Reinventemos la Unión Europea

Reinventemos la Unión Europea
Andrey Denisyuk/Getty Images

Los cambios tectónicos en el sistema mundial están obligando a todos los países a redefinir sus previsiones estratégicas y modelos de crecimiento; pero aunque los cambios afectan a todos los países, la Unión Europea enfrenta un desafío mucho más grave, que podría amenazar su propia existencia.

No es la primera vez en que la UE se encuentra en una encrucijada. Las crisis mundiales suelen llevar al bloque a una espiral existencial que pone en duda sus prioridades, estructura y razón de ser. Que Europa logre mantenerse como uno de los actores más importantes del mundo dependerá de su respuesta a una conjunción de emergencias sin precedentes. La más prominente es, sin dudas, la guerra de Ucrania, que nos recordó crudamente que la UE debe desarrollar una identidad de seguridad propia para defender sus fronteras.

Pero hay otros temas igual de apremiantes. La creciente rivalidad entre Estados Unidos y China está redibujando el mapa del poder mundial. A medida que el mundo se divide cada vez más en bloques que compiten entre sí, Europa debe decidir si alinearse completamente con EE. UU. o mantener un atisbo de autonomía en sus políticas.

En cuanto al cambio climático, cuando EE. UU. se retiró del acuerdo climático de París en 2020, la UE se posicionó entre quienes deciden la agenda mundial. Pero ahora que EE. UU. volvió a comprometerse plenamente con la lucha climática y está invirtiendo con fuerza en subsidios a las energías limpias, Europa debe redefinir su postura. ¿Desarrollará el bloque su propia versión de la Ley de Reducción de la Inflación del gobierno de Biden, para embarcarse en una carrera de subsidios contra EE. UU. y China? ¿O creará su propio ADN y responderá con instrumentos comerciales y de competencia? Las declaraciones recientes de los líderes europeos sugieren que se inclinan por la primera opción. Como sea, deben decidir a tiempo.

Europa ya se reinventó dos veces y este punto de inflexión es lo suficientemente significativo como para requerir una tercera. A mediados de la década de 1980 el estancamiento del crecimiento y el desempleo elevado llevaron a los economistas y politólogos (especialmente, los estadounidenses de derecha) a acuñar el término «euroesclerosis». Jacques Delors, por entonces presidente de la Comisión Europea, comenzó a diseñar los planes de un continente económicamente integrado. Esos planes se convirtieron en el programa del Mercado Común y sentaron los cimientos para crear la zona del euro.

La globalización resultó ser otro punto de quiebre. A principios de la década de 2000, el canciller de Hacienda del Reino Unido, Gordon Brown, cuestionó que buscar la integración europea fuera acertado cuando el mundo ya se estaba integrando rápidamente. Como Rusia y China habían entrado a la economía mundial y se habían unido al Fondo Monetario Internacional y a la Organización Mundial del Comercio, la integración regional parecía pasada de moda.

La respuesta de la UE al desafío de Brown fue reinventarse para controlar las normas mundiales. Durante los últimos 20 años, los responsables de las políticas europeas asumieron el liderazgo en el diseño del orden internacional basado en normas y exportaron estándares regulatorios contables, de seguridad, privacidad y protección del consumidor. Al decir del Wall Street Journal, la UE se convirtió en «la reguladora del mundo» y usó la creación de normas como una forma de poder suave.

Pero este tipo de poder suave solo funciona en un mundo gobernado por normas. Joseph S. Nye, Jr., de Harvard, que presentó el concepto a fines de la década de 1980, explicó que la diferencia entre el poder duro y el suave es que el primero es fungible —lo que significa que se puede transferir de una esfera a otra— mientras que el segundo no lo es. En otras palabras, el poder militar puede ayudar a los países a ganar poder económico y viceversa, pero el poder regulatorio no se traduce en poder militar o, ni siquiera, en influencia económica.

Por eso la UE debe volver a reinventarse. En un mundo donde los autócratas y sus partidarios desacatan cada vez más las normas que rigen el orden liberal dominado por Occidente, la UE no puede seguir dependiendo de fijar los estándares para alcanzar sus objetivos estratégicos. Necesita un nuevo propósito y una nueva identidad. Para ello, Marco Buti y Marcello Messori crearon un marco que procura reconciliar las agendas interna y de política exterior de la UE. Sostienen que la UE debe aprovechar sus ventajas comparativas y centrarse en la provisión de los bienes públicos europeos.

Es un concepto que tiene mucho sentido, lo suficientemente amplio como para ser aplicable a la defensa, la seguridad, la energía y la acción climática. También es compatible con el principio de subsidiaridad de la UE, que sostiene que son los estados miembros quienes deben tomar las decisiones siempre que sean suficientes para alcanzar los objetivos comunes. Eso permitiría a los responsables de las políticas pasar de herramientas centralizadas a iniciativas locales en los casos necesarios, y podría funcionar como criterio práctico para decidir cuándo la centralización del poder es excesiva. Además, los ciudadanos podrían entender fácilmente por qué algunas acciones corresponden a la jurisdicción de la UE mientras otras son responsabilidad de los estados miembros.

Pero incluso si adoptara ese marco, la UE tendría que tomar algunas decisiones difíciles. El motivo por el que la UE carece de una política de defensa común no es que los estados miembros sean incapaces de percibir que estarían mejor si actúan conjuntamente, sino que no confían los unos en los otros... y desconfían aún más de las instituciones de la UE. De manera similar, los países europeos reconocen que una política energética común los beneficiaría, pero no lograron ponerse de acuerdo porque sus prioridades nacionales son muy distintas.

El reciente endeudamiento de emergencia a mansalva de la UE para mitigar el impacto de la pandemia de la COVID-19 ofrece información importante para entender la situación actual de la integración europea. En vez de asignar la mayor parte del dinero obtenido mediante el programa de emergencia a iniciativas comunes, se lo transfirió a estados miembros específicos.

Bien mirado, pareciera que el principio de subsidiariedad inclinaría la balanza hacia el enfoque de los bienes públicos europeos, pero los países europeos deben superar sus reservas individuales y aprender a trabajar en conjunto. Tal vez el camino hacia un nuevo modelo europeo ya esté trazado, pero será largo y difícil.

Jean Pisani-Ferry, a senior fellow at the Brussels-based think tank Bruegel and a senior non-resident fellow at the Peterson Institute for International Economics, holds the Tommaso Padoa-Schioppa chair at the European University Institute. Traducción al español por Ant-Translation.

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