Replanteando el Internet de las cosas

Hace casi 30 años, los economistas Robert Solow y Stephen Roach causaron una conmoción cuando señalaron que no había ninguna evidencia de que todos los miles de millones de dólares invertidos en tecnología de la información se hubiera traducido en una mayor productividad. Las empresas estaban comprando decenas de millones de computadoras cada año y Microsoft acabada de salir a bolsa, redituándole a Bill Gates sus primeros mil millones. Y, sin embargo, en lo que llegó a conocerse como la paradoja de la productividad, las estadísticas nacionales demostraban que no sólo el crecimiento de la productividad no se aceleraba sino que, en realidad, se estaba desacelerando. “Se puede ver la era de la informática en todas partes”, bromeó Solow, “menos en las estadísticas de productividad”.

Hoy, la sensación es que estamos en un momento histórico similar con una nueva innovación: la tan publicitada Internet de las cosas –la asociación de máquinas y objetos con redes digitales-. Sensores, gafetes y otros dispositivos conectados demuestran que el mundo físico ahora se puede digitalizar, monitorear, medir y optimizar. Como sucedió con las computadoras antes, las posibilidades parecen infinitas, las predicciones han sido extravagantes –y los datos todavía tienen que mostrar un incremento de la productividad-. Hace un año, la firma de investigación Gartner colocó a la Internet de las cosas en el pico de su ciclo de sobre-expectativas de las tecnologías emergentes.

En tanto se esgrimen más y más dudas sobre la revolución de productividad generada por la Internet de las cosas, vale la pena recordar lo que sucedió cuando Solow y Roach identificaron la paradoja de la productividad informática original. Por empezar, es importante observar que los líderes empresariales ignoraron, en gran medida, la paradoja de la productividad e insistieron en que detectaban mejoras en la calidad y velocidad de las operaciones y la toma de decisiones. La inversión en tecnología de la información y de comunicaciones siguió creciendo, a pesar de que no hubiera una prueba macroeconómica de sus retornos.

Y ésa resultó ser la respuesta correcta. Para fines de los años 1990, los economistas Erik Brynjolfsson y Lorin Hitt habían refutado la paradoja de la productividad. Descubrieron problemas en la manera en que se medía la productividad del sector de servicios y, más importante aún, observaron que en general había una demora prolongada entre las inversiones en tecnología y los réditos en la productividad.

Nuestra propia investigación en ese momento descubrió un gran salto en la productividad a fines de los años 1990, impulsado, principalmente, por las eficiencias que fueron posibles gracias a las inversiones tempranas en tecnología de la información. Esos réditos fueron visibles en varios sectores, incluidos el comercio minorista y mayorista, los servicios financieros y la propia industria informática. Las mejoras más importantes de la productividad no fueron el resultado de la tecnología de la información por sí sola, sino de su combinación con cambios de procesos e innovaciones organizacionales y gerenciales.

Nuestra investigación más reciente, The Internet of Things: Mapping the Value Beyond the Hype (La Internet de las cosas: mapeando el valor más allá del despliegue publicitario) indica que podría repetirse un ciclo similar. Predecimos que al mismo tiempo que la Internet de las cosas transforma fábricas, hogares y ciudades, ofrecerá un mayor valor económico del que sugiere la promoción publicitaria. Para 2025, según nuestras estimaciones, el impacto económico alcanzará 3,9-11,1 billones de dólares por año, el equivalente a alrededor del 11% del PIB mundial. Sin embargo, es probable que, a la vez, veamos otra paradoja de la productividad: llevará tiempo hasta que los réditos de los cambios en la manera en que operan las empresas se detecten a nivel macroeconómico.

Un factor importante que quizá demore la ventaja en materia de productividad será la necesidad de llegar a una interoperabilidad. Los sensores en los autos pueden ofrecer réditos inmediatos al monitorear el motor, reducir los costos de mantenimiento y extender la vida útil del vehículo. Pero se pueden obtener mayores beneficios si se conectan los sensores a los sistemas de control del tránsito, lo que permitiría reducir el tiempo de viaje de miles de motoristas, ahorrar energía y reducir la contaminación. Sin embargo, esto primero exigirá que los fabricantes de autos, los operadores de tránsito y los ingenieros colaboren en tecnologías y protocolos de gestión del tránsito.

En verdad, estimamos que el 40% del potencial valor económico de la Internet de las cosas dependerá de la interoperabilidad. Sin embargo, algunos de las piezas fundamentales de la interoperabilidad aún no existen. Dos tercios de las cosas que se pueden conectar no utilizan redes de protocolo de Internet estándar.

Otras barreras que dificultan poder aprovechar el potencial pleno de la Internet de las cosas incluyen la necesidad de protecciones de la privacidad y la seguridad y ciclos de inversión prolongados en áreas como infraestructura, donde podría llevar varios años modernizar los activos heredados. Los desafíos de la ciberseguridad son particularmente serios, ya que la Internet de las cosas aumenta las oportunidades de ataques y amplifica las consecuencias de cualquier violación.

Sin embargo, como en los años 1980, los mayores obstáculos para alcanzar el pleno potencial de la nueva tecnología serán organizacionales. Algunos de los réditos en productividad que genere la Internet de las cosas resultarán del uso de los datos para guiar los cambios en los procesos y desarrollar nuevos modelos de negocios. Hoy en día se utiliza un porcentaje mínimo de los datos que se recogen de la Internet de las cosas, y se los aplica únicamente de maneras básicas –para detectar anomalías en el desempeño de las máquinas, por ejemplo.

Podría pasar un tiempo hasta que esos datos se utilicen como rutina para optimizar los procesos, hacer predicciones o informar sobre toma de decisiones –los usos que derivan en eficiencias e innovaciones-. Pero es algo que sucederá. Y, de la misma manera que con la adopción de la tecnología de la información, las primeras compañías que dominen la Internet de las cosas probablemente obtengan ventajas significativas, ya que las colocaría muy por delante de sus competidores para cuando la importancia del cambio sea obvia para todos.

Martin Neil Baily is Chair in Economic Policy Development and Senior Fellow and Director of the Business and Public Policy Initiative at the Brookings Institution.
James Manyika is a director of the McKinsey Global Institute (MGI), McKinsey & Company’s business and economics research arm, and a non-resident fellow at the Brookings Institution.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *