Religión y violencia

La religión, ¿es una fuente de paz o una fuente de violencia? ¿Es un factor de cohesión y concordia en la sociedad civil o un factor de división y de enfrentamiento? Como consecuencia de una cierta fascinación por el pluralismo y ante los hechos terribles de los fundamentalismos que impulsan a realizar acciones asesinas en nombre de Dios, ha aparecido la pregunta de fondo por la relación entre estas dos magnitudes. Más aún, surge la pregunta de si no es fuente de violencia toda pretensión de verdad y la afirmación de Dios como Absoluto ante el cual las demás realidades quedarían relativizadas y capitidisminuidas. El monoteísmo es acusado de ser la raíz de muchas formas de violencia en la cultura y en la sociedad, y se reclama el politeísmo como el equivalente religioso de lo que es el pluralismo social e ideológico.

Religión y violenciaNo se puede negar que no pocas veces en la historia la religión ha sido utilizada como instrumento de violencia al servicio de regímenes políticos o de ideologías antihumanas. Hoy esta cuestión aparece en toda su crudeza y crueldad ante la situación en el islam, con lucha abierta de unas facciones religiosas contra otras y contra todo lo que preceda o difiera del propio islam, llevando a cabo tales atrocidades en nombre de Dios. Asistimos a la suprema perversión de ese santo nombre al invocarlo como inspirador de muerte. Esto ocurre a la vez que se puede mostrar que en el Corán hay versos guerreros y hay invitaciones a la paz, hasta el punto de afirmar: «En religión no cabe coacción» (2.256). Los textos sagrados tienen su historia; necesitan interpretación y dependen en última instancia del sentido que la comunidad lectora de ellos hoy les confiera.

Si ahora nos referimos al cristianismo, hay que situar ante todo los textos del Antiguo Testamento que incitan o legitiman la violencia y el exterminio. Para ello hay que analizar su contexto histórico y su género literario. Estos textos relatan el lento proceso a través del cual Dios va educando a su pueblo desde su condición animal a su condición divina. La moral tiene también un tiempo de aprendizaje y una historia de maduración, de purificación y de autocrítica. Los libros de la Biblia están en conexión unos con otros y se leen desde el final. Así, los libros históricos del Antiguo Testamento, en los que sobre todo se encuentran esos textos violentos, son releídos, corregidos y superados por los libros proféticos y sapienciales. Y sobre todo –y esto es lo esencial– todos ellos deben ser comprendidos a la luz de Jesucristo y retenidos en la medida en que son coherentes y conciliables con él. No hay Antiguo sin Nuevo Testamento. Este es el reflejo de la palabra, el destino y la persona de Jesucristo, en quien no hay ningún gesto, palabra o hecho violentos. Él propuso la verdad con toda decisión y entrega, ofreciéndola sin imposición ni coacción. Así vivió y así murió. Él es el Inocente absoluto. Su radicalismo es el propio de quien identifica su persona con su misión, se entrega a los hombres y ora a Dios por quienes le crucifican.

No es verdad que toda religión es por esencia violenta. Con anterioridad y fuera del cristianismo encontramos hermosas formas y textos exponentes de la misericordia y de la compasión, de la armonía y de la paz derivadas de la relación con Dios, quien siempre ha ido unido a la idea de santidad, justicia y verdad. En el cristianismo Dios es el creador del hombre por amor, a quien le ofrece una existencia compartida (alianza). Él convierte a cada hombre en guardián de su hermano y se nos ha revelado como nuestro prójimo al existir encarnado de Jesucristo, como el real buen Samaritano El rostro del Crucificado relumbra como el rostro de la misericordia de Dios, que acepta la muerte de su Hijo y no castiga inmediatamente a los culpables. Rostro por tanto negador de la violencia y oferente del perdón. El cristianismo es fruto de esa divina misericordia, paz y perdón. Dios es el padre común y por eso nosotros somos hermanos. La fraternidad es la primera ley del ser humano.

El monoteísmo es hoy el blanco de las flechas de la cultura dominante. Se le acusa de ser el enemigo de la autonomía del individuo y de la pluralidad de la sociedad. Habría que comenzar por explicitar el contenido que esta palabra tiene en cada caso. La cultura europea de los últimos siglos lo redujo a un deísmo, para el cual Dios es solo principio de realidad, pero ajeno a la historia y destino del hombre. Fue identificado solo como un Principio o un Poder originador. Ese carácter de absoluto que antes era afirmado de Dios luego fue traspasado a realidades creadas por el hombre: la raza, la nación, el partido, la tradición, el dinero, el cuerpo, el placer. Ante esos ídolos, solo quedó una contrafigura del Dios verdadero.

El monoteísmo cristiano propone un Dios creador en libertad y por amor, solidario de nuestra historia y defensor del hombre. Este Dios no es un absoluto ciego, mudo y solitario: es Espíritu y Vida, existe en relación y comunión personal. Esto es lo que decimos al hablar de DiosTrinidad. Él invita al hombre a participar en su vida, libertad y creatividad. Él es el que le constituye libre y autónomo en su finitud. Quien cree en ese Dios vive su existencia como gracia y la realiza en gratitud para con él y en creación de gracia para los demás. Ofrece y no impone, invita y no coacciona.

Frente a este Dios hoy se hace el elogio y reclamación del politeísmo como esencial a la democracia. Ahora bien, al rechazar el Absoluto de Dios, ¿cómo no rechazar y por qué mantener otros absolutos como la verdad, el bien, la belleza, la abertura al mundo, la esperanza de futuro? ¿Puede la Humanidad vivir sin referencia a ellos, sin dejarse alimentar y alumbrar por ellos? ¿No son ellos los que constituyen el fundamento de la unión y solidaridad entre los humanos, escindidos en sí mismos por el egoísmo y la culpa? Por otro lado, es históricamente falso que los politeísmos hayan sido más respetuosos con la autonomía y libertad del individuo que el monoteísmo.

A quienes identifican violencia y religión hay que preguntarles en qué religión piensan y cómo la comprenden. El cristianismo ha aprendido la lección derivada de las guerras de religión en Europa y de su comportamiento como imperialismo religioso en los otros continentes. Al cerrarse el siglo XX, Juan Pablo II, como cabeza representativa de toda la Iglesia, hizo una confesión de culpas ante Dios, ante la misma Iglesia y ante la Humanidad; proclamó la voluntad de concordia, solidaridad y colaboración entre los hombres, en diálogo con las grandes tradiciones religiosas y las culturas seculares.

No se comprende fácilmente que una cierta intelectualidad española siga afirmando la identificación entre religión y violencia. Con humildad y coraje a la vez, el cristianismo seguirá proponiendo el mensaje de Jesucristo como religión del amor, de la libertad y de la paz, ya que los tres son inseparables. Y esto lo hace plenamente consciente en el momento en que es perseguido duramente en no pocas partes del mundo.

Olegario González de Cardedal, teólogo.

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