Reinventando los Balcanes

Después de las dos guerras mundiales del siglo XX, la democracia parecía haberse asentado en Europa y garantizado su supervivencia en el continente que la vio nacer. De las ruinas de los conflictos bélicos también surgió el comunismo y la guerra fría. Seis décadas después, los regímenes comunistas han desaparecido de Europa (caída del Muro de Berlín en 1989), la democracia es la doctrina política más importante en el continente y estamos en camino de conseguir, por fin, la tan ansiada y costosa 'comunión' de los países europeos en la realidad de la Unión Europea. La caída de los regímenes comunistas se manifestó con separaciones pacíficas, como en Checoeslovaquia, y catástrofes como la que asoló Yugoslavia en esos mismos años. Entre 1991 y 1999 cientos de miles de albaneses, bosnios, croatas y serbios fueron torturados, violados y asesinados por sus antiguos conciudadanos y millones de personas tuvieron que abandonar sus posesiones y exiliarse. El país que a los ojos de Occidente más cercano estaba a sus premisas, el modelo de sociedad socialista para los progresistas del mundo entero, explotó en una sinfonía de colores dominada por el rojo de la sangre, el azul de la tristeza y el negro de la miseria humana.

Para explicar tamaña demencia colectiva se barajaron muchas razones, argumentos y explicaciones, entre las que destacaron dos. La primera, muy socorrida para los gobiernos europeos y estadounidense pero de una demagógica falsedad, aludía a los odios ancestrales, enemistades homicidas, antiquísimos conflictos, venganzas misteriosas y, en definitiva, lo que podemos denominar el 'caso perdido' de los Balcanes, según lo cual Yugoslavia estaba condenada desde el momento de su nacimiento como país. La segunda, mucho más factible, razonable e histórica, explica el fenómeno disgregador yugoslavo desde la perspectiva de la intervención extranjera y colonial cuya amalgama más compleja se manifestó ya bajo el Imperio Austro-Húngaro y en la que a lo largo de la Historia han participado el Imperio Otomano, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Rusia. Las afrentas de sangre entre los pueblos de la región se explican por la irresponsable injerencia de las potencias extranjeras; la última la de la Alemania del ministro de Asuntos Exteriores Hans-Dietrich Genscher, cuando en 1991 reconoció prematura e irresponsablemente la independencia de Eslovenia y Croacia. Y no olvidemos la intervención del Vaticano y la de los países europeos que obligó a Bosnia, cuyos deseos independentistas no existían, a seguir el camino de Eslovenia y Croacia sabiendo que tenía todas las de perder. Los políticos de Belgrado, ayudados de injerencias ajenas y precipitadas actuaciones de éstas, son en última instancia los responsables de la tragedia yugoslava, ya que las líneas de fractura étnicas y lingüísticas nunca estuvieron bien definidas.

Si preguntáramos a cualquier occidental por el responsable de la desintegración yugoslava, todos darían el nombre de Slobodan Milosevic (presidente de la República desde 1989). Elegido, cuando ya Yugoslavia había sufrido su desmembramiento, y después de soslayar la Constitución republicana, presidente federal el 15 de julio de 1997, mañana hará diez años, suscitó y manipuló los sentimientos nacionales serbios, lo que no era inusual entre los líderes comunistas de esos años, tal y como se pudo ver en la RDA aludiendo a las glorias de la Prusia del siglo XVIII y el 'comunismo nacional' de Bulgaria y Rumania. El patriotismo ofrecía una forma alternativa de garantizar el control del poder. Pero mientras que en el resto de los países comunistas el recurso nacionalista sólo preocupaba a los extranjeros, en Yugoslavia lo sufrieron y lo pagaron los propios yugoslavos. ¿Por qué llegaron las cosas a este extremo a finales de 1989?

En otros países, la vía de salida del comunismo fue la democracia y de ahí que en cuestión de meses todos pasaran al pluralismo político. La transición funcionó en éstos porque no había importantes divisiones étnicas, pero Yugoslavia era distinta porque sus diversas poblaciones estaban totalmente mezcladas y de ahí que demagogos populistas como Milosevic o Tudjman encontrasen el caldo de cultivo adecuado para sus iniciativas. Cinco guerras dieron al traste con la república balcánica. Eslovenia (unas semanas de 1991), Croacia y su minoría serbia respaldada por el Ejército yugoslavo (1991-1995), Bosnia y la República Srpska (1992-1995), guerra civil entre croatas y musulmanes de Bosnia (1993) y, finalmente, Kosovo (1998-1999). La ocupación por las tropas occidentales de Kosovo supuso el final de un ciclo bélico que se propagó durante una década por Yugoslavia y también marcó el principio del fin de Milosevic y el de su sueño de la 'Gran Serbia' (Memorando redactado en septiembre de 1986 por la Academia de Arte y Ciencia de Serbia).

¿Quién tuvo la culpa de la tragedia yugoslava? La responsabilidad es común y repartida. La ONU, que en principio se despreocupó del conflicto y que luego impidió sucesiva e insistentemente cualquier acción militar contra los criminales de guerra; el comportamiento europeo tampoco fue mejor, Francia se resistió a atribuir culpas a Serbia, Gran Bretaña se pasó los primeros años cruciales del conflicto obstaculizando calladamente cualquier implicación directa de la Comunidad Europea o de la OTAN, Alemania ya ha sido reflejada en estas líneas; EE UU, cuya participación fue crucial para resolver la situación, tardó bastante en implicarse, etcétera. Finalmente, la responsabilidad de los propios yugoslavos es manifiesta y ninguno sale bien parado aunque la principal fuera de los serbios liderados por Milosevic.

Hoy nos encontramos en una situación similar que avivará el fuego balcánico y que tiene como espacio Kosovo. La precipitación interesada favoreció en su momento la guerra en este enclave (1999), cuando algunos Estados europeos y EE UU se negaron a continuar las negociaciones con Belgrado, decidieron eludir el debate en el seno del Consejo de Seguridad, y, sin mandato de la ONU, utilizaron a la OTAN para bombardear Serbia durante varios meses y obligar a los serbios a abandonar Kosovo. Todos los argumentos que pretendieron justificar la intervención fueron falsos. Ni la guerra fue humanitaria (petróleo, control de una economía que se resistía a las multinacionales occidentales y al FMI), ni se pretendió por todos los medios encontrar una solución negociada (Rambouillet fue una farsa ya que la guerra estaba decidida), ni fue una guerra limpia (civiles yugoslavos muertos, incontables fábricas e infraestructuras destruidas, uso de armas prohibidas), ni existió un genocidio en Kosovo (sí muchas barbaridades) demostrándose la falsedad de un supuesto documento 'Herradura' que lo justificaba.

El plan propuesto por el mediador internacional y expresidente finlandés, Martti Ahtisaari, y la casi segura independencia unilateral de Kosovo es una barbaridad que ahora justifican los mismos que hace unos años defendían la necesidad de que no se rompieran los Estados de los Balcanes y que abogaban por la no ruptura del orden internacional. En fin, una nueva traición al espíritu de la paz, a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, a la Serbia que retiró su ejército de Kosovo con la condición de que el territorio siguiera incluido bajo su soberanía y al compromiso de conseguir una región multiétnica, democrática y plural. Kosovo no es nada de esto ya que el nacionalismo xenófobo y racista albanés del Ejército de Liberación de Kosovo (UCK) se ha encargado de expulsar a miles de serbios, croatas y otras minorías con el consentimiento y la abulia de la OTAN y la UE. Yugoslavia no se derrumbó, la empujaron. No se dividió, la partieron. No murió, fue asesinada.

La República Federal de Yugoslavia se transformó en el Estado de Serbia y Montenegro (4 de febrero de 2003); el Estado de Serbia y Montenegro dejó de existir en 2006 con las proclamaciones de independencia de las repúblicas de Montenegro (3 de junio) y de Serbia (5 de junio). Los inconfesables intereses de una errónea política internacional pueden modificar aún Serbia y dar lugar a la creación de la 'Gran Albania' (Albania, Kosovo y territorios de Macedonia, Montenegro, Grecia y Serbia), proyecto reprimido por las dictaduras comunistas de Tito y Hoxha, lo que generaría inmediatamente las reclamaciones croatas y serbias en Bosnia y otras muchas zonas, entre las que no podemos olvidar las situadas en los diferentes países europeos. 'Gran Albania' que implica expansionismo territorial y limpieza étnica, no olvidemos que Kosovo es ya casi 'étnicamente puro'. ¿Cómo van a renunciar a su proyecto en unos momentos en los que la tutela benévola de la OTAN les permite atravesar fronteras y organizar a sus partidarios, a la par que realizan acciones terroristas? Kosovo será independiente, si la razón y el sentido común no lo remedian, y el ciclo de muerte e injusticia que parecía cerrado en la antigua Yugoslavia volverá a abrirse gracias a la irresponsabilidad de unos incapaces que no padecerán el dolor y el sufrimiento que asolará una vez más esta parte de Europa.

Daniel Reboredo