, se pasará de una idea impensable a una política, se aceptará su práctica, y se convertirá en norma. En ese momento está legitimada como un hecho social.

Mañana se celebra en el Congreso de los Diputados un seminario internacional, sobre eutanasia y cuidados paliativos, convocado por las organizaciones One Of Us, Valores y Sociedad, Jérôme Lejeune, Familia y Dignidad Humana y Political Network for Values, que reunirá a legisladores, políticos, expertos y sociedad civil para debatir sobre tan importante cuestión. Ante la inminencia de debates parlamentarios en algunos países entre los que se encuentra España, es preciso reflexionar sobre las consecuencias que la implantación de la eutanasia está originando donde se ha legalizado su práctica.

En el año 2002, se legalizó en Holanda, pocos meses después lo hizo Bélgica y el año 2009 se sumó Luxemburgo. Colombia lo reguló en el año 2015, y Canadá en 2016. El suicidio asistido está permitido en Suiza, en Alemania, y en seis estados norteamericanos: Oregón, Washington, Montana, Vermont, California, Colorado y Washington D. C.

En España, como en otros países, aún queda un soplo de resistencia ante los intentos parlamentarios para su legalización. La pedagogía necesaria para su aprobación quizás aún no se encuentre lo suficientemente madura, y seguiremos oyendo durante un tiempo en los informativos de televisión el concepto de «muerte digna» repicando una y otra vez en nuestros oídos. Con ello movilizarán los sentimientos de los pacientes, familiares y del conjunto de la población, con la única finalidad de conseguir su aprobación. Casos aislados y extremos sensibilizarán a la opinión pública.

Decía Jérôme Lejeune, médico y padre de la genética moderna que «nuestro enemigo no es el enfermo… es la enfermedad». No obstante, se apelará a la libertad y a la justicia en un contexto utilitarista para propiciar su práctica. La despenalización de la eutanasia viciaría la relación entre médico y enfermo, convirtiendo al médico en un posible verdugo, eliminando la necesaria relación de confianza.

Se utilizará para ello la autonomía del paciente, apelando a su libertad, que en la mayoría de los casos estará viciada y distorsionada, precisamente por estar enfermo, considerarse una carga, o encontrarse solo. Autonomía del paciente que puede convertirse en una amenaza para el médico, impidiéndole actuar conforme a la lex artis (conjunto de prácticas médicas aceptadas generalmente como adecuadas para tratar a los enfermos en el momento presente) o incluso para el enfermo, obligándole a decidir sobre el alcance de una realidad que no puede llegar a aprehender.

Más allá de dignificar la muerte, se trata de subvertir los valores sobre los que se asienta nuestro sistema. De socavar la dignidad inviolable del ser humano por criterios utilitaristas o economicistas. Las víctimas serían, sin lugar a dudas los más vulnerables de nuestra sociedad: los ancianos, los enfermos, los discapacitados. Según las teorías de Peter Singer, otros decidirán por ellos, por todos, si su vida, nuestra vida, es digna de ser vivida.

Frente a la cultura de la muerte, los cuidados paliativos, aparecen como la única repuesta ética posible. Soy conocedora de que la mayoría del personal sanitario, dedicado a estos cuidados, a los que admiro enormemente, reconocen la ética personalista como la adecuada; aplican la virtud de la prudencia. Descartan la eutanasia como acto médico, y saben que ante el dolor y el sufrimiento existen remedios proporcionados para paliarlo. Y es que, un enfermo que sufre, necesita cuidados médicos, de enfermeros, corporales, y espirituales.

Por lo tanto, en lugar de regular la muerte digna, habría que valorar la aprobación de una ley nacional de cuidados paliativos integrales. Sería la única respuesta aceptable de un legislador que debe perseguir el bien de aquellos a quien representa. De todos. Pero en especial, de los que más sufren. Así, (también decía Jérôme), por el respeto que profesa al más débil de sus miembros, podremos medir la calidad de nuestra sociedad.

Lourdes Méndez Monasterio, Doctora en Derecho y presidente de la Asociación Familia y Dignidad Humana.

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