Religión y Ciencia

Las etapas formativas de primaria y media y de bachillerato representan un recorrido fundamental para la formación integral de las nuevas generaciones, que ha de conferir al estudiante los conocimientos adecuados, así como los hábitos de trabajo, para el desarrollo de sus aptitudes y actitudes intelectuales. Una formación neutra, desencarnada de lo que representa nuestro ámbito cultural y nuestras tradiciones, sería tan absurda como pretender que cada ser humano hubiera de comenzar la historia. Rasgo de nuestra propia cultura es estar de acuerdo en que se trata de formar ciudadanos libres, personas bien instruidas, capaces de desarrollar su propia autonomía, comprendiendo al mundo y entendiendo su papel en el mismo, para aspirar a desarrollar una vida plena y autodeterminarse en esa dirección.

Religión y CienciaPero, en sociedades libres como la nuestra pueden existir visiones distintas en relación con algunos aspectos de la educación en etapas tempranas y medias. Son discrepancias que han de resolverse mediante los mecanismos que imperan en una sociedad democrática para articular decisiones razonables. El lugar que corresponde a la enseñanza de la religión en las sociedades democráticas ha sido objeto de debate durante décadas. No faltaron tensiones, entre quienes pretendían que el Estado tuviera la autoridad absoluta, para decidir sobre los contenidos a impartir en la escuela y sobre la orientación educativa de las nuevas generaciones, y quienes reclamaron para los padres una capacidad de determinar aspectos esenciales de la educación de sus hijos. De estos debates, en las sociedades democráticas europeas –en claro contraste con las hasta hace no mucho sumidas en el totalitarismo– emergió con claridad la idea de respetar la decisión de los padres sobre algunos contenidos de la enseñanza como es la religión.

Así ha de ser en una sociedad como la nuestra que reconocemos como post-secularizada y cosmovisivamente neutral, y desde luego plural, es decir abierta a la libertad de cada cual en cuanto a la visión de aspectos esenciales del mundo. Pero, en una sociedad como la que vivimos que no puede prescindir de las raíces que la han conformado y el sistema de valores que se deben promover. Pocos lo han expresado con la lucidez del filósofo alemán Jürgen Habermas. Ajeno a cualquier planteamiento religioso, el intelectual alemán, Premio Príncipe de Asturias, reclama un papel para los creyentes, pide la traducción cooperativa de los contenidos religiosos en nuestro ámbito social, y entiende que el sentido común ilustrado por el avance científico debe guiar también nuestras normas de convivencia.

Formulo estas reflexiones a propósito de dos importantes textos legales que han visto recientemente la luz en el Boletín Oficial del Estado, con la publicación del currículo de Religión Católica para educación primaria y media y para bachillerato. Más allá de lo que tienen de disposiciones administrativas, ambos currículos aportan una excelente fundamentación de aspectos básicos del ejercicio de la libertad de enseñanza y de la libertad religiosa que consagra nuestra Constitución. No han faltado voces críticas que, como en anteriores ocasiones, plantean objeciones de fondo y forma a la inclusión de estas enseñanzas. Ante estas actitudes, lo primero es insistir en lo obvio y suficientemente conocido: la enseñanza de la religión, de la religión católica como de las demás en el proceso formativo, es totalmente voluntaria, remitiéndose a la decisión de los padres el que cada estudiante curse esos contenidos. Es más, entre nosotros sigue siendo mayoritaria la opción por estas enseñanzas, mostrándose en las estadísticas que incluso padres que se declaran ateos, agnósticos o no practicantes, con frecuencia la reclaman para sus hijos.

La formación religiosa católica, de acuerdo con los referidos textos, propone una cosmovisión que da sentido a la vida y, por tanto, a la cultura y a la identidad de la persona humana. Entre los valores inherentes a la misma, en este currículo, está la tolerancia para las creencias de los demás. Buscando la madurez personal y social de los alumnos, que les permita actuar de manera responsable y autónoma desde un espíritu crítico y constructivo, contribuye este currículo también a la formación cultural y artística, y a desarrollar la capacidad crítica al igual que el respeto por otras tradiciones. Son valores esenciales de una formación católica junto a los que cabe señalar la labor de la Iglesia en el todo el enriquecimiento cultural. Igualmente se incluye, en el nivel educativo más adecuado la relación entre razón, fe y ciencia, para desarrollar actitudes con las que el alumno pueda encontrar respuesta desde la cosmovisión cristiana, a los retos que le presenta el mundo contemporáneo.

Voces críticas han tachado a este proyecto como de simple adoctrinamiento, se ha llegado a censurar el que se puedan plantear preguntas que, sin negar los hechos que la ciencia demuestra, inciden en la capacidad del hombre para abrirse al misterio del origen del cosmos. Incluso el que pueda hacerlo desde el asombro que el descubrimiento de la realidad ha inspirado a tantos filósofos. En un alarde de simplificaciones, se ha llegado a atribuir al currículo una pretensión de postular un «creacionismo», cuando la acepción principal y actual de esta palabra se refiere a propuestas enmarcadas en el llamado «diseño inteligente» (muy en boga en USA) que viene a plantear explicaciones naturales al margen de la ciencia. Y que para nada es asumido por muchos científicos cristianos.

Llama la atención el que en las aludidas críticas se niegue a la Iglesia el derecho a tratar del caso Galileo. Equivaldría ello a impedir que se lleve al conocimiento del estudiante todo el conjunto de circunstancias que concurrieron, incluso la publicación, medio siglo antes del astrónomo italiano, de la obra de Copérnico que revolucionaba la concepción vigente sobre el cosmos. Importa saber que las autoridades eclesiásticas alentaron su publicación y que el sistema copernicano, al menos como propuesta, se enseñaba ya antes de los hallazgos telescópicos de Galileo. Como igualmente cabe señalar que la Iglesia ha reconocido el error que supuso la condena de Galileo, en un proceso no exento de intrigas propias a veces de la condición humana.

Finalmente, pero muy importante, es señalar que el currículo incide en la importancia de la labor del docente para esta formación, pues de poco sirve el esquema formativo sin una tarea adecuada por parte del educador. Sin duda ahí está la clave para que el programa planteado sea eficaz, lejos de una pretensión meramente adoctrinadora, sino más bien inserto en la transmisión de una experiencia religiosa en la que la idea de Dios fundamenta la trascendencia de la vida humana y el valor de la persona.

César Nombela es rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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