Relaciones israelo-palestinas, 1978-2010

Un libro de 1983 devuelve a la actualidad a su autor, Pierre Bayle. Entre cientos de libros sobre el conflicto, este joven analista francés estudiaba entonces los avances y retrocesos de la paz. Desde el asesinato de Isaac Rabin, 1995, el proceso está estancado o pierde terreno. Gran peligro.

Entre 1975 y 1988 la idea de una paz no necesariamente imposible avanzó. La historia de encuentros y desencuentros entre israelíes y palestinos, en esos catorce años, lo prueba. Shalom Cohén, israelí de Bagdag, organiza el primer encuentro israelo-palestino en 1972, en Tel Aviv. Todavía hoy, encuestas de 2009, un 64 por ciento de los israelíes quieren la paz, aunque no a cualquier precio, claro. Como los palestinos.

El movimiento de los años 1970 se transformó poco a poco en un proceso: empezó a fraguar en Noruega. Los Acuerdos de Oslo se firmaron en 1993. Dos años largos pasaron antes, negociaciones, avances, retrocesos. La narración de estos años puede encontrarse en este misterioso libro francés, un incunable, Les relations secrètes israélo-palestiniennes (París, 1983). Pocas fuentes han ofrecido un resumen histórico más ceñido y justo. Su autor, Pierre Bayle, tendría entonces veintitantos años, edad avanzada para la precocidad francesa.

Después de la firma de Oslo, el presidente de los Estados Unidos recibió a Rabin y a Arafat en la Casa Blanca. La foto muestra a un Clinton de elevada estatura a punto de apoyar las manos en las espaldas del líder palestino y del primer ministro israelí. Se firmaba en Washington la Declaración de Principios: descripción del objetivo; del marco en que se desarrollaría el periodo interino; elecciones palestinas; poderes del consejo palestino; estatuto definitivo; transferencia de poderes. El Gobierno noruego dio pruebas de su impenetrable discreción y su neutralidad ante el conflicto. Había ya entonces una cuestión candente, el estatuto de Jerusalén; con dos grandes pleitos que, de resolverse, abrirían el paso a los demás. Refugiados palestinos y asentamientos israelíes. El resto de los problemas, agua, seguridad, tráfico de armas, fronteras, se decidiría deprisa si se vencían esas tres dificultades.

Todo esto queda explicado en prosa de código civil francés, en el documentado libro de Bayle. Los negociadores de aquellos años, el judío Henri Curiel, los palestinos Said Hammami, Naim Khader, Issam Sartaoui, los judíos Nahum Goldmann y Uri Avnery, han muerto casi todos asesinados. Después, en 1995, otro atentado acabó con el primer ministro israelí, Isaac Rabin.

Arafat murió en un hospital francés. Enfermedad misteriosa. Jacques Chirac le envió un avión en el verano de 2004. Le examinaron. Chirac volvió a mandar el avión en otoño. Arafat murió en París el 11 de noviembre. El diagnóstico oficial habla de púrpura trombocitopénica idiopática y cirrosis. Por razones no explicadas, no se hizo autopsia. Su sucesor, Mahmud Abbas, más prudente, come y bebe con atención, cuidando de las materias que, a medio plazo, puedan ser tóxicas.

En estas 370 páginas, Bayle describe cómo los líderes que encabezaban agrandes sectores de población israelí o palestina mantuvieron encendida la llama de la negociación durante años cruciales. Todos fueron acosados, algunos de ellos muertos. Al final, la muerte es una medida práctica, asegura un silencio total y definitivo. No es solo el caso de Rabin y quizá de Arafat, sino el de otros líderes, algunos mencionados en esta obra. Quizá el Mosad, servicio secreto israelí, fuera autor de algunas muertes, otras fueron obra de asesinos palestinos. El autor directo o indirecto del asesinato de Hammami, Khader y Sartaouri, y quizá de muchos más, era Abu Nidal, reputado matarife al servicio de la más extrema izquierda palestina. Hamas, organización no humanitaria, condenó a Abu Nidal y puso precio a su cabeza, En 1995, un joven de 25 años, Yigal Amir, asesinó a Isaac Rabin, primer ministro israelí. Conectado a la derecha ultra del movimiento religioso Bnei Akiva, no estaba solo. Desde entonces los avances hacia la paz han retrocedido, casi sin cesar. Después, otro general, autor de la represión de Sabra y Chatila, crimen lavado más tarde por el propio Estado de Israel, retiró al ejército israelí de Gaza. Ese general era Ariel Sharon, capitán en la guerra de 1948, general en la del Yom Kipur, 1973. A Sharon lo retiró un golpe del azar, ictus cerebral; sobrevive en estado vegetativo. El azar, explicaba Cicerón, es jugador poderoso en los trabajos de los hombres.

Una doble conclusión: primera, la división palestina es un arma que Israel agradece. Que Gaza esté en manos de Hamas y la autoridad palestina no ejerza allí esa autoridad que le da nombre es insostenible. Segunda, Israel ha entrado en una curva mala, muy mala, del recorrido. Netanyahu es uno de los responsables, pero hay otros, algunos tapados.

Al frente del Estado hay un hombre de gran experiencia, Simon Peres. Pero el poder ejecutivo es del primer ministro, Benjamin Netanyahu, un halcón que además es prisionero de la extrema derecha de su coalición: entre otros, del partido de Avigdor Liberman, Yisrael Beytenu, o de pequeños o menos pequeños partidos que viven aislados del mundo, mirando a su ombligo. Pero el mundo está ahí y Turquía está ahí. Sobre todo, Estados Unidos está ahí. El episodio de la flotilla turca, con sus significativos muertos, ha hecho mucho daño a Israel.

El primer ministro israelí filtró hace unos meses la posibilidad de bombardear las instalaciones nucleares de Irán. Consiguió que de inmediato Zbigniew Brzezinski, antiguo hombre fuerte de la Casa Blanca, advirtiera que los misiles norteamericanos estaban permanentemente dispuestos a impedir vuelos apenas despegados en direcciones indeseadas. El segundo error de Netanyahu fue declarar que la seguridad de Israel dependía de dos factores, la calidad de su ejército y la alianza con Estados Unidos. Son peligrosas las declaraciones en las que no se controla uno de los términos del binomio. La pareja formada en Washington por el secretario de Defensa, Robert Gates, y el asesor de la Casa Blanca, general James Jones, no es fácil de manejar.

La pervivencia de Israel no era puesta jamás en duda, ni en América ni en Europa. No había vida eterna, pero sí algunos milenios por delante. Es responsabilidad de Netanyahu y de su Gobierno que se haya abierto en ese convencimiento una apenas perceptible grieta de duda. Quienes admirábamos la vida en el kibbutz y el reparto comunal estamos perplejos. Lieberman y Netanyahu dedican una parte no eventual de su actividad al negocio inmobiliario. Amamos el dinero, pero no creemos que haya de ganarse en el ejercicio de un cargo público, cosa que una pequeña minoría is-raelí hace para deshonra de la especie humana.

En Washington ha surgido la Calle J, nuevo lobby judío, más orientado hacia la paz, al margen del lobby oficial, AIPAC. Se llama así porque no existe la calle J. La J se parece demasiado a la I, desconcertaría a los conductores. En la calle K están los grandes lobbies empresariales. Entendemos por Estado de Israel una entidad soberana respetuosa de la ley internacional. Lo expresaba así un príncipe saudí, entre los veinte más influyentes de la familia real. En sentido estricto, hoy no existe Estado de Israel, añadía. Muchos europeos y americanos querríamos ver un Israel que no despreciara su propia legitimidad. Que, asegurada su legitimidad de origen, preservase también su legitimidad de ejercicio e hiciera honor a la mejor tradición judía. Por eso evocamos la obra de este autor: sin los antecedentes de 1970 no se explica lo que ocurre en 2010.

Darío Valcárcel

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