Relaciones UE-África: entre la retórica y la realidad

Debido a su implicación colonial en África, Europa comparte un pasado común con los países africanos con los que ha mantenido una relación estrecha desde su independencia. Ésta se ha materializado a través de los acuerdos de Yaundé (1964-1969) y Lomé (1975- 2000) que establecieron un comercio preferencial y una asociación de cooperación para el desarrollo entre los Estados de la Comunidad Europea y el denominado grupo de países de África, Caribe y Pacífico (ACP) y su sucesor el Acuerdo de Cotonú firmado en 2000. Partiendo de un concepto de desarrollo centrado en el crecimiento económico, estos acuerdos fueron incorporando progresivamente como objetivo de la cooperación la reducción de la pobreza y el desarrollo humano sostenible junto con la integración progresiva de los ACP en la economía mundial. Asimismo, el diálogo político y el respeto de los derechos humanos y los principios democráticos están considerados como aspectos esenciales de la relación. Cotonú representa un cambio radical en las relaciones comerciales UE-África. Plantea la sustitución del antiguo régimen comercial no recíproco por acuerdos de libre comercio, Acuerdos de Asociación Económica (AAE), entre la UE y las diversas agrupaciones regionales.

No es, sin embargo, hasta el año 2000 cuando se celebra la primera cumbre UE-África. La siguiente cumbre programada inicialmente en 2003 no llegó a celebrarse. La oposición de algunos países europeos a la asistencia del presidente Mugabe ante las sanciones que la UE aplicó al régimen de Zimbabwe, como consecuencia del agravamiento de la represión ejercida contra la población de dicho país, provocó finalmente su aplazamiento. En este contexto se adopta en 2005 la Estrategia de la UE para África, documento marco que regirá las relaciones entre ambos continentes hasta 2015. La estrategia responde a una triple necesidad: establecer un marco estable a largo plazo que permita coordinar las políticas de la UE y de sus Estados miembros; reconocer en la transformación de la Organización para la Unidad Africana (OUA) en la Unión Africana (UA), en 2002, un modelo similar al de la UE con su propio marco de desarrollo, la Nueva Alianza para el Desarrollo de África (NEPAD, en sus siglas en inglés); y finalmente adaptar el diálogo político a los últimos cambios ocurridos en el sistema internacional (terrorismo, migración internacional, cambio climático) y que afectan a ambos continentes de forma interdependiente.

Así llegamos a la segunda cumbre UE-África celebrada en Lisboa los días 8 y 9 de diciembre, cuyo objetivo ha sido establecer una nueva relación de igualdad entre ambos continentes basada en una estrategia definida, por primera vez, de forma conjunta. Según ha manifestado el presidente de la Comisión Europea José Manuel Durao Barroso, «ha llegado la hora de abandonar el paternalismo, de superar la relación beneficiario-donante y de acabar con las imágenes estereotipadas que cada continente tiene del otro». El establecimiento de una asociación estratégica conjunta aspira a plantear un cambio cualitativo en la relación. Sin embargo, el contenido de la misma no presenta un cambio cualitativo respecto a lo acordado anteriormente. El marco estratégico se basa en los cuatro pilares ya establecidos en 2000: paz y seguridad, derechos humanos y gobernanza, comercio e integración regional y cuestiones de desarrollo. Lo único realmente novedoso es la inclusión de la energía entre los ocho ámbitos para avanzar en la asociación además de paz y seguridad, gobernanza democrática y derechos humanos, comercio e integración regional (incluida la aplicación de la asociación UE-África, para la infraestructura, puesta en marcha en 2006), objetivos de desarrollo del milenio, cambio climático, migración, movilidad y empleo, ciencia, sociedad de la información y política espacial. Esta inclusión responde claramente a intereses geopolíticos europeos.

De parte europea no se oculta el deseo de que la cumbre le permita recuperar parte de la influencia perdida en los últimos años en un continente considerado hasta hace poco como su 'coto reservado'. Europa es el principal socio comercial de África, con intercambios que superaron los 200.000 millones de euros en 2006, así como el principal donante, con una ayuda de 35.000 millones de euros en el mismo año. Pero esta influencia decrece a medida que aumenta la de China, hoy en día tercer socio económico de los africanos y cuyo 'dinero fácil' seduce a un continente cansado de las exigencias europeas vinculadas con los derechos humanos y la democracia, y que muchos consideran como un doble discurso.

Como ha reconocido el comisario europeo de Desarrollo, Louis Michel, África, con sus mil millones de habitantes y sus inmensos recursos naturales, «es cortejada por todas las potencias del planeta, Estados Unidos y China a la cabeza». EE UU ha incrementado su presencia e interés, ya que en la actualidad el 15% de sus importaciones de petróleo proceden de países africanos. El aumento de la demanda de petróleo por parte de China e India para satisfacer sus economías y la reducción de los recursos petrolíferos en otras regiones del mundo han favorecido la llegada de la inversión china al continente africano.

La cuestión es cómo conseguir que la retórica se plasme en la realidad de las relaciones entre África y la UE. En principio es imposible plantear en la práctica una relación entre iguales en derechos y en deberes entre el continente más rico y el más pobre del mundo. Un continente donde, como señala el informe de Amnistía Internacional de 2007, «los conflictos armados, el subdesarrollo, la pobreza extrema, la corrupción generalizada, la desigual distribución de los recursos, la represión política, la marginación, la violencia étnica y civil y la pandemia del VIH/sida continuaron socavando el disfrute de los derechos humanos en toda la región». Resulta difícil creer que los planes de acción produzcan como se pretende efectos concretos y cuantificables en todos los ámbitos de la asociación sin cuantificar o prever el costo de las diferentes acciones y obviando las cuestiones actuales más problemáticas.

¿Cómo se puede promover una asociación centrada en la gente si no se establecen mecanismos de participación para la sociedad civil y los respectivos parlamentos? ¿Cómo se puede hablar de paz y seguridad sin adoptar un compromiso con relación al envío de una misión de mantenimiento de la paz a Darfur? Los acuerdos de asociación económica deberán entrar en vigor antes de fin de año. ¿Se puede hablar del apoyo de la UE a la integración socioeconómica y política regional en África sin adoptar alguna acción para paliar sus efectos? No es ningún secreto que, a pesar de haber firmado los acuerdos, la mayoría de África los rechaza. Incluso los países europeos y la Comisión reconocen, además de otros riesgos, los efectos negativos que puede traer el diseño de un proceso de liberalización que no proteja determinados sectores de actividad clave en términos de ingreso para la población. Mientras estas cuestiones no se aborden y no se busquen soluciones concretas, las relaciones entre la UE y África se seguirán distinguiendo por la retórica.

Cristina Churruca Muguruza