Réquiem por nuestros bancos y cajas

A la vuelta de Navidad, los españoles asistiremos con estupefacción -si algo queda- a una catástrofe histórica que marcará un jalón más en nuestra Gran Recesión. Y ella no es otra que la quiebra de una parte sustancial de nuestro sistema financiero, ése que nos hacían considerar ad náuseam hasta ayer mismo como robusto, saneado y modélico. Ello es lo que ha venido a anunciar Moody's cuando señalaba que las pérdidas de bancos y cajas sumarían 108.000 millones de euros de pérdidas esperadas ampliables a 225.000 millones de continuar el deterioro económico, lo que supone la bancarrota y desaparición de un número considerable de entidades de un sistema considerado admirable.

Ya el año pasado el ciudadano español (si ello no implica oxímoron a estas alturas de degradación institucional) se enteraba de otro dato aterrador, celosamente ocultado: la deuda de nuestros bancos y cajas con la banca extranjera ascendía a 800.000 millones de euros, lo que explica la restricción cuasi absoluta del crédito y microcrédito, especialmente a pymes y autónomos, debido a vencimientos de la deuda contraída por nuestras entidades. Y es que así de perverso es el fenómeno que nos sucede: una Gran Recesión determinada por el colapso del sector financiero que provoca el estrangulamiento del resto de sectores económicos, que no padecían per se dificultades especiales. Así de bochornoso.

Pero para quien no abdique del pensar, la pregunta surge al punto: ¿Cómo ha sido posible tamaño cataclismo, por el cual la banca española suspende su función social -la captación de depósitos y la concesión del crédito- para acabar obligada a comprar deuda de un Estado al borde también de la ruina y que más temprano que tarde no va a poder pagar? Y una parte de la respuesta se halla en la aparición de un virus letal en las entrañas mismas de nuestras entidades financieras: el de la crisis de la verdad y la institucionalización de la mentira.

Si algo caracteriza al último tercio del siglo XX, como han advertido con suma lucidez Hannah Arendt, Habermas, Popper y entre nosotros Julián Marías, ha sido la quiebra del concepto mismo de verdad en pro de un tosco escepticismo que nos impide formular juicios verdaderos o falsos. Como si hubiésemos tomado por enseña aquel «todo es relativo; he ahí el único principio absoluto» que preconizaba Augusto Comte. Y este derrumbamiento de la verdad como objetividad tenía que llegar tarde o temprano a la práctica bancaria, llevándose por delante el concepto tradicional de verdad contable mediante el cual 2+2 no podía dar 5. La antigua pretensión de veracidad bancaria y auditora presuponía que podía -y debía- haber una concordancia entre nuestros juicios contables y financieros y la realidad pura y nuda, haciendo honor a la antigua adecuatio clásica entre el pensamiento y las cosas: en este caso, entre la economía financiera y la economía real, siendo la veracidad la clave de bóveda que sostenía el edificio todo.

Pero si se renunciaba a la pretensión de verdad, entonces se cumpliría en nuestro sistema financiero un viejo aserto que recorre la historia de la Lógica: «De lo falso, se sigue cualquier cosa» (Ex falso sequitur quodlibet). Y «cualquier cosa» en nuestro caso es que la innovación financiera devenga en productos tóxicos, la hipoteca subprime se trafique como prime, la disciplina contable troque en ingeniería creativa, la prudencia ceda paso a la intemperancia y el mercado interbancario se paralice porque ya nadie se fía de nadie, y menos después de lo acaecido con Lehman y la otrora respetable banca suiza con UBS a la cabeza.

Para entender mejor esta eclosión de la mentira deberíamos recordar las consecuencias traumáticas que para la idea misma de verdad supuso la desaparición de todo un Arthur Andersen a raíz del affaire Enron en 2002. La auditora cuasi centenaria representaba en el universo bancario el símbolo del ethos calvinista donde la veracidad era garantía de confianza y transparencia y 2+2 daba efectivamente 4. Y ello era así de forma muy especial en una España inicialmente poco amiga de la disciplina y franqueza contables. En efecto, Arthur Andersen había venido realizando en nuestro país desde los 60 una función fundamental de formación, ordenamiento y gestión financiera, calvinizando con éxito meritorio nuestra laxitud ética en asuntos de negocio. Por eso no extrañó que A&A se negara a firmar en 1983, en virtud del principio de realidad, los estados contables de Rumasa y su holding financiero, algo impensable ahora donde ya no hay heterodoxia, pues lo que ha desaparecido es la doxá misma.

Y es que cuando el sistema financiero español vivía bajo criterios de verdad y realidad con la salvaguarda del Banco de España, entonces no valía el «cualquier cosa», y así fue posible atajar irregularidades como Sofico, el holding financiero de Rumasa o el Banesto de Conde y, de paso, gestionar eficazmente la UVI bancaria de principios de los 80. Claro que eran tiempos muy alejados del «estado de error» actual y otros los profesionales al frente, lo que propició un sistema bancario cuasi ejemplar.

Pero si Dostoievski había afirmado por boca de Iván Karamázov que «si Dios no existe, todo está permitido», análogamente el mundo financiero -entidades, auditoras y agencias- se dijo tras el affaire Enron: si Arthur Andersen falta a la verdad, entonces todo nos es posible. Y así ha sido, hasta llegar a la actual anomia de nuestro sistema financiero, donde una simple Caja de Castilla-La Mancha puede generar un agujero de 9.000 millones de euros. Pero a la debacle auditora se ha añadido en nuestro país otra desdicha para la vigencia de la veracidad: la abdicación del Banco de España -por muy razonadas sinrazones- de su función de guardián del templo de la autenticidad.

Resulta muy desolador -pero muy explicativo a la vez- que por omisión grave y silencio culpable una institución tan emblemática que había atravesado incólume con su actividad in vigilando la Dictadura de Primo, la República, el Franquismo, la Transición y la Democracia haya permitido llegar al actual colapso.

Antaño, se tenía auténtico terror en las direcciones bancarias a cualquier inspección de nuestro banco central, que conocía muy bien la humana naturaleza y creía en la verdad de los juicios y estados financieros. Hoy, dudo mucho que suscite amedrentamiento alguno. Antaño, la figura del Gobernador del Banco de España gozaba de un crédito -y temor- grande, y si lo perdía -sólo sucedió una vez- se le hacía dimitir. Hoy, falto de credibilidad alguna ante los restos del naufragio, se le menciona y tutea por sus iniciales, como si fuera un amigo de toda la vida, mientras el BdE se sume en el pozo de la degradación institucional que nos asola. Son las consecuencias lógicas de jugar al Ex falso... mencionado.

Con todo, queda un tercer elemento que explica la quiebra de la verdad en nuestras entidades financieras: el asalto a la gestión de las Cajas por parte del poder político. Un poder político que no cree que haya que situarse ante la verdad, y menos rendir cuentas a ella. Es más, no cree en absoluto que la verdad signifique algo. Lo que sí cree, en cambio -bien aprendido de las dos experiencias totalitarias- es que la verdad se puede fabricar, como mostró Hannah Arendt. Y a la fabricación de la verdad se ha aplicado en la gestión de un gran número de Cajas de Ahorro, muchas de las cuales -no sólo la CCLM- ya no son otra cosa que una gran mentira verosímil, como aquellas figuras de Potemkim. Mas ese operar desde lo falso generó un sentimiento de competencia desleal en la banca privada, con la subsiguiente respuesta de ésta: saltarse también la verdad para no perder liza en la cuota de mercado del management de la ficción, como ficticio es otorgar hipotecas por el 130% del valor del inmueble o decir que en España no hay subprimes. Y es que ya lo anotaba proverbialmente Machado: «Qué difícil es cuando todo baja, no bajar uno también». Y en esas estamos.

Claro que ante el súbito descubrimiento de las ruinas de nuestra Itálica financiera, puede que algún español repare en aquellos otros versos de don Antonio: «¿Tu verdad? No; la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela». Como si sólo desde esta indicación machadiana pudiera resolverse esta crisis, esto es, con banqueros, auditores, gobernadores y políticos amigos de la verdad. Nada menos.

Ignacio García de Leániz, profesor de Comportamiento Humano.