La carga cerrada que ordenó el régimen cubano en marzo de 2003, la llamada Primavera Negra, no cambia de color ni deja que entren las otras estaciones. A cuatro años de su llegada (los pícaros trataron de esconderla bajo el estruendo de los cañonazos en Irak) sigue instalada en la República y cada día renace, se intensifica y genera una variada categoría de tormentos para los presos políticos y la disidencia.
Eso es. Ahora mismo, después de ocho meses de poder provisional de Raúl Castro, conocido como el compañero ministro por la servidumbre criolla, el panorama para la oposición pacífica es de extrema crispación: lluvias de palizas en las cárceles, restricciones de visitas, prohibiciones de ingreso de medicinas, falta de agua potable y un hambre que es tan general como el nuevo jefe del Gobierno.
Los maltratos físicos se producen de manera intermitente en cualquiera de los 200 centros penitenciarios de la Isla. Y la familia hace llamados urgentes y desesperados al exilio, a gobiernos y a instituciones humanitarias ante el maltrato y el estado grave o delicado de los presos políticos Oscar Elías Biscet, Víctor Rolando Arroyo, Normando Hernández, Juan Antonio Pulido, José Luis García Paneque y Arnaldo Lauxeriques, entre otros.
Estos hombres (tres médicos, un economista y dos periodistas) son parte de la nómina de 75 que fue a parar a los calabozos en la Primavera Negra. Las condenas en aquellos procesos falsos, conducidos por tarugos de circo con toga de letrados, se le impusieron mas de 1.000 años de cárcel -es decir, 10 siglos- a simples activistas de Derechos Humanos, comunicadores y bibliotecarios. Todos fueron a parar directamente a celdas de castigo y, poco a poco, después de dos años, la solidaridad internacional, gestiones de gobiernos, instituciones humanitarias y la prensa, consiguieron que se liberara a 16 de ellos.
En el último semestre de 2006 el Gobierno puso en libertad a seis prisioneros políticos, pero en juicios controlados y, desde luego, sin público ni prensa, condenó a otros diez. De modo que el balance le favorece por cuatro.
El método ha cambiado. No se hacen grandes redadas corales (expresivas, dicen los presos comunes), se trata de fórmulas enmascaradas, vertiginosas, con mucha violencia para infundir miedo y el hecho se conozca fuera del país mediante una denuncia demorada.
Las condiciones de vida empeoran dentro de las galeras para los presos políticos (cerca de 300 por distintas causas) y para los casi 100.000 cubanos que conforman la población penal, la policía política realiza operaciones puntuales contra los líderes de la oposición. Hace registros y allanamientos, practica arrestos en los domicilios, amenaza con juicios sumarísimos, confisca publicaciones y medios de trabajo y dirige a grupos paramilitares -las brigadas de Respuestas Rápidas- para que realicen mítines de repudios, linchamientos verbales y golpeaduras a los disidentes.
Ese es el retrato de carné de las personas que trabajan a pecho descubierto por la libertad y por un proceso de cambios pacíficos. Parte del plano general es otro. Los grandes sectores de la población, entretanto, enfrentan los rigores de la vida cotidiana. Uno de ellos, el de la alimentación de la familia. El humor popular lo describe de esta manera reductora: en Cuba nada más que hay dos problemas. Uno es el almuerzo, el otro, la comida. Algo tiene que andar especialmente mal en un país agrícola que tiene que comprar en el extranjero el 84% de los productos de su canasta básica. Una nación que tiene unos 13 millones de habitantes y 3,9 millones de cabeza de ganado. La antigua azucarera del mundo compra azúcar a Brasil y a Bielorrusia y una agricultura que garantizaba antes el consumo nacional del café, distribuye hoy -mediante la cartilla de racionamiento inaugurada en 1962- cuatro onzas (115 gramos) por persona cada mes.
Esas compras enormes se pueden hacer gracias al dinero de los venezolanos que Hugo Chávez utiliza como una fortuna personal para comprar aliados y camisas rojas. De esos subsidios generosos del cantor bolivariano, 470 millones de dólares fueron a dar, el año pasado, directamente a las arcas del sexto socio comercial de Cuba: Estados Unidos.
El único que está bloqueado allá en el Caribe es el pueblo cubano. Por su Gobierno, que utiliza para ese bloqueo el amor desmedido al poder y la ineficacia del modelo totalitario que no ha podido garantizar ni un par de huevos fritos en las mesas vacías de los hogares de la mayoría de la gente.
A todas éstas, hace unos días, 40 balseros llegaron en dos grupos a la costa de Florida en medio de un ejercicio de entrenamiento de las autoridades norteamericanas llamada Operación Guardián Vigilante para prepararse para un eventual éxodo masivo desde Cuba.
La gente prefiere, después de medio siglo, poner en riesgo su vida para salir del país donde nació porque ya que el entorno no cambia, deciden cambiar ellos.
La sociedad necesita renovarse y salir de la parálisis. No es un empecinamiento ni un capricho de los opositores y de los exiliados. La terquedad está en los grupos de poder. Hace cuatro años trataron de enmascarar la represión con los tiros de una guerra lejana y ahora con las hojas clínicas, los partes médicos y el culebrón jabonero de la enfermedad de Fidel Castro.
Eso lo podrán mantener como secreto de Estado. La realidad cubana no.
Son los nuevos tiempos, las nuevas horas.
Raúl Rivero, periodista y poeta cubano en el exilio, columnista de EL MUNDO y autor de Vida y oficios: Los poemas de la cárcel.