Relatos interesados: mujeres y cine

El cine se basa en una paradoja: es arte, pero es industria. Una película es un artefacto muy complejo, que ante los ojos del espectador debe parecer sencillo, fluido, sin que desvele nunca en la carpintería, los trucos que lo sostienen. Sin embargo, hasta que los fotogramas desfilan ante nuestros ojos, una película debe recorrer un larguísimo y complicado camino. Todo cuanto ocurrió antes de que la cámara saliera siquiera del camión de rodaje, determina lo que veremos y cómo lo veremos.

En la semana de la mujer, las señoras que hacemos cine somos invitadas a los consuetudinarios debates. Cuando una pertenece a una minoría que en España oscila en los últimos años entre el 8% y el 14% del total de directores, está habituada a tener que responder preguntas no solo sobre su obra, sino sobre su género. Más que de igualdad, nos toca hablar de desigualdad. Entonces parece que nuestra labor como mujeres directoras es una anomalía, una curiosidad que añade exotismo, pero que también comporta unos límites o, al menos, unos condicionantes al trabajo, desde los temas, a los presupuestos. Hasta tal punto llega la cuestión, que hay mujeres cineastas que prefieren no participar en dichos coloquios, porque sienten hastío, rechazo y perciben que quita foco sobre su trabajo. No les falta razón.

El feminismo y la idea de paridad se divulgan en España mucho más tarde que en el resto de Europa o Estados Unidos. Según algunos autores, nosotras hemos pasado casi directamente al posfeminismo, saltándonos en parte el primer feminismo de principios del siglo XX abortado por la guerra civil y en otra parte la segunda ola de los años 60 y 70, impedida por la dictadura. Quizá por ello en España la actitud frente al feminismo sea ambivalente y la fuerza de la reacción contra los avances de la mujer más fuerte y más sibilina que en otras sociedades.

El modelo patriarcal no ha sido desafiado hasta antes de ayer y escuchamos decir con demasiada facilidad que el feminismo ya no es necesario, que está superado y a muchas, que en la práctica son feministas, justificarse o no querer aplicarse el término. Es una manera elegante, eficaz y perversa de desactivar consciente o inconscientemente la lucha contra la discriminación: se logra que las propias mujeres no quieran verse a sí mismas como luchadoras.

Durante los mandatos de Rodríguez Zapatero se promulgaron leyes muy avanzadas en materia de igualdad, pero varias razones han limitado su alcance: el Gobierno del Partido Popular con la excusa de la crisis no ha dotado esas medidas presupuestariamente con lo que no se aplican y esos mismos dirigentes han eliminado de su discurso toda referencia a los derechos de las mujeres como si fuera algo ya resuelto eliminándolo de la conversación social. Pero, ¿se puede superar un movimiento que ni existió en origen 40 años atrás, ni se logró integrar ni incorporar en la conciencia colectiva y las costumbres?

Quizá por eso hay mujeres que temen los debates, como si fueran aquelarres de féminas reunidas para la queja, los agravios comparativos y la rabia. ¿Y qué imagen daría eso de nosotras? Una imagen muy poco dulce, nada femenina.

Quizá por ello, advierto mucha ambivalencia tanto en nosotras como en nuestros compañeros frente al debate sobre nuestros derechos. Siento que nos falta la nomenclatura, los referentes, los modelos, una tradición normalizada de pensamiento de género. En el ámbito audiovisual, sin ir más lejos, la crítica trata la narrativa de las mujeres como mucho con condescendencia.

A pesar de que algunas mujeres directoras de cine como Isabel Coixet e Iciar Bollaín tengan mucha visibilidad y que este año hubiera dos películas dirigidas por mujeres entre las cuatro nominadas al Goya a mejor película, no debemos llevarnos a engaño: el porcentaje de mujeres directoras es muy bajo y, lo que es peor, más difícil que debutar en la dirección es consolidarse y repetir.

El problema no es solo nuestro, aunque en Francia el porcentaje sea un 24% de directoras, en Estados Unidos es el 10% y en Reino Unido de un 11,4%. ¿Y qué ocurre cuando no hay mujeres que cuentan el cuento? ¿Qué pasa si ellas callan y solo hablan ellos? Que el retrato que se hace del mundo, de la vida que vivimos, de nuestras preocupaciones, aspiraciones, conflictos, aventuras o dilemas es parcial. Igualdad en ámbitos como el cine va de la mano de diversidad. El coro no está completo si faltan voces. Quien cuenta el cuento, detenta el discurso y tiene el poder de conformar la realidad.

Por todo ello, y aunque a algunas comprensiblemente les resulte cansino, reunirse a hablar del asunto sigue siendo muy necesario. Michelle Bachelet, la presidenta chilena, dice que cuando una mujer entra en política cambia la mujer, pero cuando muchas mujeres entran en política lo que cambia es la política. Lo mismo puede aplicarse al cine.

Ángeles González-Sinde, escritora y guionista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *