Réquiem por la lengua yagana

La última hablante nativa del idioma yagán, Cristina Calderón, junto a la expresidenta de la Convención Constitucional de Chile, Elisa Loncón, en Navarino. Efe
La última hablante nativa del idioma yagán, Cristina Calderón, junto a la expresidenta de la Convención Constitucional de Chile, Elisa Loncón, en Navarino. Efe

Miles de lenguas han muerto sin ceremonia. Otras se van apagando sin avivar el fuego. Otras están en la UCI, muy cuidadas, para evitar toda recaída. Los mejores hospitales para los idiomas enfermos se encuentran en España. Si desintubaran al vasco, se hundía en cuatro días.

La lengua yagana murió el pasado mes de febrero sin plañideras. Desapareció con la muerte de Cristina Calderón, de 93 años, en Chile, en la localidad de Villa Ukika, a un kilómetro de Puerto Williams, la ciudad más austral del mundo.

No hay lápida. Ha dejado como recordatorio un diccionario y una colección de cuentos que ella misma redactó. Su hija Lidia lo anunció en Twitter. "Mi madre ha muerto", vino a decir, "y con ella su lengua, que no la mía, porque yo heredé sólo el español, que era también lengua de mi madre".

Pocas veces es noticia la muerte de una lengua. En Europa les prestamos más atención. Tenemos en el registro al menos otros dos últimos hablantes. Tuone Udaina se llevó a la tumba a la lengua dalmática, de la familia del latín, en la isla de Veglia (Krk), en 1898.

Fidela Bernat enterró al roncalés, de la familia del vasco, que ella habló en Navarra, en el valle del Roncal, hasta el día de su muerte el 9 de febrero de 1991.

Pero volvamos al yaganés. Se cree que sus hablantes llegaron a América hace más de 6.000 años y que se internaron en el sur profundo del continente. No fueron muchos, tal vez unos cuantos miles. Hoy quedan menos de cien, que siguen entendiendo yaganés, pero que no lo hablan.

Se calcula que cada quince días desaparece una de las 1.500 lenguas indígenas agonizantes. Sin obituario. Sin réquiem. Sin ceremonia.

Nadie se va a quedar mudo. Los hablantes de lenguas precolombinas son ambilingües, hablantes de dos lenguas. Si no conocieran dos, no podría morir una. No las usan porque hay otra que les resulta más útil. Podrían usar las dos, y transmitir ambas a sus descendientes, pero no lo hacen porque les parece innecesario y también porque es un lío hablar dos lenguas en casa.

Es una lástima ver desaparecer lenguas. Habría que hacer algo. Preservarlas, revitalizarlas, promoverlas. Pero resulta que sólo bullen si son eficaces, y en cuanto pierden la utilidad, pierden la fuerza, enferman, pasan un largo periodo de decadencia y mueren.

La UNESCO considera que estas lenguas moribundas son instrumentos orales de comunicación, que no es decir mucho, y que también son "vehículos del patrimonio cultural inmaterial". Eso está mucho mejor.

Una vez que dejan de sonar, de hablarse, parece que ya no son vehículos de nada, salvo que dejen una buena cantidad de textos escritos. Aun así, a ver quién y cómo las cultiva.

La más grave de las enfermedades de las lenguas es dejar de transmitirlas. Eso no sucede por casualidad, sino porque otra resulta más fresca, más expeditiva, más viva para las relaciones sociales, para el lenguaje político, para la administración de la justicia, para la salud, para el aprendizaje o para leer libros.

En fin: ofrece mejores perspectivas.

No es más dramático que otras pérdidas. La muerte de las personas, las catástrofes naturales o las guerras. Pero habría que hacer algo.

La lengua grande devora a la chica. Las diez lenguas más habladas están en boca de la mitad de la población mundial. Las dos primeras son el inglés, que viaja y se instala con una facilidad indescriptible, y el mandarín, que no viaja o viaja mal, y que se instala mucho peor, o que no se instala, y que se limita a sus hablantes.

Le siguen tres hijas del latín, el español, el francés y el portugués, tan expandidas por el mundo como la lengua de los romanos. La sexta lengua europea forjada en la pluma de grandes escritores y extendida por Asia es el ruso.

Las cuatro que faltan tienen mucha menos influencia internacional. Son el bengalí y el indonesio, que se ciñen a sus respectivas naciones, y a las que añadimos con prudencia el hindi, a pesar de la fragmentación dialectal que pone en duda su para muchos lingüistas inexistente unidad.

La última es el árabe, que se usa en dos niveles no siempre comprensibles. El estándar, para escribir y leer, que no para hablarlo. Y una larga lista de dialectos de desarrollo únicamente oral. Pero sólo algunas variedades se entienden entre sí.

Las lenguas, por tanto, no mueren atacadas por la peste negra, sino abandonadas. Son las culturas las que agonizan asfixiadas por la presión de una civilización poderosa y poco respetuosa. Es verdad que si los romanos, o los rusos, o los británicos, no hubieran tenido una política expansiva, ni el latín se habría extendido por el Mediterráneo, ni el ruso por Asia, ni el inglés por América del Norte.

Habría que hablar entonces de dos tipos de moral. La que inspira las políticas expansionistas, tan admiradas y respetadas por los pueblos, y la que inspira la elección de una lengua.

En cuanto a las primeras, a ver cómo acomodamos las conciencias al imperialismo. En cuanto a las segundas, la respuesta está clara. La elección de lengua debe inspirar nuestro comportamiento. Ese derecho nos permite estudiar aquellas lenguas por las que nos sentimos interesados, pero nadie hablaría a sus amigos en babilonio sólo porque ha dedicado varios años a estudiar esa interesante lengua.

Sí, habría que proteger a las lenguas moribundas. ¿Tendría que conceder el Gobierno de Camerún el rango de oficial a su largo centenar de lenguas, y abrir colegios para la enseñanza, y redactar en ellas documentos públicos?

¿Habría que invertir en igualdad lingüística antes que en igualdad social?

¿Qué tipo de ayuda debe recibir el cabilé de Argelia, el gascón de Francia o el siciliano de Italia?

¿Habría que traducir los textos del Gobierno italiano al lombardo, napolitano, siciliano, piamontés, veneciano, ligur, sardo y friulano, que son lenguas habladas, cada una de ellas, por más italianos que españoles saben expresarse en vasco?

Hay que encontrar la manera de facilitar la posibilidad de expresarse en la lengua útil, sin interferir en quien prefiere otra. Pero eso también provoca dudas sin solución o con soluciones tan complejas que nadie conoce el equilibrio. La lengua yagana acaba de morir y hemos podido contarlo.

Rafael del Moral es sociolingüista y autor del Diccionario Espasa de las lenguas del mundo, Breve historia de las lenguas, Historia de las lenguas hispánicas y Las batallas de la eñe.

1 comentario


  1. La dispersión de lenguas es una maldición bíblica que no sirve más que para crear zozobra, inquina, rivalidad y odio. Es, literalmente, un castigo de Dios. El intube del vasco, lengua del paraíso, según sus exégetas, nos cuesta a los vascos un riñón y medio y la creación de dos castas, el que lo tiene, que accede a prebendas, puestos públicos y un apoyo institucional mayor y el que no lo tiene que se tiene que conformar con ser tratado con cierta displicencia y tiene vetado el acceso al puesto público. Todos pagamos un sisitema de intubación artificial que a la larga no produce más que una legión de hablantes de un híbrido, un lenguaje vasco corrupto, un pidgin mezcla de españolismos flagrantes y con un léxico paupérrimo.

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