Reino Unido necesita una Constitución

Los ciudadanos británicos debemos asegurarnos de que este despertar de la "nueva política" no acabe como el anterior. Primero hay una retórica visionaria de renovación y "poder para el pueblo", arreglada y manipulada para ganar unas elecciones. Un rostro nuevo en el número 10 de Downing Street, un nuevo amanecer. Qué felicidad fue vivir aquel 1 de mayo de 1997 en el que Tony Blair se convirtió en primer ministro de Reino Unido. Pero luego llega la larga y lenta desilusión, cuando los nuevos amos se comportan como los viejos y explotan todos los poderes y privilegios de un Gobierno desmesuradamente poderoso en un Estado excesivamente centralizado.

Está bien que los líderes políticos británicos se peleen ahora por ofrecer propuestas radicales para reformar el sistema político del país. Pero, hasta anteayer, los conservadores de David Cameron estaban decididos a obtener el poder por medios neo-blairistas; no se pretendía cambiar el coche, sino sólo al conductor. Para que esta gran reforma sea auténtica y duradera, Gran Bretaña necesita definir más claramente a sus políticos. Y eso significa, a la hora de la verdad, una constitución escrita.

En la democracia parlamentaria británica, la vía hacia esa revolución tan británica pasa por el Parlamento. Por consiguiente, los votantes británicos debemos plantear a una nueva generación de candidatos una serie de demandas constitucionales. Y tenemos que elaborar nuestras listas a toda prisa. Sobre todo porque, como los laboristas destituyan a su jefe actual, Gordon Brown, después de unos malos resultados en las elecciones locales y europeas de principios de junio, y decidan convocar nuevas elecciones generales para finales de este mismo año con un nuevo líder como Alan Johnson, pronto nos encontraremos en plena campaña. Por supuesto, los cambios tardarán más. Se trata probablemente de un proyecto con una duración de dos legislaturas; pero nunca es demasiado pronto para empezar a exigir compromisos.

Presento aquí mi primer borrador de lista personal para los candidatos en mi circunscripción parlamentaria, Oxford West y Abingdon. Escribo como ciudadano, no como experto constitucional, por lo que agradeceré cualquier corrección y sugerencia. No hay duda de que he dejado fuera cosas importantes, y hay otras que convendría definir más. Tal vez varios grupos e iniciativas cívicas puedan empezar a consolidar sus demandas, a través de Internet o por otros medios, pero no tenemos por qué presentar todos listas idénticas. Si suficientes personas dan la lata durante suficiente tiempo a sus candidatos a propósito de una serie de problemas parecidos, ellos acabarán captando el mensaje.

1. Reforma electoral. Necesitamos representantes más representativos. Por lo que sé, la propuesta más realista es la de la comisión que dirigió el difunto Roy Jenkins, a quien el Gobierno pidió consejo para luego ignorarlo. ¿Están dispuestos, señores candidatos o señoras candidatas, a adoptarla ahora?

2. Plazos fijos de legislatura. ¿Están dispuestos a apoyar unos Parlamentos con plazos fijos de legislatura? Para permitir que los Gobiernos lleven a cabo reformas serias, sugiero un periodo de cinco años. Por supuesto, debería haber disposiciones especiales para convocar elecciones anticipadas si la labor de gobierno está bloqueada, o en otras circunstancias cuidadosamente detalladas. Y, ya que estamos, ¿por qué no limitar a cada primer ministro a un máximo de dos mandatos? Si ese plazo vale para el presidente de Estados Unidos, e incluso el Partido Comunista Chino lo ha adoptado, debe ser suficiente para nosotros. No hay más que fijarse en los terceros mandatos de Margaret Thatcher y Tony Blair para ver el peligro. Como gritaban los estudiantes en París en 1968: dix ans, ca suffit! [¡diez años, ya está bien!]

3. Comités parlamentarios independientes y fuertes. Nuestro Parlamento ha avanzado algo en los últimos 20 años hacia la creación de este tipo de comités, una de las joyas del sistema estadounidense. Sus sesiones e informes son uno de los mejores instrumentos que tenemos para controlar a un Ejecutivo excesivamente poderoso. Unos presidentes de comité elegidos de forma independiente y una mayor capacidad de citar a testigos contribuirían a reforzar su crucial papel.

4. Parlamentarios de plena dedicación y mejor remunerados. Creo que nuestros parlamentarios deberían cobrar más, como en la mayoría de las democracias avanzadas comparables, con unas dietas que no les obliguen a manipular sus gastos. A cambio, ellos deben tratar su puesto como un trabajo de dedicación plena, y no hacer otras cosas más que de forma mínima y que no suponga ningún conflicto con sus obligaciones parlamentarias. Entonces quizá podamos volver a tener parlamentarios honorables.

5. Reforma de la Cámara de los Lores. Con su composición actual, nuestra segunda cámara es un perifollo constitucional completamente ridículo; y, sin embargo, en los últimos años, esos pares a los que nadie ha elegido han sido unos de los guardianes más importantes de nuestras libertades. La Cámara de los Lores es un absurdo del que muchas veces salen cosas muy sensatas. No creo que debamos convertirla en una cámara electa que se limite a reproducir la política partidista de los Comunes envolviéndola en terciopelo rojo y armiño. Y no podemos tener senadores como los de Estados Unidos porque no tenemos Estados como los de Estados Unidos. Que alguien proponga mejores ideas, por favor.

6. Gobiernos locales democráticos más fuertes. Cuando viajo por el resto de Europa y Norteamérica, veo que la fuerza de los gobiernos locales en esos países contrasta enormemente con la debilidad que tienen en Gran Bretaña. Una de las pesadillas del Estado británico es el exceso de centralización. Aunque suene extraño, necesitamos unos cuantos miles más de Boris; es decir, versiones locales del excéntrico pero popular alcalde democrático de Londres, Boris Johnson.

7. Una Carta de Derechos. Una codificación británica explícita de nuestros derechos no necesita ni debe suponer (como proponen los conservadores) revocar la Ley de Derechos Humanos, que adapta a la legislación británica el Convenio Europeo sobre Derechos Humanos. Y tampoco debemos perdernos en un debate inútil entre los defensores de los derechos universales de cualquier persona que viva en suelo británico y los que prefieren hablar sobre las libertades tradicionales de los británicos. Los defensores de los derechos y los de las libertades están en el mismo bando.

8. Un retroceso del Estado de las bases de datos. Me agrada que Cameron, en un artículo publicado en The Guardian, haya dicho que el megalomaníaco programa de registro nacional de identidad es prueba de "un Estado vigilante cada vez más orwelliano". Pero nos hacen falta unos compromisos concretos sobre temas que van desde los carnets de identidad hasta la gigantesca base de datos de ADN, pasando por el espionaje del correo electrónico; y nos hacen falta unos plazos de actuación. La revocación de las prácticas entrometidas -y ya legalmente arraigadas- del Ministerio del Interior, la policía y los servicios secretos es una labor de gigantes.

9. Queremos tener una Primera Enmienda. En Gran Bretaña ya no podemos dar por descontada la libertad de expresión y religión. Está viéndose erosionada en varios frentes. Necesitamos anclarla de forma explícita en la constitución, como en Estados Unidos.

10. Emprender el camino hacia una constitución escrita. Por supuesto, la constitución actual de Gran Bretaña no está verdaderamente "no escrita", como suele sugerirse; está escrita en un centenar de trozos, unidos por una cinta adhesiva que ya amarillea y por la cola resquebrajada de la tradición. Unir todo ello en un solo texto manejable, escrito en una prosa lúcida y enérgica, que haga explícito lo implícito y resuelva las omisiones y las contradicciones internas mediante reformas, sería un gran paso adelante.

Tengo delante de mí dos libritos de bolsillo, uno rojo y otro blanco. Contienen dos de los mejores textos políticos del mundo actual: las constituciones de Estados Unidos y de la República Federal de Alemania. Después de haber vivido en ambos países, sé lo importante que es que la gente, si quiere, pueda llevar su constitución en el bolsillo, aprenderse algunos fragmentos escogidos de memoria y hacer referencia a ellos cuando se enfrenta al Estado. ¿Por qué no vamos a poder hacer lo mismo en Gran Bretaña? Así que, cuando eligamos al Parlamento que venga después del próximo, probablemente en 2014 o 2015, quiero que al mismo tiempo votemos en un referéndum sobre la nueva constitución británica. Entonces, y sólo entonces, sabremos que algo ha cambiado definitivamente.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y profesor titular de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.