Religión en campaña electoral

En Estados Unidos, a diferencia de España, tiene mucho valor mostrar y defender en plena contienda electoral las creencias religiosas y sus implicaciones. Es tan importante que hasta Donald Trump en algunos mítines ha aparecido Biblia en ristre (que dice ser regalo de su madre) clamando que él no permitirá que el cristianismo sea atacado ni denigrado. Cuando al regreso de México el Papa Francisco dijo refiriéndose al candidato republicano que «quien solo piensa en construir muros y no puentes, no es cristiano», éste se quejó de que un líder religioso cuestionase su fe, pero, por si acaso, añadió que no quería pelear con el Papa.

En el tándem demócrata también ha aflorado el valor de lo religioso gracias al senador Tim Kaine, elegido por Hillary Clinton para vicepresidente. Las crónicas dicen de él que es católico devoto y afín al estilo del Papa Francisco. Además de hablar con fluidez español y ser amigo de hispanos y de España, se destaca mucho el año que colaboró con misioneros jesuitas en El Progreso (Honduras). Kaine está contra el aborto y la pena de muerte, y es firme defensor de la causa de los inmigrantes y de la lucha contra la pobreza. Defiende una «ética comprensiva y coherente de la vida», tal como la llamó el cardenal Bernardin hace más de tres décadas, intentando impedir que los políticos seleccionaran segmentos de la agenda de los obispos con fines partidistas. Aquella postura acabó generando polémica, ya que oponiéndose al aborto entraba en conflicto con los demócratas, sin embargo, al no centrarse únicamente en la defensa del no nacido, acababa favoreciendo un mejor entendimiento con el enfoque demócrata que con el republicano.

Religión en campaña electoralEn 1984 la católica «pro-choice» Geraldine Ferraro iba como candidata a la vicepresidencia con Walter Mondale. En la campaña se produjo un choque entre obispos y políticos católicos de cierta envergadura. Por el lado episcopal, se perfilaron dos planteamientos: uno liderado por el cardenal O’Connor, arzobispo de Nueva York, y otro por el arzobispo de Chicago, el ya citado cardenal Bernardin. Monseñor O’Connor cargaba las tintas en el aborto como el asunto donde la sociedad norteamericana se jugaba su ser moral. Bernardin pedía que, como si la ética fuese «una túnica sin costuras», la condena al aborto se hiciese junto a la de otras cuestiones en las que también se hallaba implicada la defensa de la dignidad humana –la pena de muerte, la guerra o los derechos económicos y sociales mínimos (Hoy sin duda incluiría la ecología)–. Coincidentes en lo esencial, esos dos enfoques discrepaban sobre la relación que la jerarquía debía mantener con las diversas posiciones políticas, y sobre cómo esa relación tenía que presentarse en público. Y al discrepar en eso, también mostraban su desacuerdo en torno a cómo relacionar los asuntos morales controvertidos con el proceso político.

La posición del cardenal O’Connor contenía una clara advertencia de excomunión a los políticos que apoyasen el aborto. Recurriendo a la historia, en 1956, en pleno apogeo del Movimiento Pro Derechos Civiles, una declaración similar fue realizada por el arzobispo de Nueva Orleans condenando la discriminación racial como pecado y amenazando de excomunión automática a los legisladores católicos que votaran a favor de cualquier proposición que pidiese la segregación racial en los colegios privados de Louisiana. Cuando varios segregacionistas prominentes fueron excomulgados por no seguir los dictados de la jerarquía contra el racismo, de hecho no hubo protesta de los liberales contra la Iglesia por mezclar las visiones religiosas con la política. En 1956, los liberales aplaudían y los conservadores se irritaban; en 1984, con el aborto, sucedía justo al revés.

Por el lado político, se enfrentaron dos políticos pertenecientes a distintos partidos, pero a la misma Iglesia: Mario Cuomo, poderoso gobernador demócrata de Nueva York, y Henry J. Hyde, influyente congresista republicano alineado con la tesis de O’Connor. Cuomo se ubicaba en la línea cuasi oficial de los «demócratas católicos» inaugurada por J. F. Kennedy. La «doctrina Cuomo» respecto al aborto venía a decir: «Yo personalmente estoy en contra, pero como gobernante no buscaré prohibirlo». No cambiaba respecto a la posición de Kennedy en aquel famoso discurso de la campaña presidencial de 1960 a los líderes religiosos sobre la relación entre su fe católica y sus deberes gubernamentales: «Si un presidente quebranta su juramento, no solo comete un delito contra la Constitución, sino que también comete un pecado contra su Dios». La novedad de Cuomo consistió más bien en ser el primer político católico en disputar abierta y públicamente con un prelado, nada menos que el arzobispo de Nueva York.

Después de aquel episodio se sucedieron otros parecidos, aunque menos sonoros. Por ejemplo, en las presidenciales de 2004 se enfrentaron el católico Kerry (de Boston como Kennedy) y el protestante Bush. Por la fuerza de las circunstancias electorales, Kerry se vio obligado durante la campaña a hablar públicamente sobre sus creencias religiosas, a dar «homilías-mitin» en asambleas litúrgicas (como la que pronunció en la Convención de las Iglesias Baptistas), o a citar la Biblia, siendo su texto preferido el de la Carta de Santiago –«una fe sin obras es una fe muerta»– varias veces utilizado para zaherir a su rival. Su posición respecto a la religión era de estilo kennediano pero bastante compleja: «Soy católico, fui monaguillo y la religión ha sido importante en mi vida; la fe afecta a todo lo que hago, pero no hasta el punto de legislar o transferir a otros ciudadanos un artículo de mi fe». Y sobre la opción de abortar: «Es entre una mujer, su médico y Dios». Recibió la amonestación de varios obispos, aunque el tema no adquirió gran relieve, pero el hecho es que no convenció a la mayoría de los católicos.

Lo que vemos a lo largo de estas décadas es que tanto demócratas como republicanos han intentado resaltar las áreas de acuerdo con la jerarquía católica cuando esto era posible, y evitar el conflicto cuando el desacuerdo se hacía patente. También aquí nuestra política es diferente, pues a veces parece que mejor cuanto más ruido antieclesial se haga.

Y ahora emerge la figura de Tim Kaine para suceder al también católico y demócrata Joe Biden, un hombre discreto en todo, también en materia religiosa. Por el momento eclesial que está suponiendo el pontificado de Francisco claramente a favor de «una ética coherente de la vida», así como por la excentricidad dañina de Trump, creo que el estilo de Kaine esta vez sí puede recibir muchos apoyos católicos y aportar equilibrio y mesura. Se interpretarán sus posiciones más a la luz del estilo papal que como cercanas a Cuomo. Imagino que veremos cómo por estar personalmente en contra del aborto algunos le tacharán de conservador, mientras que otros le llamarán izquierdista por su defensa de los derechos sociales y económicos. Yo celebro su designación y espero que sea el próximo vicepresidente de los Estados Unidos, por ser amigo de España, por ser católico y de formación jesuítica…, pero sobre todo porque eso significará que Donald Trump habrá sido derrotado.

Julio L. Martínez, rector de la Universidad Pontificia-Comillas Icai-Icade.

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