Religión y marketing: el código de la intriga

Por Teresa Bausili (LA NACIÓN, 28/05/06):

Hace poco, cuando le preguntaron a Umberto Eco si pensaba visitar la localidad toscana de Vinci, donde fue invitado para reunirse con Dan Brown, el semiólogo italiano espetó: "Ni muerto. Visitaré Vinci en otra ocasión, cuando vaya un verdadero escritor".

Pero, mal que le pese a Eco y más allá de que la relevancia intelectual del italiano vuelve poco seria cualquier comparación con la nueva estrella del best seller mediático, las asociaciones con su supuesto colega estadounidense son cada vez más frecuentes. Al fin y al cabo, despojada de su densidad literaria e ideológica, El nombre de la rosa también podría ser reducida a un historia de intrigas religiosas y oscuros personajes de la Inquisición. Casi como El código Da Vinci , que ya lleva 44 millones de ejemplares vendidos y que, todo indica, se convertirá en el segundo estreno más taquillero de la historia del cine, detrás de "Star Wars".

El fenómeno amplía sus fronteras, pero no es nuevo: desde "La pasión de Cristo", la última gran superproducción de Hollywood dirigida por Mel Gibson, "La última tentación de Cristo", el polémico libro de Nikos Kazantzakis que le valió la excomunión (y que en 1988 fue llevado a la pantalla por Martín Scorsese), hasta "Yo te saludo, María", la película de Jean-Luc Godard que fue acusada de blasfema por el Vaticano y prohibida en varios países, sobran los ejemplos de ficciones que han hecho de la revisión crítica del cristianismo un récord de taquilla.

En Occidente -protagonista indiscutido de la industria del entretenimiento y centro mundial de las usinas del marketing literario y cinematográfico-, la experiencia religiosa está marcada por el cristianismo, lo que lo convierte en destinatario lógico de miradas suspicaces. En el caso de "El código Da Vinci", sin duda, la gigantesca operación de marketing montada para acompañar el estreno -se presentó simultáneamente en salas de todo el mundo- ayuda a explicar buena parte de su éxito.

Pero es innegable que, percibido como un mundo secreto e inaccesible, cofre cerrado de misterios milenarios y, a la vez, depositario de frecuentes sospechas sobre su participación en oscuras intrigas de poder, el cristianismo alberga suficiente cuota de oscuridad como para despertar una curiosidad sin límites. El disparo que el libro de Dan Brown efectúa sobre el Opus Dei -al que retrata como una tenebrosa secta ávida de dinero e influencia- habrá sido convenientemente sopesado: ninguna superproducción mundial pondría en riesgo su inversión atacando a una orden que tuviera muy buena imagen entre la misma feligresía.

Para Roberto Bosca, profesor de Etica Social de la Universidad Austral y autor de New Age. La utopía religiosa de fin de siglo, el recelo que muchas veces despierta la organización, a la que se conoce internamente como "La Obra", se debe a las características de mito que adquirió en sus orígenes, en los años 40. "Los miembros del Opus -explicó Bosca a LA NACION- se proponen vivir la perfección cristiana, la santidad, pero en medio del mundo, sin recluirse en un convento, usar hábitos ni llevar signo externo alguno. Esto comenzó a llamar la atención y a motivar pensamientos del tipo ´acá hay gato encerrado . La primera persecución se da incluso dentro de la Iglesia Católica, que la veía como una herejía".

Pero, más allá del cuestionamiento al Opus Dei -algo que, aseguran, parece haberlo beneficiado: desde la publicación del libro de Brown los sitios de la organización comenzaron a recibir hasta tres millones de visitas mensuales y distintas sedes en el mundo incrementaron en más de un 40 por ciento los pedidos de ingreso-, El código Da Vinci también puso sobre el tapete la lucha de poder en el seno de la Iglesia Católica, las dudas sobre las fronteras del dogma y el papel muchas veces contradictorio de la institución a lo largo de la historia.

"En los últimos años, desde la Iglesia se quiso reafirmar el dogma e impedir el disenso, pero ocurre que lo prohibido alimenta el deseo de transgresión: cuanto mayor es el afán monopolizador, más fuerte será la transgresión", reflexiona el sociólogo e investigador del Conicet y la UBA Fortunato Mallimaci, experto en temas religiosos. "En 2000 años de historia -añadió-, se pueden encontrar en el cristianismo todo tipo de errores y de aciertos. El cristianismo participó tanto en procesos de emancipación como de opresión y dominación, llevó esperanzas pero también, y muchas veces, se constituyó en experto denunciante de conspiraciones de todo tipo: contra comunistas, liberales, masones, jesuitas, etcétera."

Ahora es la Iglesia la que se convierte en blanco fácil de sospechas y elucubraciones. Su vasto poder político y la fortuna reunida, especialmente a partir de la Edad Media, son una fuente inagotable para la insaciable sed de escándalo de los hacedores de thrillers . Ni hablar del misterio que aún envuelve la muerte de Juan Pablo I, hallado sin vida sólo 33 días después de iniciado su pontificado, de los oscuros manejos financieros y presuntos vínculos del Vaticano con la mafia italiana (que Coppola retrata con ojo maestro en "El padrino III", la última entrega de la saga) o de la tramitación de las anulaciones matrimoniales (se concederían unas 50.000 por año en todo el mundo), por nombrar sólo algunos costados poco claros de la Iglesia que siguen alimentando a la industria del cine.

Pero las intrigas religiosas no se nutren solamente de presuntos escándalos políticos y financieros recientes: lo más transgresor de "El Código da Vinci" es la hipótesis de que Jesús y María Magdalena estuvieron casados y tuvieron una hija. Sus descendientes habrían fundado una dinastía merovingia en Francia, pero la Iglesia, en su afán por ocultar esa historia, conspiró para silenciar a sus seguidores, fraguó documentos y asesinó.

Lo cierto es que lo que hoy es canónico dentro del cristianismo es el resultado de un largo recorrido que llevó, por ejemplo, a que ciertos evangelios primaran sobre otros, o a que ciertos protagonistas fueran retratados de un modo y no de otro. Por eso cada tanto surgen textos en los que se rescatan aquellas voces acalladas y a las que se les confiere un halo de "la verdadera historia que el cristianismo quiso ocultar".

Justamente ése es el costado que mejor trabajó la novela de Dan Brown: confirmó en muchos lectores y espectadores la sospecha de que existe otra historia del cristianismo, muy distinta de la que nos enseñaron.

"La creencia de que hay una verdad oculta y de que eso que desconocemos es una realidad perversa -dice Bosca- es propia de nuestra época. Así florecen fácilmente las teorías de complot. Además, cualquier autoridad es sospechada de una intrínseca corrupción destinada a perpetuar su dominio".

Para Bosca, esa resistencia a lo institucional hace que el hombre quiera entablar una relación directa con lo sagrado, sin canon ni reglas de por medio. La Iglesia aparece entonces como una institución que ha traicionado el mensaje del Evangelio por una pretensión de poder.

Una mina de oro

¿Puede hablarse de un "cristianismo Da Vinci" ahora que el film basado en el libro ha sido estrenado? Pareciera que no. El supuesto matrimonio de Jesús y María Magdalena no escandaliza tanto como podría suponerse y pocos creyentes, según las encuestas posteriores al estreno, admiten que la película los llevó a revisar su fe.

Más bien, pareciera que la película reforzó las dudas que algunos cristianos ya tenían sobre el origen de la Biblia y la autenticidad de la historia de Jesús. En este sentido, Brown aprovechó el interés popular en nuevos descubrimientos, tales como los evangelios apócrifos (ocultos), la espiritualidad femenina y las raíces paganas del cristianismo (por qué, si no, los huevos y los conejos en la Pascua, un rito originariamente dedicado a la fertilidad). Y descubrió una mina de oro.

Sin ir más lejos, fue en los llamados evangelios apócrifos, una serie de códices encontrados en Egipto entre fines del siglo XIX y mediados del XX, donde el novelista se apoyó para inventar la fantasiosa historia sobre el matrimonio entre Jesús y María Magdalena. ¿Qué hay de cierto de todo esto en los evangelios apócrifos? En rigor, absolutamente nada.

Pero sí es verdad que a la luz de estos escritos -apartados de los cuatro evangelios canónicos del Nuevo Testamento (Marcos, Lucas, Juan y Mateo)- emerge una María Magdalena muy distinta de la que se creía conocer. Una mujer que no habría sido ninguna prostituta arrepentida (calificación que corrió por cuenta del papa Gregorio Magno, en el siglo VI), sino la discípula dilecta de Jesús y una de las favoritas para liderar el incipiente movimiento cristiano en el inicio de la nueva era. Además, claro, de testigo privilegiada de la resurrección de Cristo.

"El Salvador la amaba más que a todos sus discípulos, y la besaba frecuentemente en la boca", señala uno de los pasajes del evangelio apócrifo de San Felipe. ¿Fuente de inspiración para Brown? Probablemente.

"Esto no tiene ninguna connotación sexual -aclaró Francisco García Bazán, investigador superior del Conicet y traductor del copto al español de la biblioteca de Nag Hammadi (los códices hallados en Egipto) y del más recientemente hallado Evangelio de Judas-. Para los gnósticos, besar a alguien en la boca era una forma de generación espiritual, de transmitir una sabiduría especial."

¿Quiénes eran los cristianos gnósticos? Eran aquellos que practicaban el gnosticismo, una corriente filosófica muy difundida durante los primeros tres siglos de nuestra era, según la cual la única forma de salvación no es por obra de Dios sino a través de un conocimiento (gnosis) reservado a unos pocos. En el año 180 d.C. fueron declarados herejes, y la mayor parte de sus documentos se perdieron.

Recién ahora que la arena del desierto restituyó esos escritos comienza a asomar un indicio de los fuertes debates que sacudieron al cristianismo primitivo, al margen de la veracidad de los textos y del uso arbitrario y fantasioso que de ellos hace Brown.

"Por ejemplo, aparece claramente la fuerte animadversión de Pedro hacia María Magdalena -señala García Bazán-. Pedro aparece como un hombre que se irrita fácilmente, mientras que María Magdalena es la elegida del Señor. Junto con un grupo de siete mujeres, forma parte del núcleo más íntimo de discípulos. Pero finalmente es la hegemonía de Pedro la que logra imponerse, y el protagonismo femenino en el gobierno de la Iglesia queda relegado".

Quién hubiera imaginado, sin embargo, que en la pugna por el amor de Jesús, Pedro hubiera tenido que medirse con un rival hasta ahora impensado: Judas Iscariote. Es que, según el controvertido Evangelio de Judas, un manuscrito del año 300 que la National Geographic difundió hace dos meses, el supuesto traidor que todos aprendimos a odiar en el Nuevo Testamento habría sido, en realidad, el más fiel colaborador de Jesús, su elegido para entregarlo y ayudarlo así a completar su misión en la Tierra.

A esta altura, podría pensarse que los evangelios apócrifos sólo contienen "revelaciones" escandalosas. Sin embargo, algunos de ellos se ocupan de los primeros años de la vida de Jesús o de la constitución de su núcleo familiar desde una mirada más costumbrista. Así, por caso, surge que Jesús tenía dos hermanas y cuatro hermanos (Santiago, José, Simón y Judas Tomás), hasta que en el siglo V San Jerónimo indicó que es posible traducir la palabra hermanos por primos. "De este modo queda salvada la virginidad de María y la castidad de José", observó García Bazán.

Ante esta compleja trama de verdades, ocultamiento y construcciones, no sorprende que Dan Brown haya buceado en los evangelios apócrifos en busca de los ingredientes más jugosos para condimentar su best-seller.

Seguramente no leyó el Evangelio de Van Hutten , la ficción del escritor argentino Abelardo Castillo según la cual, a través de un supuesto evangelio apócrifo hallado en el Mar Muerto, un arqueólogo descubre que Jesús es, en realidad, enviado a este mundo para poner en marcha la revolución social. Quién sabe, tal vez, la trama de El código Da Vinci hubiera adquirido algún giro inesperado. Quizá más literario, pero seguramente menos atento a las reglas del mercado.