Religión sin Dios

Del lema de la Revolución Francesa, «Libertad, Igualdad y Fraternidad», el comunismo ha prescindido de la última divisa, tal vez por incluir su ideario un alto grado de odio a multitud de ideas generales, sistemas políticos y personas concretas, que quisieran borrar de la faz de la tierra. Me refiero al capitalismo, libre comercio, iniciativas individuales, todo y todos cuanto no son, ni piensan, ni sienten como ellos, es decir, a buena parte del género humano e incluso de la naturaleza. Exagerando, aunque no tanto, podría decirse que el comunismo es una religión sin Dios, o de los descontentos con Dios y su Creación, incluida la humanidad, que intenta rehacer a su manera, más justa y razonable. Como idea no está mal. Lo malo es que, al llevarla a la realidad, siempre le ha salido algo bastante peor que el original. Lo que no impide que ese intento de corregir al Creador se repita una y otra vez a lo largo de la historia. Desde los primeros intentos de Estados perfectos, a las comunidades hippies a lo Manson.

Religión sin DiosAunque lo más paradójico, jocoso podría decirse si no encerrase tanta tragedia, es que el comunismo cuanto más avanza, más se aleja de las otras dos divisas de la Revolución Francesa, la libertad y la igualdad. Sobre la libertad ya se encargó Lenin de informar a don Fernando de los Ríos cuando le preguntó por ella: «¿Libertad, para qué?». Y tenía en cierto modo razón. Habían creado la Unión Soviética, el Paraíso de los Trabajadores, ¿para qué se quiere la libertad en el paraíso? Es lo que preguntan todos los fiscales a los acusados de discrepar en las purgas de aquellos países, bastante parecidas a los juicios inquisitoriales. Si aceptamos que aquel sistema es perfecto, que son los poseedores de la verdad, ¿para qué se necesita la libertad? Sólo para quebrar ese orden, con grave daño al sistema y al resto de la ciudadanía. De ahí que libertad y comunismo sean antitéticos, se excluyan mutuamente. O libertad o comunismo, elijan ustedes porque no pueden convivir, y todos los intentos de hacerlo han resultado con la muerte de uno de ellos, la libertad en la inmensa mayoría de los casos. Recuerden la Perestroika de Gorbachov, que quiso imitar a la Transición española y menos mal que conservó la cabeza, pero lo que trajo fue a Putin. (Aunque debo admitir que tampoco nuestra Transición está trayendo los frutos que esperábamos, pero esa es otra historia, que requiere trato aparte).

Tampoco la igualdad ha tenido suerte con el comunismo. Quien haya vivido en uno de esos países o lo haya visitado con más atención que la turística, sabe que las diferencias son incluso mayores que en las democracias no ya avanzadas, sino medias, como la nuestra. Lo que Djilas en su libro «La nueva clase» llama «nomenclatura» del partido tiene privilegios mucho mayores que la clase pudiente en el capitalismo y se aproxima bastante a los derechos feudales de la nobleza medieval: acceso a comercios donde se pueden comprar artículos inalcanzables al común de la población, viajes al extranjero, viviendas mucho más confortables que las usuales, carreras para sus hijos mejores y mejor pagadas. Siempre, naturalmente, que obedezcan ciegamente las órdenes que reciban, no importa lo erróneas o extravagantes que sean, porque en el momento que no lo hagan, pierden todos esos privilegios, si no acaban en una celda o en Siberia. Pero que se haya dado el caso de existir dos tipos de moneda, una «convertible» en dólares y otra corriente, indica hasta qué punto la igualdad es pisoteada tanto o más que la libertad en dicho sistema. A fin de cuentas, hasta el más humilde puede comprarse lo que quiera, siempre que esté dispuesto a gastarse todos sus ahorros, cosa que no ocurre en el «paraíso del proletariado».

Conviene, además, hacer una advertencia sobre la igualdad. Eso tan facilón de que «todos somos iguales» que proclaman los populistas, hay que tomarlo con lupa. Pues si analizamos con rigor la cuestión nos damos cuenta de que podemos y debemos ser iguales en derechos y deberes, pero, como personas, todos somos diferentes. Incluso los hermanos gemelos muestran diferencias físicas y no digamos psíquicas, que invalidan tan socorrida proclamación. Aparte de que la naturaleza humana es tan compleja que intentar igualar a todos los hombre, y mujeres, no es ya imposible, es utópico o, mejor, descabellado, y si padres e hijos muestran enormes diferencias, la disparidad se acentúa al pertenecer cada uno a su tiempo, de ahí los frecuentes choques entre ellos, llamado foso generacional. Lo mismo ocurre con los hermanos, que suelen ser muy distintos, pese a su genética común y mismo ambiente de familia. Lo que pretendo con estos ejemplos sacados del día a día es advertir que el comunismo tiene muy crudo eso de lograr la igualdad de sus súbditos o fieles, empezando porque unos tendrán estas preferencias, otros, aquellas, y lo que es peor, incompatibles en muchos casos, lo que lastra la convivencia. También el que unos sean laboriosos y otros más bien gandules ocasiona problemas de todo tipo, sociales sobre todo. Con lo que nos acercamos al mayor problema del comunismo. Una vez que descubrió lo que llamaron «el nuevo hombre soviético», el estajanovista, dispuesto a trabajar las horas que se le dijeran cobrando el sueldo que le fijaran sin quejarse, era la excepción, no la regla, decidieron igualar por lo bajo, o sea ajustar vida y costumbres a las del individuo vulgar y corriente, que cumple con lo que le mandan, pero sin recorrer lo que los norteamericanos llaman «the extra mile», la milla extra necesaria para que el trabajo se haga bien en menos tiempo, eliminando con ello el estímulo, fundamental en el desarrollo económico y productividad, tanto industrial como agrícola. Es así como, en un koljós, si una vaca pare a las 5.30 de la tarde, pueden morir la vaca y el ternero, ya que las horas de trabajo son de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Y como la un día Alemania del Este (DDR), pese a haberse incorporado hace más de 30 años a la Occidental (BRD), de la que recibió todo tipo de ayudas, sigue muy lejos de ella en PIB y calidad de vida. ¡Treinta y pocos años de comunismo acabaron con el famoso Arbeitseifer, afán de trabajo alemán! Se atribuyó al carácter ruso, pero cuando se instaló en Cuba, con un carácter completamente distinto, pasó lo mismo. El comunismo acaba con el espíritu creador, de superarte, de hacer mejor las cosas, de ir más lejos que los demás, que es lo que mueve la historia.

Si China ha logrado convertirse en una gran potencia económica no es por la Gran Marcha de Mao ni por su revolución cultural, que la hizo perder diez años. Fue porque sus sucesores instalaron una especie de capitalismo de Estado en el que los más emprendedores obtenían recompensa a sus esfuerzos. Y resulta que en 2020, en España tenemos un Gobierno de izquierdas donde el socio comunista parece llevar la voz cantante. Y por si eso no bastara para acabar con los modestos progresos económicos alcanzados en las ultimas décadas, pretender incluir en las principales instituciones a los nacionalistas que quieren acabar con España. Se escribe una novela con ello y el lector exclama, «¡esto es imposible!». Pero sigue vigente el viejo dicho «todo es posible en España».

José María Carrascal es periodista.

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