La reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) y las negociaciones en curso por la ley de infraestructura social del presidente estadounidense Joe Biden, conocida como la Ley Reconstruir Mejor (Build Back Better Act), comparten una característica importante. En el centro de los esfuerzos mundiales para mitigar el cambio climático y adaptarnos a él está el compromiso de cuidar el planeta. De manera similar, la ley de Biden es un desembolso inicial para construir en Estados Unidos toda una infraestructura de asistencia —que incluye licencias familiares con goce de sueldo, cuidado infantil, crédito fiscal por hijos, y atención comunitaria y en el hogar asequible para todos quienes necesiten apoyo—.
La reacción frente a estos dos hitos nos dice algo importante sobre la manera en que mucha gente considera el cuidado y la asistencia. En el contexto del cambio climático, el cuidado de la Tierra se traduce en un conjunto de prohibiciones, restricciones y deberes: no podemos seguir viviendo como lo hacemos ahora sin invitar a la catástrofe. Y muchos justifican su apoyo al cuidado infantil y de los ancianos enfatizando que si lo aumentamos quienes se ocupan de ello, todavía mujeres en su mayoría, podrían continuar formando parte de la fuerza de trabajo y ser, por lo tanto, miembros «productivos» de la sociedad.
En ambos casos, por lo tanto, el cuidado y la asistencia son medios para un fin en vez de algo que deseamos y valoramos en sí mismo. El cuidado y la asistencia son un deber (debemos cuidar al planeta y a los miembros de nuestra familia), o es un servicio por el que debemos pagar (podemos comprar créditos de carbono para compensar nuestro consumo placentero, y contratar a otros para que alimenten, bañen, vistan y trasladen a quienes amamos).
Pero como la diseñadora social británica Hilary Cottam y yo escribimos, el cuidado y la asistencia no son servicios, sino «una relación que depende de la conexión humana». La calidad y profundidad nuestras relaciones con los demás son esenciales para nuestra longevidad, bienestar, el desarrollo de nuestro cerebro y para nuestra propia humanidad. En una reciente disertación en la British Health Foundation, Cottam nos recordó el concepto del filósofo Martin Buber, reiterado por el papa Francisco en una charla TED en 2017, de cómo «llego a ser un yo a través de ti».
Supongamos entonces que «nosotros», la raza humana, llegamos a ser completamente humanos a través la relación con nuestro entorno. O, en otras palabras, que el tipo de humanos que somos depende de nuestra relación con la Tierra. El arqueólogo británico David Wengrow sostiene que los descubrimientos recientes sobre los restos de las sociedades tempranas chocan con la teoría de que las jerarquías de poder son necesarias para la civilización. Describe «ciudades jardín» sin centros, sociedades que alternaban entre un ordenamiento jerárquico y la cooperación igualitaria, y culturas que gestionaban el suelo a través de su protección y no de la propiedad. En términos generales, concluye «resultamos ser una especie juguetona e inventiva, que solo recientemente quedó atrapada en un juego mortal de extracción y expansión (si no creces, estás muriendo) y olvidamos cómo cambiar las reglas».
Cómo nos relacionamos con la Tierra determina a su vez la forma en que creamos valor económico. En la era agrícola, cultivamos y criamos animales para alimentarnos e intercambiarlos con otros. En la era industrial extrajimos materiales de la Tierra y los convertimos en productos que podíamos usar para vestirnos, protegernos, transportarnos, educarnos y entretenernos. En la era digital extraemos datos de nuestras interacciones humanas y con la Tierra, y las convertimos en un nuevo conjunto de bienes y (principalmente) servicios.
Pero si ahora debemos reparar la Tierra y garantizar que continúe la sostenibilidad de nuestras interacciones con ella, entonces el cuidado y la asistencia —las habilidades de nutrir y cultivar al suelo, las plantas, los animales y los humanos— se convierten en una fuente central de valor. Cottam sostiene que los «cuidadores» por falta de un término mejor, «deben ser en esta revolución tecnológica lo que fueron los ingenieros en la anterior. El trabajo de este siglo es de reparación: repararnos a nosotros y a nuestros entornos en términos más amplios».
Es posible entonces que estemos ingresando en una nueva era económica en la cual el valor surja principalmente de las relaciones que contribuyen a la salud y sostenibilidad del ambiente y la prosperidad humana. Llamémosla la era relacional. Implementaremos tecnologías al servicio de una amplia gama de relaciones —enseñar, guiar, actuar como mentores, orientar, nutrir, capacitar, desarrollar, cuidar, y muchas otras que tendremos que descubrir o redescubrir— que permiten a los seres humanos alcanzar su potencial completo y vivir en armonía con sus entornos.
Esa economía pasaría de la extracción a la inversión; de la fabricación y la construcción, al mantenimiento y la reparación; de tener a ser; y de producir y consumir, a crear y cuidar. El individualismo estático cedería terreno a la interdependencia dinámica.
Esta visión de los seres humanos como nodos en una vasta red de relaciones que puede mejorar o destruir las oportunidades en nuestras vidas se corresponde con nuestra propia biología. Después de todo, un ecosistema es un conjunto de relaciones interdependientes que se intersecan. El físico Fritjof Capra escribió sobre «la red de vida» refiriéndose a las innumerables interdependencias de los organismos vivos. La actividad en redes biológicas es un proceso continuo de reparación y renovación molecular y celular.
Si entendemos al cuidado y la asistencia de esta manera —como un conjunto esencial de relaciones que nos permiten crecer y prosperar como parte de un ecosistema planetario mayor— se convierten entonces en un bien en el sentido literal de la palabra. Si consideramos al cuidado como el cumplimiento de un deseo humano profundo en vez de como una obligación, podemos convertirlo en una fuente de valor y, entonces, en algo a recompensar y respetar, y por lo cual entusiasmarnos. Por sobre todo, el cuidado puede ofrecernos la senda para salir de nuestras crisis ambientales y espirituales, un puente hacia una nueva economía y una comprensión más profunda de nuestra propia humanidad.
Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department, is CEO of the think tank New America, Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University, and the author of Renewal: From Crisis to Transformation in Our Lives, Work, and Politics (Princeton University Press, 2021). Traducción al español por Ant-Translation.