¿Hace falta dar un giro a la política económica que las instituciones europeas están aplicando durante la crisis? ¿Se está poniendo el énfasis excesivamente en las políticas de austeridad y recortes, y ello está condicionando los magros resultados en crecimiento y empleo en el Continente? ¿Existe una brecha creciente entre los países del Norte y del Sur que amenaza con dividir internamente a la Unión?
Son las preguntas que están en estos momentos en los medios de comunicación y en los discursos y debates de los líderes europeos. Mientras el resto del mundo crece, liderado por incrementos del 6,5% de media en el continente asiático, una mayoría importante de países europeos se hallan estancados o en recesión. Los ajustes comienzan a resultar difícilmente asumibles por los países del Sur, con consecuencias sociales de erosión de las clases medias y aumento de la pobreza, que se reflejan en protestas ciudadanas y desafección hacia las instituciones y las élites. La crisis bancaria en Chipre y las nuevas luces de alarma que se han encendido en Portugal han vuelto a poner de manifiesto la profundidad de la crisis bancaria y las perversas consecuencias de la imbricación entre mercados financieros globales y supervisión nacional.
¿Quiere eso decir que han de considerarse fallidas las políticas del euro y de la consolidación fiscal?
Bien lejos de la realidad. La crisis está siendo un duro aprendizaje, pero las decisiones que se van adoptando en el seno de la Unión son imprescindibles, aunque posiblemente no suficientes. Las políticas de consolidación fiscal y de reformas estructurales son la única vía, la primera y segunda fase, pero deben de ir acompañadas de mayores esfuerzos en favor del crecimiento y de la lucha contra el desempleo. Las decisiones adoptadas para la puesta en marcha de la Unión Bancaria, tales como la creación de una supervisión financiera única localizada en el Banco Central Europeo, la transformación del MEDE en un instrumento eficaz de resolución de crisis bancarias, o el establecimiento de un fondo europeo de garantía de depósitos, son medidas urgentes. Tanto como la consolidación de una verdadera Unión Fiscal, con control de los presupuestos nacionales y mayor armonización fiscal, o los pasos determinados hacia la Unión Política, con la plena integración en el sistema comunitario de los nuevos mecanismos de gobernanza económica y financiera que se han creado en el último año sobre una base fundamentalmente intergubernamental. La consecuencia de la irreversibilidad del euro no puede ser menos, sino más Europa.
Por todo ello, pensar Europa en tiempos de crisis debe de llevarnos a una consideración, ciertamente crítica, de lo alcanzado hasta ahora con la integración, pero también a una evaluación no menor realista de lo que supondría echar marcha atrás en el camino de la integración. La Unión Europea y el euro siguen siendo la mejor respuesta de los europeos frente al tremendo desafío de la globalización y la transformación acelerada del mundo en que vivimos por la emergencia de ciento de millones de personas que conforman las nuevas clases medias mundiales. Es un gran desafío a la competitividad, a la innovación y a la capacidad de los europeos de reinventar su lugar en el globo.
Se trata también de una oportunidad histórica, que puede y debe sustentarse en los muy considerables logros conseguidos por la Unión en sus sesenta años de vida, y que conviene siempre volver a recordar: la paz y la reconciliación tras setenta años de guerra civil europea (de 1870 a 1945), la creación de la mayor zona de estabilidad política –e históricamente–, de prosperidad económica mundiales, la consolidación de un área de máxima protección de los derechos individuales y sociales con altos niveles de beneficios sociales y de igualdad. La contribución de la Unión Europea a la gobernanza global sigue siendo enormemente beneficiosa. En sesenta años los europeos hemos puesto en práctica experimentos políticos tan importantes como la supranacionalidad, la creación de un mercado único y de una moneda común entre países soberanos, una Comunidad fundada en los valores del Estado de Derecho y las libertades fundamentales, una integración política, cultural y social sin precedentes en la historia. Aprovechar ese legado histórico de cara a la crisis y al inmediato futuro son los objetivos que se ha marcado el Congreso internacional sobre la Unión Europea en el contexto de la gobernanza global organizado por el Instituto de Estudios Europeos de la Universidad CEU San Pablo que se celebra en estos días.
José María Beneyto, catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales. Portavoz del Grupo Ppular en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso de los Diputados.