Renzi, un soplo de aire fresco

Se cumplen dos años desde que el toscano Matteo Renzi se hiciera cargo del Gobierno italiano. Por increíble que pueda llegar a parecer, el hecho en sí de haber permanecido dos años al frente del Consejo de Ministros constituye toda una plusmarca para la Historia de la I República italiana. Debe recordarse de que en los 68 años que lleva de andadura el sistema republicano, los italianos han visto nada más y nada menos que 63 gobiernos diferentes, lo que supone una media de vida de poco más de un año. En ese sentido, el mayor mérito de Renzi consiste en haber llegado al tercer año de vida sin haber logrado la victoria en las urnas, ya que su Gobierno nació de la dimisión forzada del anterior Primer Ministro (Enrico Letta) y de la designación personal del entonces Presidente de la República (Giorgio Napolitano), que no veía en Letta al hombre capaz de sacar a Italia del estancamiento al que tantos años de berlusconismo habían abocado.

Desde el primer momento Matteo Renzi demostró que era un político muy distinto a lo que habíamos conocido en los años anteriores. Insultantemente joven (38 años recién cumplidos en el momento de tomar posesión de su cargo) en una clase política acostumbrada a la gerontocracia, Renzi sorprendió a todos cuando urdió el llamado Pacto del Nazareno, un acuerdo con el enemigo más odiado por la izquierda italiana (Silvio Berlusconi) para disponer así de una mayoría suficiente de gobierno con la que poder impulsar las principales reformas pendientes, entre las que se encontraba la aprobación de una nueva ley electoral (la anterior ley, llamada Porcellum, había sido considerada inconstitucional a finales de 2013), la reforma de un mercado laboral totalmente anquilosado y, lo más importante, la liquidación del mal llamado “bicameralismo perfecto”, que dotaba de igual capacidad legislativa a ambas cámaras parlamentarias (Cámara de los Diputados y Senado) y que llevaba a que los proyectos de leyes se eternizaran en el debate parlamentario cuando no se llegaban ni a aprobar.

Más de uno vio aquel Pacto del Nazareno como una auténtica afrenta a la izquierda italiana. Pero Renzi, perteneciente a la corriente demócratacristiana en una formación (el Partido Democrático, PD) que convivía con los excomunistas, sabía que resultaba mucho más fiable la alianza con un Berlusconi perseguido por la justicia italiana, que seguir las directrices de la vieja guardia de su partido (D´Alema, Bersani, Bindi) a la que Renzi había avisado desde hacía tiempo antes que pensaba mandar directamente al “desguace” (de ahí que pronto se le conociera como “Il rottamatore”, en castellano “el desguazador”).

Aquel Pacto del Nazareno, que suponía revitalizar a un Berlusconi al que muchos daban ya por muerto, dio como fruto principal la aprobación de una nueva ley electoral (la Italicum, que llevaba a un sistema bipartidista frente al multipartidismo anterior) y una reforma sensible del mercado laboral. Sin embargo, el propio Renzi no tuvo más remedio que dinamitar ese mismo pacto que él había forjado ante la necesidad de conseguir sacar adelante la candidatura de Sergio Mattarella para la Presidencia de la República. Mattarella, un jurista democristiano conocido por ser enemigo declarado de Berlusconi (había dimitido a comienzos de los noventa por la concesión de su gobierno al entonces Cavaliere tres canales de televisión) y que había sido Viceprimer Ministro cuando D´Alema era Primer Ministro, salió elegido Presidente (31 de enero de 2015) con 665 votos favorables (a solo diez de la mayoría cualificada), asegurándose con ello Renzi la estabilidad para el país durante un tiempo importante dada la importancia de la figura del Jefe del Estado italiano. Decía Indro Montanelli que los grandes políticos se consagraban cuando lograban sacar adelante a su candidato para la presidencia de la República, y Renzi lo logró con una aplastante mayoría que puso de manifiesto su extraordinaria habilidad política.

A pesar de que ello supuso el fin del pacto con Berlusconi, Renzi conseguiría ir aprobando leyes sobre todo gracias al apoyo constante de varios partidos, entre los que destacaba el Nuovo Centrodestra (NCD) de Angelino Alfano, una escisión del partido de Berlusconi nacida en el otoño de 2013. De tal manera que, a día de hoy, a Renzi solo le queda esperar a que las cámaras primero, y el pueblo italiano en “referéndum” después, aprueben su proyecto de fin de “bicameralismo perfecto”, transformándose el Senado en Cámara de las Regiones (sin apenas capacidad legislativa), para completar lo que constituye una reforma constitucional encubierta.

Matteo Renzi inicia su tercer año de mandato con un panorama todavía más complicado que en años anteriores. La reforma laboral apenas está atrayendo inversores (sigue creciendo el desempleo, aunque se encuentre aún en niveles tolerables), el crecimiento del país sigue siendo pobre (los principales organismos no dan a Italia más de un 1.3-14% de crecimiento tanto para 2016 como para 2017) y, lo más importante, la urgentísima reforma del sector financiero puede acabar dando al traste con los planes de Renzi de ganar las siguientes elecciones generales, a celebrar como muy tarde a comienzos de 2018. En todo caso, Matteo Renzi ha supuesto un auténtico soplo de aire en una política enormemente viciada, y, si logra acabar con el “bicameralismo perfecto” (junto con otras reformas ya aprobadas), habrá aportado a la vida política italiana mucho más que la mayor parte de sus antecesores.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es Profesor en la Universidad Europea de Madrid.

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