Religión y ciencia

Desde que Fritjof Capra publicó El tao de la física, una corriente de intuiciones que estaban en el aire, o –para ser germánicamente filosófico– en el Zeitgeist, se concretaron en torno a un nuevo misticismo que pretende injertar sus raíces en las teorías de la física más avanzada. Así, el orden implicado de Bohm se equipara con el sustrato ontológico metafísico, las estructuras disipativas de Prigogine se confunden con el duende dentro de la máquina capaz de crear orden a partir de la crisis, y el modelo holográfico del cerebro propuesto por Karl Pribram se extrapola a todo el universo.

Bien está que la ciencia, que en su forma actual nació enfrentada a la religión –y no sólo a la cristiana, sino a casi todas–, comience a plantearse un engarce hermenéutico con las religiones: todos saldríamos ganando; pero antes es necesario delimitar bien los campos, para no caer en un misticismo pop. Ken Wilber es un autor de cabeza clarísima, altamente recomendable a los lectores, cuyos escritores mostrencos son de un confusionismo mental digno de mejor causa y que precisa ser contrastado con autores foráneos para revelar que la complejidad no esconde necesariamente profundidad. Wilber advierte del peligro de la similitud superficial. El físico dice: “Partículas, orden y campos subatómicos se interpenetran y existen juntos”. Una persona poco precavida, viendo que el místico y el físico han utilizado las mismas palabras –“se interpenetran y existen juntos” – para describir sus realidades, concluirá que estas deben ser las mismas; pero no es así, la afirmación según la cual las visiones del mundo de la física y el misticismo son similares es una burda generalización, fundada sobre la utilización de similaridades accidentales del lenguaje, como si fuesen la prueba de relaciones profundas. Además, la física y el misticismo no son dos enfoques diferentes de la misma realidad, sino que son enfoques diferentes de dos niveles de realidad distintos.

Wilber se remite a la filosofía perenne o tradición religiosa de la humanidad para dilucidar cuáles son los niveles de realidad distintos; según un estudio de todas las tradiciones religiosas, la realidad está estructurada en una jerarquía de seis niveles: físico, biológico, mental, sutil, causal y último. El estudio del primer nivel es el campo de la física y la química, el segundo de la biología, el tercero de la psicología y la filosofía. El nivel sutil es el ámbito de la religión de los santos, es decir, la que alcanza la intuición visionaria, angélica o arquetípica. El nivel causal es el de los sabios que buscan la disolución del ego y trascender el sujeto y la experiencia. Del último no se puede hablar, porque está más allá de la realidad y no hay palabras para ello. Cada disciplina engloba la anterior, pero no al revés: así, la biología utiliza la física, pero la física no usa la biología, los niveles inferiores no pueden abarcar los superiores: es el principio fundamental de la filosofía perenne, lo superior no puede ser explicado por lo inferior, ni segregado por este. Los mundos superiores están en interpenetración completa con los inferiores, que son moldeados y sostenidos por la actividad de aquellos. Lo que los divide es que cada nivel tiene una densidad de conciencia más restringida y controlada que el nivel inferior a él. La conciencia inferior es incapaz de experimentar o conectar con la conciencia de los niveles superiores; es, incluso, inconsciente de su existencia, aunque esté interpenetrada por ellos.

Vemos el sol merced a la luz del sol, decía nuestro compatriota sufí Mohidin Ibn Arabi. Sin la conciencia a un nivel es imposible captar ese nivel, eso es de una lógica aplastante; la cuestión es si existen realmente otros niveles que el que captamos normalmente. Para responder a ello no hay otro camino que elevarse a la conciencia de ellos. Si los seres de un mundo o nivel inferior pueden elevar su conciencia hasta uno o varios niveles superiores, entonces esos niveles se les manifiestan con total realidad –no material, por supuesto– y se puede decir que han pasado a un mundo superior, aunque no se hayan desplazado en el espacio. De ahí que se diga en el Evangelio: “El reino de Dios está dentro de vosotros” y que el poeta J.R. Jiménez escribiera: “No corras, que donde tienes que ir es a ti mismo”.

¿Pero se puede llegar a concienciar los niveles superiores al físico, biológico y mental, que son los que por haber nacido hombres tenemos ya sin esfuerzo? Wilber dice que cada nivel tiene su tecnología de acceso y que con la física no se podrá llegar nunca al sutil, al causal y al último, por más paralelismos que descubramos entre física cuántica y misticismo. El trabajo pasa por el control de las emociones y deseos, y por la práctica de la meditación unos minutos al día. Sin una prospección de los estados interiores, es imposible que los niveles sutil, causal y último se manifiesten.

El debate entre físicos y místicos es lo mejor que podía suceder en esta época de materialismo en que parece que sólo de pan puede vivir el hombre. Si la ciencia acepta que hay otros niveles por encima de ella, y que se llega a ellos por métodos distintos de la lógica de Aristóteles, la crítica de Kant y el empirismo newtoniano, el hombre podrá reintegrar aspectos de su vivir que ahora están inconexos y que le perturban profundamente, aunque pretenda olvidarse de ellos por todos los medios materiales a su alcance.

Luis Racionero

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