Réquiem para un imperio

Entre los muchos y muy merecidos tributos a la Reina Isabel II, un aspecto de su reinado de 70 años quedó de trasfondo: su papel de monarca de 15 reinos, incluidos Australia, Nueva Zelanda y Canadá. También encabezaba la Commonwealth, un grupo de 56 países, principalmente repúblicas.

Esta comunidad de estados independientes, casi todos ellos ex territorios del Imperio Británico, ha sido crucial para conservar una “conexión británica” en el mundo de la era pos imperial. Si este vínculo es meramente una reminiscencia histórica, si representa algo sustancial en los asuntos internacionales y si (y por cuánto tiempo) podrá sobrevivir al deceso de la Reina, se han vuelto cuestiones de gran interés, especialmente a la luz de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.

En la Pax Britannica del siglo diecinueve, Gran Bretaña ejercía un poder global por sí sola. El sol nunca se ponía en el Imperio Británico: la armada inglesa dominaba los mares, las finanzas británicas regían los mercados mundiales e Inglaterra mantenía el equilibrio de poder en el continente europeo. Esta era de “espléndido aislamiento” -en todo caso, nunca tan espléndido como solían sugerir los libros de texto- acabó en la Primera Guerra Mundial, que afectó seriamente el estatus de Gran Bretaña como potencia mundial y, en consecuencia, fortaleció a otros candidatos a ese rol.

A medida que los resultados de la Primera Guerra Mundial se fueron confirmando con los de la Segunda Guerra Mundial, la política exterior británica se centró en la doctrina de los “tres círculos”. La influencia británica en el mundo dependería de su “relación especial” con los Estados Unidos, su posición de jefe de la Commonwealth (el sucesor del imperio) y su posición en Europa. Al ser miembro de estos tres círculos superpuestos que se reforzaban recíprocamente, Gran Bretaña podía esperar maximizar su poder duro y blando, y reducir los efectos de su menor tamaño económico y militar.

Los diferentes gobiernos británicos asignaron distintos pesos a estos tres círculos de poder. El más importante y continuo era la relación con EE.UU., que data de la Segunda Guerra Mundial, cuando los estadounidenses aseguraron la supervivencia militar y económica británica. La lección nunca fue olvidada. Gran Bretaña sería el socio fiel de EE.UU. en todas sus iniciativas globales y, a cambio, podía disfrutar de una buena disposición por parte de los estadounidenses con la que ningún otro país podía contar. Con todo el sentido pragmático que eso tenía, uno no puede concebir la creación o la permanencia de una conexión así sin un idioma y una historia imperial en común.

La historia imperial también era central para el segundo círculo. El Imperio Británico de 1914 se convirtió en la Commonwealth británica de 1931, y finalmente en La Commonwealth a secas, con la Reina como su titular. Su influencia reside en su alcance global. Siguiendo los contornos del Imperio Británico, fue la única organización mundial (aparte de las Naciones Unidas y sus agencias) con presencia en todos los continentes.

La Commonwealth conservó la conexión británica de dos maneras. Primero, funcionó como un bloque económico a través del sistema de preferencias imperiales de 1932 y el área de la libra esterlina que se formalizó en 1939, ambos de las cuales sobrevivieron hasta la década de los 70 del siglo pasado. Segundo, y posiblemente lo más perdurable, su carácter explícitamente multirracial, tan ardientemente apoyado por la Reina, sirvió para limar tanto las tensiones étnicas surgidas por el nacionalismo étnico como el chovinismo étnico en el “país madre”. La Gran Bretaña multicultural es una expresión lógica del viejo imperio multicultural.

El vínculo europeo era el más débil y fue el primero en romperse, lo que se debe a que, históricamente, el papel británico en Europa fue negativo: evitar que pasaran cosas que pudieran amenazar su sustento económico y su seguridad militar. Para ello, se opuso a todos y cada uno de los intentos de crear un poder continental capaz de cerrar la brecha del Canal de la Mancha. Europa estaba a apenas 20 millas de distancia, y la política británica tenía que estar siempre atenta a que “por allá” no ocurrieran cosas malas.

John Maynard Keynes expresó esta constante sensación británica de distanciamiento con el Continente. En 1919 escribió: “Inglaterra queda fuera de Europa. Los mudos temblores de Europa no la alcanzan: Europa está afuera e Inglaterra no comparte ni su cuerpo ni su sangre”. El líder laborista evocó para la posteridad esta sensación de separación cuando jugó la carta de la Commonwealth en 1962, conminando a su partido a no abandonar “mil años de historia” si se unía a la Comunidad Económica Europea.

La política británica hacia Europa siempre ha sido la de evitar el surgimiento de una Tercera Fuerza independiente de una OTAN liderada por EE.UU. Charles de Gaulle lo vio con claridad, cuando vetó la primera solicitud británica de unión a la EEC en 1963 con el fin de evitar un “Caballo de Troya” estadounidense en Europa.

Aunque el Primer Ministro Tony Blair quería que Gran Bretaña estuviera “en el corazón” de Europa, de 1974 a 2021 los británicos jugaron el mismo juego en la UE. El único primer ministro realmente europeísta de este periodo fue Edward Heath. Por lo demás, los gobiernos británicos han buscado maximizar los beneficios para el país en términos de comercio y turismo, al tiempo que evitaban los peligros de la contaminación política. No debería causar sorpresa el que hoy Gran Bretaña se una a E.UU. para proyectar el poder de la OTAN en Europa del Este por sobre las golpeadas espaldas de la UE.

Así, Gran Bretaña se ha quedado con solo dos círculos. Después del Brexit, el legado de la Reina está claro. Gracias a su puesto oficial y sus cualidades personales, preservó la Commonwealth como un posible vehículo para proyectar lo que queda del poder duro británico, por ejemplo, mediante alianzas militares en el Pacífico Sur. Y sea lo que sea que se pueda pensar de su poder duro, su poder blando -reflejado en sus relaciones comerciales, su prestigio cultural en Asia y África, y su ideal multicultural- es un bien público global en una época de crecientes conflictos étnicos, religiosos y geopolíticos.

Tengo mis dudas sobre si los dos círculos restantes podrán compensar la ausencia de Gran Bretaña del tercero. La pregunta cuya respuesta está pendiente es cuánto de la durabilidad de la Commonwealth dependía de la longevidad de la fallecida monarca y cuánto de ella puede preservar su sucesor.

Robert Skidelsky, a member of the British House of Lords and Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University, was a non-executive director of the private Russian oil company PJSC Russneft from 2016 to 2021. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, became the Conservative Party’s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO’s intervention in Kosovo in 1999. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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