Cinco años después del fatídico referéndum celebrado el 23 de junio de 2016, ¿qué balance se puede hacer del Brexit? Respuesta: dos uniones debilitadas, el Reino Unido y la Unión Europea, y unas relaciones airadas entre ambas.
El debilitamiento del Reino Unido es palpable. En los próximos años habrá otro referéndum sobre la independencia de Escocia. Es posible que lo ganen los nacionalistas escoceses, con el argumento de que Escocia necesita dejar la unión con Inglaterra para reincorporarse a la UE. La celebración de una consulta en Irlanda del Norte sobre la posible unificación de Irlanda parece más probable que nunca desde que se incluyó la posibilidad en el Acuerdo de Belfast de 1998. El Gobierno de Boris Johnson está lleno de retórica sobre la importancia de mantener unido el reino, pero no tiene ninguna estrategia para hacerlo.
Los perjuicios económicos del Brexit han quedado ocultos por los efectos de la pandemia, pero ahora están empezando a asomar algunos entre la niebla de la covid. Las cifras oficiales muestran que las exportaciones británicas de alimentos y bebidas a la UE disminuyeron casi el 50% en el primer trimestre de 2021. Un estudio académico ha calculado que las exportaciones de servicios entre 2016 y 2019, en total, sumaron 113.000 millones de libras (132.000 millones de euros) menos que si el país no hubiera salido de la UE.
A pesar de las gloriosas oportunidades fotográficas que ha ofrecido la reciente cumbre del G-7 en Cornualles, es evidente que la influencia internacional de Gran Bretaña ha disminuido. En Cornualles, el Reino Unido y Estados Unidos promulgaron una nueva Carta Atlántica para conmemorar el 80º aniversario de la original que firmaron Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt en 1941. El documento, un inofensivo catálogo de buenas intenciones, suscita una dolorosa comparación entre la influencia mundial que tenía entonces el Reino Unido y la que tiene hoy. Países como Alemania y Francia consideran que su futuro estratégico está en la “soberanía europea” de la UE, la organización que acaba de abandonar Gran Bretaña.
La debilidad de la Unión Europea no es tan visible. En Bruselas y París algunos dicen todo lo contrario y aseguran que es más fácil ponerse de acuerdo sobre los siguientes pasos de la integración europea ahora que se han librado de los incómodos británicos. De hecho, es posible que los Estados miembros de la UE no hayan alcanzado nunca tanta unanimidad como durante sus negociaciones con el Reino Unido en pleno proceso del Brexit. Ahora bien, si queremos una Europa “geopolítica”, capaz de plantar cara a una superpotencia como China, la marcha de un Estado grande como Gran Bretaña, con su poder económico, diplomático y militar, es una gran pérdida. Objetivamente, la fortaleza externa de la Unión se ha reducido justo cuando más tendría que aumentar.
Además, el euroescepticismo está creciendo en los principales Estados miembros. Los votos obtenidos por los partidos euroescépticos en la UE se ha multiplicado por más de dos desde el año 2000. En un sondeo reciente del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR en sus siglas en inglés), más del 50% de los franceses, alemanes, italianos y españoles dijeron que, en su opinión, el sistema de la UE no “funciona bien” sino que está “roto”. Solo el 46% de los alemanes y el 38% de los franceses dijeron que para su país es beneficioso pertenecer a la UE.
Estas opiniones no son consecuencia del Brexit. Son resultado de unas preocupaciones similares a las que empujaron a muchos británicos a votar por la retirada. Pero están agudizadas porque ahora hay un antiguo Estado miembro importante con el que se puede comparar el comportamiento de la UE. Seguramente los porcentajes del sondeo del ECFR son tan altos porque se llevó a cabo en abril de este año, cuando el contraste entre el proceso de vacunación en el Reino Unido y en la UE era más llamativo. En la encuesta hecha un mes antes por Eupinions para mi grupo de investigación en Oxford, el 45% de los europeos expresaba la opinión de que la Comisión Europea había gestionado mal la adquisición y la distribución de vacunas. Según la profesora holandesa Catherine de Vries, el euroescepticismo en el continente crece marcando hitos; y el Brexit es un gran hito. Aunque los europeos, en general, piensan que el Brexit es un error, ven que Gran Bretaña ahora está mejor en determinados ámbitos. Las vacunas no son el único.
Y esto nos lleva al problema de las malas relaciones entre las dos orillas del canal. La mayoría de los europeos continentales hablan hoy muy poco de Gran Bretaña y, cuando lo hacen, solo con desconcierto, irritación o desprecio. El dato más sorprendente de la encuesta del ECFR es que sólo el 14% de los encuestados alemanes consideraban al Reino Unido un aliado de Europa, entendiendo por aliado “un país que comparte nuestros intereses y valores”. Son más (20%) los que lo califican de rival. Por otra parte, el 34% contestó que Gran Bretaña es un “socio necesario” de Europa, pero el 31% pensaba lo mismo de Rusia y el 28% de China.
En las tensiones entre las dos orillas del canal, hay que distinguir entre las inevitables y las evitables. Es inevitable que haya más competencia, sobre todo porque los regímenes normativos difieren en algunos sectores. A propósito de Irlanda del Norte, es lógicamente imposible que haya una frontera cerrada entre Gran Bretaña y la UE pero una frontera abierta entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda y entre la República de Irlanda y la UE. El protocolo de Irlanda del Norte es un intento de lograr la cuadratura del círculo con un apaño chapucero. Siempre iba a hacer falta mucha confianza y buena voluntad para que funcionara, pero eso es precisamente de lo que ahora carecemos.
El grado actual de desconfianza y ataques mutuos era perfectamente evitable. El 90% de la responsabilidad recae sobre el Gobierno británico, en particular sobre Boris Johnson y el negociador jefe por parte del Reino Unido, David Frost. La grandilocuencia. Las ganas de anotarse puntos. Las vueltas y revueltas. La voluntad expresa de violar el derecho internacional. La negativa a tener una relación estructurada con la UE, más allá de la estricta aplicación de los acuerdos de retirada y de libre comercio.
Pero también el lado continental tiene una pequeña parte de culpa, especialmente la Comisión Europea. Hace poco participé en una reunión virtual con una alta funcionaria de la Comisión muy involucrada en las relaciones con el Reino Unido. Con un tono permanentemente irritado, no dejó de subrayar que Gran Bretaña no era más que “un país tercero”. Legalmente es así, por supuesto, igual que, cuando una pareja se divorcia, se convierte legalmente en terceras personas. Pero Gran Bretaña y la UE han estado casadas más de 45 años. Imaginemos que alguien que ha estado casado todo ese tiempo hablara de su expareja como nada más que “una tercera persona”, un completo desconocido. Los líderes políticos de la UE, incluido el Gobierno alemán que salga de las elecciones de este otoño, deberían utilizar un lenguaje más estratégico y con mayor conciencia histórica.
A largo plazo, debemos hacer lo posible para que en Gran Bretaña haya una clara mayoría capaz de ver que tiene sentido permanecer en la UE y una UE a la que le vaya tan bien que hasta los ingleses más tercos y escépticos quieran volver a entrar. Pero, mientras tanto, lo que necesitamos en las relaciones entre el Reino Unido y la UE es el equivalente político a la famosa oración de Reinhold Niebuhr: valor para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Recientemente se publicó una nueva edición de La linterna mágica, su testimonio presencial de las revoluciones de 1989 @fromTGA
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.