Relatos europeos que nos vamos contando

Cuando yo era un joven periodista en la plantilla del periódico The Times de Londres, un compañero me dijo algo que nunca hubiese esperado escuchar: “Los euroescépticos están ganando”. Pensaba que eso era imposible. Me había dicho a mí mismo, y a otros a través de mis columnas, que Europa era el futuro, nuestras soleadas tierras altas. El euroescepticismo era una ideología promovida por payasos amargados a los que les canta el aliento. Mi compañero no se estaba dejando llevar por ningún pensamiento revestido de deseo. Él mismo era proeuropeo. Se limitó a darme su dictamen profesional sobre la dinámica de la política del Reino Unido en aquel momento. Fue a principios de la década de 1990. Vislumbró lo que muchos años después se transformaría en el Brexit.

Para mí, personalmente, ese episodio fue una lección, no solo sobre la política británica, sino sobre las historias ilusorias que nos seguimos contando. Todo el mundo conoce los grandes delirios históricos europeos. Lo que me impresionó fue darme cuenta de que me podía pasar a mí.

A lo largo de los años, la UE también se ha visto sometida a los relatos que sus partidarios se cuentan unos a otros. Uno de esos relatos era el de la austeridad. Otro, que la unión monetaria, una vez introducida, llevaría a una unión política.

Y luego está la historia de Mario Draghi.

Siento el mayor respeto por este hombre, a quien he visto muchas veces. Creo que fue un presidente del banco central sensacional. Su mayor logro, en mi opinión, no fue su promesa de hacer “lo que haga falta” en 2012. Para mí, fue su capacidad de cuestionar sus propias creencias. Por ejemplo, empezó siendo un enemigo de la flexibilización cuantitativa como herramienta de política monetaria. Pero cuando vio que la eurozona se deslizaba hacia una depresión a principios de 2014 cambió de opinión y consiguió que los demás presidentes de bancos centrales le siguieran. No es moco de pavo.

Su frenazo en seco, dos años antes, resolvió la crisis inmediata del euro, pero tuvo un precio. Cuando Draghi pronunció su malhadado “lo que haga falta”, la presión se disipó para los líderes de la UE, que empezaron a olvidarse de la unión bancaria, la unión fiscal y la unión política. Sus palabras pusieron fin a la crisis aguda, pero ahondaron la crisis subyacente.

Cuando se convirtió en primer ministro de Italia a principios de 2021, tomó cuerpo otro mito de Draghi: que el centro estaba resurgiendo como fuerza en la política italiana. El populismo se ensayó en 2018, cuando el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga formaron una coalición, pero fracasó. Draghi subió al poder en un momento de crisis nacional. Contaba con el apoyo de una gran coalición de casi todos los principales partidos, salvo Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni.

Al final, el centro que apoyaba a Draghi no resistió. Todos los grandes partidos que lo apoyaron han salido de las elecciones con una cuota de votos inferior a la vez anterior. En concreto, han descendido en relación con los resultados obtenidos cuando Draghi asumió el poder, salvo el Movimiento Cinco Estrellas. Ese partido, ahora liderado por Giuseppe Conte, el antiguo primer ministro, lo hizo mejor de lo esperado únicamente porque apretó el gatillo contra el Gobierno. Draghi es un personaje muy popular, pero ha resultado tóxico para todos los que lo apoyaban.

Los mayores perdedores de las elecciones han sido las grandes figuras de antaño, en su mayoría ex primeros ministros. La ganadora ha sido la que llegaba desde los márgenes. Si Meloni lo hace mal, la próxima vez elegirán a otro. De la derecha radical o de la izquierda radical o, quién sabe, quizá incluso del centro radical.

Este análisis no casa bien con la retórica de la integración europea, que tiene cierto aire de “la Ilustración frente a la oscura Edad Media”. Creo que esto es peligroso de puro complaciente. Los liberales que defienden este discurso nunca se fijan en sus propios fracasos. Cuando pierden unas elecciones, le echan la culpa a la estupidez del electorado (el Brexit) o a la injerencia rusa (Trump). Pero lo que realmente ha pasado en Italia es una historia diferente. La política centrista ha fracasado allí, igual que fracasó en la Alemania de Weimar. La historia no acabará igual. Pero hay un paralelismo innegable: el centro no resistió.

En la década de 1990, Italia tenía un plan nacional para entrar en la eurozona, pero una vez dentro no tenía ningún plan nacional para hacer que funcionara. La productividad apenas ha crecido desde que el país se integró en la Unión. Durante la mayor parte de ese periodo, Italia estuvo gobernada por el centroizquierda, el centroderecha o un tecnócrata no alineado.

La pregunta que deberían hacerse los amigos de Italia en el extranjero, y especialmente en Bruselas, no es cómo demoler a Meloni. No tengo ninguna duda de que quienes tienen las placas lógicas del cerebro cortocircuitadas lo intentarán. Ursula von der Leyen ya lo hizo cuando amenazó con poner en marcha un procedimiento en el marco del Estado de derecho, en previsión de que se acabe incumpliendo alguna norma.

No tengo ni idea de si Meloni tendrá éxito o fracasará. Lo que veo es que está evitando algunas trampas obvias, como la búsqueda informal de una salida del euro. Pondrá a una persona aburrida en el Ministerio de Economía y se centrará en las batallas que quiere librar. Eso hace que tenga más probabilidades de éxito que otros líderes de la derecha. Y también la convierte en más peligrosa... desde la óptica de los centristas.

Mi consejo para los centristas de todas partes es céntrense en el problema. Si quieren culpar a alguien, cúlpense a sí mismos. Cuando su partido fracase, dejen de redoblar la apuesta. No culpen al electorado ni a los medios ni a Putin. Solucionen el problema. Empiecen por arreglar el relato.

Hace algún tiempo, llegué a la conclusión de que el Partido Democratico de Italia es parte del problema. Es un partido contrario a las reformas, atenazado por los intereses creados. No puede ser, y no será, parte de la solución. Tampoco lo será Forza Italia. El antiguo centro de Italia está roto irremediablemente. Si se toman en serio la política de centro, tienen que reinventarla.

Si la UE fuera inteligente, apoyaría ese proceso de cambio. Lo que estamos viendo en este momento mismo es que la UE está tomando posiciones partidistas en la política italiana, igual que hizo durante las guerras del Brexit. Y por eso les digo lo que me dijo mi antiguo compañero en una ajetreada Redacción hace cerca de 30 años: los euroescépticos están ganando. También en Italia.

Wolfgang Münchau es director de eurointelligence.com. Traducción de News Clips.

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